Estaba leyendo en la cama a media mañana cuando oyó a su compañera que lo llamaba desde el cuarto de baño: “Perico, acércame la bata que está colgada detrás de la puerta del dormitorio”.
Pedro, dejó el libro que estaba leyendo, apartó la bandeja con los restos del desayuno que él había preparado, (Café, tostadas untadas de mantequilla con mermelada de arándanos, y zumo de uvas), y se tiró de la cama semidesnudo.
Con la bata en la mano se dirigió a llevar el encargo. Entró en el baño donde apenas se veía debido al vapor condensado, y buscó a María, que estaba secándose el pelo con el albornoz abierto de arriba abajo.
Desde detrás empezó a besarle el cuello delicadamente, para que solo sintiera el cosquilleo de sus labios. Un escalofrío recorrió el cuerpo de María, como un latigazo que enciende todas tus alarmas sexuales.
Y efectivamente, con una sonrisa Pedro adivinó que allí mandaba él. Siguió besándole los lóbulos de las orejas para seguir con su lengua recorriendo su cuello hasta los hombros.
El ya estaba preparado, pero le gustaba ver como su pareja disfrutaba, como se le humedecía su sexo y lo deseaba mucho antes de que la hubiera llevado al orgasmo.
Vio como sus pezones aumentaban de tamaño y como sus senos se elevaban y endurecían. Hacia allí dirigió primero la yema de sus dedos y luego la punta de su lengua para solo rozarlos al principio y luego irlos mordisqueando ligeramente. Ya María gemía, a la vez que su corazón aumentaba el ritmo de sus latidos.
A la vez Pedro sintió como su pene también reclamaba lo suyo por la forma en que se puso. Iba siendo hora de acabar la “faena torera”, y cortar oreja y rabo, según el término taurino.
Dirigió sus manos una a la entrepierna de ella y otra a sus senos que ya estrujaba inmisericorde. Estaban aún en el baño, así que se la echó al hombro entre risas y la echó en la cama desecha.
El empezó a chuparle los dedos de los pies, para a continuación subir su lengua por las largas piernas de María y acabar hundido en la entrepierna de ella. Ahí empezaron los gritos de ella ya al borde del orgasmo, así que cuando fue penetrando en ella, los dos confluyeron en gritos y ayees, de fácil traducción.
Ella lo abrazó con todas sus fuerzas y lo besó en los labios como si le fuera la vida en ello, y quedaron nuevamente dormidos abrazados y con las manos cogidas. La sonrisa que dibujaba sus caras era la constatación del sentimiento más noble que puede haber entre dos persona: AMOR.
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No sé si llamarlo a esto cuento, relato o artículo. Ustedes mismos. Sólo decir que esta cosa tan sencilla sucede muchas veces cada día, y es lo que nos redime. AMAR.
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