(continuación)
Después de desarrollada la
acción de los petardos y de la cornisa, Beni y sus amigos se retiraron
inmediatamente a sus habitaciones, donde simularon estudiar para no levantar
sospechas, y menos mal que lo hicieron así, pues a los pocos minutos se
presentaron los secuaces del director a ver si estaban allí, ya que sospecharon de ellos con razón.
Era media tarde del mismo
sábado, cuando nuestros detectives se encontraron en un punto de los jardines
de difícil visualización desde el edificio principal del colegio, y sentados
bajos un frondoso tilo y después de conocer la llamada de socorro de Carmen, llegaron a la conclusión que se dedicarían a
registrar a fondo todas las edificaciones y sus pisos y habitaciones, para intentar
localizar a su amiga.
Venancio, tenía un tío por
parte de su madre que era inspector de policía, por lo que a través de una
llamada clandestina a través del móvil del jardinero (este, dejó su móvil en la
cortadora de césped, para que los chavales pudieran utilizarlo en caso de
peligro), le contó al tío todo lo que estaba pasando, pero hacían falta pruebas
y no las tenían, por lo que quedaron en comunicarse si encontraban algún indicio.
A esto se dedicaron
disimuladamente Beni, Javi y Juan, mientras Venancio vigilaba como podía al
director y a sus adláteres, con la intención de poner un mensaje a su tío en el
momento que tuviesen algo o estuviesen en peligro.
Estaba ya a punto de
retirarse de sus pesquisas, cuando Beni vio cómo el director y dos de sus
hombres se dirigían hacía una caseta abandonada que se utilizaba como leñera,
donde estuvieron un buen rato, y cuando ya pasó un tiempo de que se alejaron,
se asomó al cobertizo, donde sólo vio trastos viejos inservibles y un montón de
leña, no había nada más.
Ya a punto de retirarse,
escuchó clarísimamente la flauta de Carmen. ¿Dónde estaba si allí no había ni puertas
ni ningún otro compartimento?
Siguiendo las huellas, se
fijó que había una vieja moqueta medio enrollada en donde se concentraban las
pisadas, y al retirarla, descubrió una trampilla, y al abrirla, una tosca
escalera. En el momento de empezar a bajarla, sintió un enorme empujón que le
hizo caer de mala forma en el fondo de aquel sótano, y a su amiga Carmen que se
acercaba a socorrerlo.
Los dos se encontraron desconcertados
en aquel encierro que era bastante amplio, donde había todo un laboratorio,
cajas cerradas que contenían libros, y una enorme y moderna caja fuerte.
Carmen le explicó a su
amigo, que sin querer escuchó una conversación del director con sus hombres, y
al ser sorprendida husmeando la encerraron allí.
Ella creía que allí
fabricaban y almacenaban algún tipo de droga, que disimulada con los libros,
sacaban cada cierto tiempo, y era durante esta noche cuando sacarían lo almacenado, y a ella también la
llevarían no sabía a dónde. Lo más seguro es que acabaran con ellos para no
comprometerse.
Pasaban las horas y Beni
había inspeccionado todo minuciosamente sin encontrar ningún medio de huida,
por lo que los dos amigos en silencio pensaban y pensaban, para cuando se les
ocurría algo comentarlo con el otro, pero aunque no se resignaban, nada se les
ocurría.
Escucharon pasos y susurros
de voces cuando ya calculaban muy entrada la noche, y cómo se abría la
trampilla y descendían por la escalerilla dos secuaces empuñando sendas
pistolas y al director con un rictus cruel en los labios, ordenando que les
ataran las manos detrás y les vendaran los ojos, y aunque Beni se defendió y
pegó una tremenda patada en la entrepierna a uno de ellos, todo se acabó cuando
recibió un puñetazo que lo dejó casi cao.
Ya habían sacado las últimas
cajas, cuando Beni, que por un pequeño resquicio de la venda podía ver, observó
cómo D. Octavio habría la caja fuerte y sacaba grandes fajos de billetes que
metía en una maleta, para a continuación y transportada esta fuera, hacerlos
subir por la escalera bien agarrados por los individuos aquellos.
Lo primero que vio nuestro
amigo fue una furgoneta negra, y los empujones que recibía para meterlo dentro,
donde ya se encontraba Carmen encima del montón de cajas.
Ya estaban resignados a
todo, cuando de pronto varias potentes luces enfocaron el lugar donde estaban,
y escucharon por un megáfono como decían los recién llegados: “Quietos y en el
suelo todos, somos la policía. Al que se mueva le disparamos”.
En un momento de descuido
cuando ya se acercaban, el director se puso detrás del cuerpo de Beni como
protección y dijo: “Si os acercáis, lo mato”.
Todos se quedaron
paralizados sin saber qué hacer, cuando un ladrillo tirado con puntería por
Javi, impactó en la cabeza del truhan dejándolo tendido y desarmado.
Todos se abrazaron mientras
veían cómo la policía esposaba y detenía a los tres delincuentes, a la vez que
Venancio les explicaba: “Cómo no aparecías, seguimos al director y descubrimos
donde estabais Carmen y tú, para a continuación llamar a mi tío desde el móvil
del jardinero contándole todo lo que estaba pasando”.
No estuvo en estas
detenciones el tío de Venancio, pero el policía al mando les explicó que tenían
sospechas del director, y que ante el aviso del compañero decidió intervenir.
Prensaban la cocaína junto
la pasta de papel, e imprimían las páginas como si de un libro se tratara,
todos iguales, con una cantidad de 324 grs. en cada volumen, y lo entregaban en
una papelería que les servía de tapadera.
También se incautaron en la
papelería y en la maleta de los forajidos, cantidad de diamantes y alrededor de
58.000 euros.
Aquello no se difundió para
no herir el prestigio del colegio, pero todo o casi todo el personal auxiliar y
también los que tenían responsabilidades
fueron sustituidos, y nuestro amigo Beni, sus amigos y Carmen, celebraron su
estrecha amistad, y nunca contaron a nadie la verdad de la tremenda y peligrosa
aventura.