Cuando oímos o leemos la
palabra felicidad, normalmente nuestra mente vuelve al pasado, evocando aquel
amanecer de nuestros pocos años después de una noche entera de diversión, o se
nos viene a la mente ese aroma a césped recién cortado, o ese olor que emana de
la tierra ante el primer chaparrón del otoño, o ese suspiro ante el guiso que
bordaba nuestra madre o abuela.
Se puede confundir con la
satisfacción o la fortuna, con la ternura o con la sensación que se tiene por el
deber cumplido.
La felicidad es un estado,
no un sentimiento.
Otros, los más viejos, la
asociamos a la alegría con que nuestros nietos acuden a nuestros brazos cuando
nos ven después de una larga temporada, y a esos besos que nos llegan al alma y
nos inundan de ternura.
También recordamos como
felices, el día de nuestra boda, el nacimiento de nuestros hijos, el día en que
nos sentimos grandes cuando hicimos aquella buena acción que nadie esperaba.
Todo esto que es verdad, nos
lleva a plantearnos si nos reconocemos en el instante en que somos felices en
nuestro presente, en nuestro día a día; o si no nos pasa, al estar distraídos con
la lucha por la vida, que evaluamos
estos momentos cuando ya son ayer y es tarde para disfrutarlos.
También nos suele ocurrir,
que creamos que cuando te toca “La Primiva”, o te suben de escalafón en el
trabajo y te aumentan el sueldo, alcanzamos la felicidad. Pero no, estos suelen
ser según los psicólogos medios “higiénicos”, que no van mucho más allá de
hacernos subir el ansia a nuevas expectativas, ya sean económicas o de poder.
Cuando llegas a cierta edad,
los demás te suelen decir: ”Hombre, tú con todo lo que has vivido y disfrutado,
habrás sido muy feliz”.
Tener muchas cosas, haber
viajado mucho y comido en infinidad de restaurantes, frecuentar gente guapa o
inteligente, ¿Te ha hecho, nos ha hecho, me hace feliz?
No. Sinceramente no.
Los momentos de felicidad
cuesta reconocerlos si no estás preparado; sólo si eres capaz, en el momento, o
cuando ya es tarde y nos invaden los buenos recuerdos. La realidad es que
fueron, y son tan pocos.
Es un instante, y para
cuando quieres disfrutarlos, ya han pasado y sólo te queda el regusto y la
media sonrisa con los ojos brillantes.
Por todo esto digo, que hay
que estar preparado para disfrutarlos cuando vienen, que todas las riquezas y los
honores de este mundo no sirven, no compensan
un instante de felicidad.
Siempre digo, y he escuchado
a muchos decir lo mismo, que se disfruta más dando que recibiendo.
¡Sed felices!