Salía de la compra diaria,
cuando vi a las puertas del supermercado a un hombre vendiendo higos chumbos, y
me vinieron a la memoria muchas cosas.
Aquellos pequeños puestecitos,
repartidos por toda Sevilla, muy limpios, y con una señora enfundada en un
delantal blanquísimo vendiendo agua por vasos de un botijo, y platitos de
cuatro o cinco higos por el precio de una peseta.
Esos recuerdos de la infancia fijados a fuego en la
memoria. como aquel anciano que vendía, a las puertas de mi colegio de los
Maristas en la calle Jesús del Gran Poder, unos palitos dulces que se chupaban
y masticaban llamados “paloduz”, y que a veces cambiábamos por nuestro
bocadillo de media mañana, o aquel vendedor de cangrejos, que por cincuenta céntimos
de peseta, te daba un cartuchito de patitas de los mismos.
También recuerdo a una
ancianita vendiendo pipas y altramuces en la plaza del Duque, y que por cinco o
diez céntimos tenías tu pequeño cartucho,
los polos de hielo y los Napolitanos de Ballester, el buenísimo sabor de las
horchatas de chufa de Fillol en la calle Sierpes, o los palos de nata de la
confitería de la familia Ochoa (esto último sólo al alcance de pocos).
Otro recuerdo gastronómico
eran los churros que mi padre nos compraba en la calle San Pablo para desayunar
después de misa, o ese olor a castañas asadas que cada otoño se esparcía casi
en cada esquina del centro; puestos ambulantes con sus ollas agujereadas y las
brasas de carbón, o los cartuchos de “pedacitos” (pequeños trozos de todo tipo
de pescados), que comprábamos algunas veces en el Cantábrico, antigua freiduría
de la Plaza de la Campana, o los soldaditos de pavías de bacalao del bar del
Duque, o las onzas de chocolate de la Virgen de los Reyes, que nos duraba siempre
menos que el bollo de pan con lo que acompañábamos la merienda.
¡Qué de recuerdos de
sabores, de olores y sensaciones pasadas que están fijas en mi memoria, de un
tiempo de estrecheces y privaciones, pero también de la dicha que nos producían
algunas pequeñas cosas!
En un tiempo, este que nos
ha tocado vivir, donde siempre deseamos lo que no tenemos, que no valoramos
suficientemente estos detalles que la vida nos ofrece, obcecados siempre por
cosas fuera de nuestro alcance y que la mayoría de las veces no necesitamos.
Podría todavía seguir
nombrando cosas de antes, pero no quiero abusar de mis lectores con más
batallitas, llegados a una edad donde tenemos, algunos, más recuerdos que futuro.