Estaban desesperados, no
veían ninguna salida a lo que estaba sucediendo en aquella zona de Malí
normalmente tranquila y trabajadora.
Primero fueron las luchas
internas de los señores de la guerra por controlar el poder étnico del país,
luego fueron los robos y asesinatos de gentes desplazadas que carecían de todo
y que asolaban los campos en manadas, dejando a su paso destrucción y muerte, y
ahora las guerrillas de la Yihad en el África occidental, por lo que habían
tomado una determinación. Huirían de aquello.
Desde toda su vida, Hadid se
había dedicado a la agricultura y la ganadería en aquel trozo de tierras
heredadas de sus padres muertos en trágicas circunstancias, pero que desde
tiempos inmemoriales había pertenecido a su familia ahora mermada, ya que había
sido el mayor de siete hermanos, de los cuales tres habían muerto, y de los
demás desconocía su paradero.
Una noche habló con su joven
esposa Mactzil de qué iban a hacer, y con lágrimas abrazados, decidieron partir
sin tener muy claro a donde, pero seguro que a Europa. Aquella noche se enteró
también de que esperaban un hijo, y que su mujer por no preocuparle más no lo
había dicho, pero ya estaba de cinco meses. ¡Ni lo había notado!
Ya con la decisión tomada,
empezaron por vender y hacer dinero de
todo lo que tenían para aquel viaje que esperaban definitivo. Eran jóvenes y
querían otra vida para sus descendientes, y a sus ventipocos años sólo le
temían a las miserias de la violencia y sus consecuencias.
Una noche de cielos luminosamente serenos y rodeados de lo único verde en muchos quilómetros,
montaron en su vieja pero segura camioneta con lo imprescindible para tan largo
viaje concienzudamente preparado, pero con muchos interrogantes de los que
Hadid no había hablado a su esposa por no preocuparla más allá de lo necesario.
Dejando a un lado la ruta
hacia Bamako, se dirigieron a Ségon, luego Kayes en donde comieron algo, y se
aprovisionaron de agua y gasoil antes de entrar en Senegal ya con la noche
cerrada. Cuando ya el cansancio les había doblado, durmieron unas horas en la
cabina del coche, para continuar antes de despuntar el caluroso día hacia Tonba
y St. Louis con la idea de tomar un barco hasta Marruecos, pero aparte de que
el precio era prohibitivo, (las mafias esquilmaban a los viajeros sin ninguna
garantía de llevarte a destino), no había barcos, decidiéndose a continuar el viaje por
¿carretera?, aquello sólo era un arenoso camino intransitable, difícilmente de seguir
sin paradas continuas para orientarse y ver por donde se pisaba.
En una de estas paradas,
fueron asaltados por un contingente armado de guerrilleros capitaneados por
Makhtar Belmokhtar, conocido terrorista que capitaneaba la Yihad en el África
Occidental, que se decía fiel al Daesh, y que desde Burkima Faso hacía la
guerra a todo lo que se moviera.
Tuvieron que darle parte del
dinero que llevaban, haciéndoles creer que era cuanto tenían. Menos mal que no
quisieron la vieja camioneta aunque lo estuvieron pensando, pero como se veía
achatarrada desistieron, aunque a cambio del dinero, les dieron un
salvoconducto para circular por aquel inhóspito territorio.
A cierta distancia de la
frontera entre Mauritania y Marruecos, la camioneta dijo que allí se quedaba;
no había forma de recuperar el motor y que funcionase; menos mal que todas sus
pertenencias estaban en las dos mochilas, por lo que se pusieron en camino
aunque empezaba ya a caer la tarde.
Durmieron a ratos en aquel
desolado camino pendientes por si alguien pasaba, pero no hubo suerte y tuvieron
que seguir andando dos días más hasta cruzar la frontera a Marruecos.
Tardaron casi una semana en
llegar a Nador. Días enteros andando, otras veces en autobús y alguna vez almas
caritativas que los dejaban subirse en la caja de los desvencijados camiones, y
en la última etapa que montaron en camellos un día entero, él agotado, sin
decir nada que no fueran palabras cariñosas y de aliento para su esposa, que a
pesar de su embarazo y las penalidades de aquella huida, nunca le escuchó un lamento.
Habían llegado con lo que
creían el dinero justo para montar en algún viejo barco o en cualquier lancha
que los dejara en costas españolas, pero pasaban los días y con el dinero que
tenían nadie los llevaba, hasta que después de
mucho tiempo esperando, se metieron hacinados en una patera que los
dejaría de noche en la playa de alguna ciudad ribereña española, con el
agravante de que Mactzil tenía dolores y molestias, por lo que no había que ser
médico para otear el parto en poco tiempo.
Las aguas estaban tranquilas
en el estrecho, pero a la mitad y cuando ya se veía la costa en lontananza, el
motor se averió y tuvieron que remar, hasta que el que dirigía la embarcación
les dijo que ya no podían acercarse más, que había que llegar nadando.
Aquello era el fin, aunque
nada se decían en aquella noche repleta de estrellas y con luna llena que ya
empezaban a retirarse. Ella llorando exhausta y él nadando por los dos al
límite de sus fuerzas, hasta que una barca de pesca que salía de algún puerto
los rescató cuando estaban a punto de ahogarse a unos metros de lo que creían
el Edén, el paraíso, Europa.
Los dejaron en la playa,
frente a unas diseminadas casitas de pescadores, por lo que se refugiaron en un
chozo abandonado, y entre un tractor herrumbroso y un montón de cachivaches
abandonados cayeron agotados y temblando.
Se despertó con los lamentos
de su mujer que vaticinaba un prematuro parto cercano. ¿Qué iba a pasar ahora?
Salió corriendo hacia las
casitas dando gritos pidiendo auxilio, saliendo varias mujeres, hombres, niños
y ancianos por ver lo que pasaba, pero no lo entendían, hasta que ya con gestos
indicando la dirección donde estaba postrada su mujer y lo que estaba por
venir, lograron entenderlo.
Las mujeres de estas
humildes familias pobres siempre habían sido solidarias con los más
desfavorecidos, paradojas de la vida, por lo que llegaron con mantas,
organizaron una hoguera a la entrada de la casamata para calentar agua y ayudar
en lo que se avecinaba, pues de partos sí que entendían, ya que casi todos los
niños que nacían allí, lo hacían en sus casa, porque el hospital más cercano
estaba a cincuenta quilómetros y los médicos o comadronas tardaban mucho en
llegar.
Las fechas en que todo esto
sucedía eran cercanas a la Navidad, por lo que algunos de los que se calentaban
en la hoguera y acompañaban al joven futuro padre, decían que aquello se
parecía al Portal de Belén, sólo que en vez de mula y buey solo había
maquinaria vieja.
Al poco de amanecer, se
oyeron los lloros del recién nacido, que era una preciosa niña.
La madre estaba bien,
arropada y dando el pecho al bebé después de ingerir un caldito que le habían
traído sus nuevas vecinas, y los hombres entre bromas, dijeron que a la niña
deberían ponerle de nombre Belén, ya que todo había pasado como lo ocurrido al
nacer Jesús de Nazaret.
Esta historia la conocí de
primera mano, un veraniego día en el salí a pescar con gente del lugar, entre
ellos Hadid, que se había integrado en aquella pequeña comunidad a las afueras
de un pueblito de la provincia de Almería llamado Balerma.
Los heroicos inmigrantes que
huyen de las guerras y la miseria no necesitan caridad, solo solidaridad y
justicia.