lunes, 28 de mayo de 2018

Carmona


Empezar diciendo que “El Carmona” es mi cuñado y mi hermano, aunque no sea de mi sangre; una persona como decía Machado, “en el buen sentido de la palabra bueno”.
                                                                 


El sábado estuvimos en la Primera Comunión de mi  sobrino Juan, y me contó lo último que le ha pasado, que tendría mucho de sainete de los hermanos Álvarez Quintero para quien no lo conozca.
Como cada mañana a hora muy temprana, se fue a volar sus aviones de aeromodelismo al aeródromo de la “Juliana” en el Aljarafe sevillano, y al poco de estar entretenido con sus aparatos, se fijó que había por allí un perrito perdido o abandonado, por lo que aparcó sus aviones y empezó a hacerle carantoñas al canino que ya no se separaba de él.
                                                                       


Estaba solo, y como no había a quien preguntar, llamó por teléfono a la Policía Municipal de Bollullos de la Mitación para informarse qué hacer con el perro, ya que no se lo podía quedar porque ya tenía dos que también se lo encontró abandonados.
Después de un rato llamando y como no se lo cogían, decidió ir en persona para ver de entregar al animal, pero tampoco había nadie en el cuartel, por lo que se dirigió a la Guardia Civil, donde le informaron que eso no era de su competencia. Buscó por todo el pueblo a la policía y se paró a tomar café, pidiendo también un vaso de leche para el perrito, que se lo bebió del tirón.
                                                               


Por fin encontró a los municipales, pero al preguntarle donde lo había encontrado, le dijeron que eso era competencia de Benacazón, por lo que tomó el camino del pueblo de al lado con su compañero inseparable que estaba encantado.
Allí le informaron que no, que las pistas del aeródromo no eran del pueblo, por lo que volvió por el mismo camino, donde ahora le dijeron que llamarían a la Protectora de Animales que irían a recogerlo en un rato, avisándole que lo que hacían era matar al animal si en dos día nadie lo reclamaba.
Ante esta disyuntiva, empezó a llamar a todo el mundo para ver si se quedaban con el perro, pero era ya medio día y tendría que regresar a casa, por lo que el bicho se encontró con la compañía de dos nuevos amigos de su especie, e invitado a pensión completa, toda una suerte para los tiempos que corren.
                                                                     


Por supuesto que mi cuñada Angeles no le reprochó nada. Ella es igual que él y me dijo que le buscarían acomodo en alguna casa que lo quisieran, porque en su casa ya no podían mantener a tres animales.
Yo le estuve gastando bromas y dándole la tabarra toda la mañana, pero esto para “El Carmona”, era un asunto de conciencia.
Y creo que aún sigue allí gorroneando su nuevo amigo.

lunes, 21 de mayo de 2018

Ansiedad y tiempo libre


Parece, cuando llegas a cierta edad, que vuelves a las inseguridades de la adolescencia, aunque no a sus ventajas, que las tiene.
Cualquier quebranto de la costumbre diaria en su monotonía te deja preocupado, y da igual que el problema sean las dudas al hacer la Declaración a Hacienda, como la avería de la lavadora o que  una carta inesperada te comunique que no has pasado la ITV del coche.
                                                                      


A estas pequeñas cosas del quehacer diario cuando estás activo en las obligaciones de una vida laboral, no le darías la menor importancia ni te obsesionarían, y mucho menos te quitarían el sueño, las ejecutarías o la corregirías en lo errado y punto, no tiene mayor problema, pero cuando estás oxidado en la resolución de problemas, cualquier tontería se te hace un mundo.
                                                                  


Aún recuerdo un día en que fui a visitar a un amigo bastante mayor que vivía solo, y me abrió la puerta llorando, y al preguntarle el porqué de sus lágrimas, me respondió que al cerrar la puerta del dormitorio se le había caído el pomo de la puerta y no sabía qué hacer. Ni que decir tiene que se lo arreglé lo mejor que supe y se le pasó la pena, pero me contó que cuando le pasaban cosas como esa se ponía nervioso por no saber solucionarlo, y lo embargaba una ansiedad y una tristeza sin límite.
                                                                   


También es verdad que hay muchas personas mayores que pasan en soledad la mayor parte del tiempo, y caen en una monotonía cada vez más limitada por el miedo a todo lo nuevo o a emprender acciones o entretenimientos diferentes; se les ha acabado la iniciativa (conozco a personas que han desplegado en su vida una gran actividad y están en esta situación), y se acomodan a lo más sencillo, que es pasarse horas y horas ante la televisión o escuchando la radio, sin enterarse jamás de lo que ven y escuchan, es sólo el ruido de fondo el que les ayuda en el transcurrir de las horas.
                                                                   


Cuando coincido con personas mayores en mis paseos o en algún bar, me preguntan que si yo me aburro igual que ellos, que no saben en qué ocupar su tiempo entre comidas o en las primeras horas matinales, ya que duermen poco y se levantan muy temprano, y cuando les digo que a mí me faltan horas del día para hacer todo lo que quiero, se asombran.
                                                                        


Me gusta preguntar a estas personas por sus actividades pasadas, qué les gustaba hacer en sus días de asueto, e intento encausar su tiempo libre sugiriéndoles actividades que quizás sean de su interés, pero en la mayoría de los casos es predicar en el desierto, ya que les es muy difícil salir de su día a día.
                                                                      


Aprovechemos las horas, los días, en cosas que nos agraden, en actividades que antes nunca pudimos hacer por culpa del trabajo diario. Aprovechemos para aprender cosas nuevas que nos despierten la ilusión, ya que nunca es tarde para ocupar la mente y las manos.
Tendremos así mayor calidad de vida. La que nos quede.

martes, 15 de mayo de 2018

Secuestro


Como si de un terrible cataclismo se tratara, todo ocurrió en aquella primaveral noche de mayo, donde después de los últimos fríos habíamos pasado a unos calurosos días más cercanos al estío que a la primavera.
La habían deseado con toda su alma. Después de muchos años casados y habiéndolo intentado todo, Elisa no se quedaba embaraza. Ya se cansaron de pasar de consultas médicas a clínicas especializadas en inseminación artificial; incluso recurrieron a santos y brujería, pero ni así conseguían un hijo, por lo que ya estaban pensando en adoptar, cuando la alegría en aquella familia llegó en forma de un embarazo delicado, una cesárea cuando no acababa de salir y temían por la vida de madre e hija, pero que concluyó felizmente con una  belleza rubia de ojos azules y de una inteligencia y un saber impropio para los nueve años que acababa de cumplir.
                                                                   


Cuando aquella aciaga mañana la madre fue a despertarla para acompañarla al colegio, la cama estaba vacía y faltaba la ropa que la niña se pondría, y que su madre amorosamente había dejado como cada noche a los pies de la cama.
Después de buscarla por toda la casa y los alrededores, sólo encontraron un zapatito de deportes casi en la misma puerta del  adosado, y la mochila del colegio en la puerta junto a la acera.
                                                                  


Al instante de llamar a la policía, los agentes llegaron y empezaron las investigaciones. El padre, Juan, estaba más tranquilo, pero su mujer tenía un ataque de nervios y no paraba de llorar, por lo que el interrogatorio se hizo muy difícil.
Les preguntaron de todo, llamaron a las familias de las compañeras, a los vecinos, al colegio, a los abuelos, y nada, no había ni una sola pista ni nadie había visto nada extraño. No se había forzado ni puertas ni ventanas, y el único detalle que llamó la atención fue que la puerta que dejaban cerrada con llave de noche, estaba sin cerrar, y que faltaba la caja de cereales del desayuno que siempre dejaban puesta en la mesa de la cocina y el envase de leche de la nevera.
                                                                     


Ya la policía había dado orden de que la buscaran por toda la ciudad, en estaciones, aeropuerto y paradas de autobuses; habían intervenido los teléfonos de los padres por si se recibía alguna llamada pidiendo rescate, pero nada hasta la hora casi del medio día que eran ya, y el problema era según la policía, que estos casos si no se resuelven en  las primeras horas, suelen ser difíciles. Los agentes preguntaron si no se habría marchado la niña por voluntad propia, si habían tenido alguna pelea aquella noche. Elisa le contestó que había tenido una pequeña discusión con ella porque quería que le compraran un móvil, pero que le dijo que no. Que lo veía prematuro.
                                                                       


Sobre las dos de la tarde llevaron unos perros amaestrados para seguir rastros, a los que dieron a oler el zapato y la mochila de la niña, y uno de los perros se lanzó casi al trote y tirando de la correa hacia la piscina, poniéndose como loco  ladrando a la altura de la tapadera de la depuradora en  un extremo del césped.
Y ¡Al fin! Allí estaba sentada tranquilamente, con la botella de leche vacía, los cereales, y leyendo un libro  con cara de pocos amigos.
                                                                       
  

No hubo enfado ni castigo, pero tampoco la niña respondió a los por qué, y aunque la vida a partir de este hecho fue más atenta y vigilante, cuando la preciosa Celia hizo la Primera Comunión al año siguiente, uno de los regalos que recibió fue un magnífico teléfono de última generación.
                                                                      


¿Están los tiempos así, y quien o quienes son los culpables?

martes, 8 de mayo de 2018

Prejuicios


Es una cosa que nos pasa a todos en mayor o menor medida, y es que sólo mirando a alguien que ni siquiera conocemos, por alguna palabra escuchada al azar o algún gesto fortuito, o por su aspecto en general, sólo con observar a esa persona, ya nos cae bien o mal, y nuestra imaginación o fantasía le crea un mundo a su alrededor que casi seguro, se apartará notablemente de la realidad objetiva.
                                                                 


Y no digamos ya si esa persona es gitana, inmigrante o negra, o lleva cubierta la cabeza  con hiyab (velo) o usa chilaba moruna, o luce un tatuaje y lleva algún pirsin; sin embargo no sufriremos ningún rechazo (en un país, claro está, de tradición cristiana), si esa persona es un sacerdote católico que va con sotana o es una monja que lleva hábito.
                                                                   


Estas cosas, si sólo nos la quedáramos para nuestro yo íntimo, carecerían de importancia; esto no perjudica a nadie y tenemos derecho a pensar lo que queramos, pero si ese rechazo va contra un dependiente que nos atiende en una frutería, un policía que nos increpa, o un compañero/a de trabajo, la cosa cambia, ya que de esto se derivaría el no volver a comprar fruta en aquel establecimiento, en odiar a las fuerzas del orden, o en perjudicar seriamente en el trabajo a una persona que invalidaremos porque no nos cae bien.
                                                                     


Y no digamos ya si tenemos una posición de privilegio sobre esos humanos, y si para colmo entramos en discusión sobre algo en que sabemos que no llevamos razón, y que en justicia y lógica deberíamos aceptar los razonamientos del otro. Seguramente aprovecharíamos nuestro puesto  supremacista  para hundirlo, o cavarle una profunda tumba para cuando la oportunidad se nos presente.
                                                               


También ocurre, que aunque esa persona esté supercapacitada para su actividad, no la aceptaremos, y por esa manifiesta antipatía o asco, para nosotros carecerá de credibilidad.
                                                                      


Un día en que acudí al médico, me encontré con que era sustituido por una mujer de color que me atendió magníficamente, pero cuál no sería mi sorpresa, que cuando yo salía del ambulatorio, entraba una urgencia de un niño con el brazo roto, y al enterarse la madre quien era la sustituto del médico de siempre, dijo a la enfermera: “Me llevo a mi hijo a urgencias del hospital, no me fío de la mora”.
                                                                     


Independientemente de que los prejuicios sean la causa de la incultura o de la mala educación o del miedo a lo diferente, la realidad es que todos los tenemos, y que es muy difícil salvar la muralla que nos impide que sea la razón la que prevalezca.
Otro día hablaremos de lo que nuestros prejuicios son capaces de hacer si podemos medrar anónimamente o casi, como en las redes sociales. Eso es otro infierno.
Un ruego: Por favor, no miréis a los inmigrantes mal.