martes, 19 de febrero de 2013

Reencuentro


Era una de esas épocas en que  sientes la soledad aunque estés rodeado de gentío y ves cómo la depresión te asecha, pues no acuden a ti los pensamientos positivos. El invierno se alargaba y no paraba de llover, por lo que se aceleraba mi deprimente estado anímico.
Sonó el móvil. Ya casi no me acordaba de la última vez que escuché la música de Mozart proveniente del aparatito.

                                                   
-¿Si?
-Hola, ¿Cómo estás grandón?
-No sé quién eres, ¿Nos conocemos?
–Soy Bea, ¿Tanto tiempo ha pasado que no reconoces mi voz? Bueno la realidad es que hace siglos que no hablábamos.
¡Cómo no la iba a reconocer aunque hubiera pasado más de un año! El corazón se me salía a porrazos, ya que habíamos tenido una intensa relación en los últimos años de facultad, y eso no lo podía olvidar aunque me lo había propuesto y en este momento creía haberlo conseguido.
-¿Por qué no nos vemos y nos tomamos unas copas en nuestros baretos de siempre?

                                                     
No sabía qué decir. ¡A cuento de qué venía aquello! Era reabrir una vieja herida, que aunque no sangrara podía infectarse.
-¿Te ha comido la lengua el gato? Tomarnos unas copas y hablar de los viejos tiempos. No te voy a devorar.
Y como soy una nenaza y no tengo amor propio ni voluntad, acepté la cita.
Me estampó un beso en los morros nada mas verme y yo sin saber qué hacer con las manos me la apreté por la cintura sintiendo como su cuerpo se adaptaba al mío en algo más que un abrazo. ¡Dios, que buena estaba!
Las copas que fuimos tomando de bar en bar nos soltaron la lengua, por lo que entre carantoñas y arrumacos hablamos de lo divino y humano de nuestras vidas.
Ya estábamos en esa euforia que antecede a la borrachera, cuando como sin querer, nos metimos en un hotel del centro, y antes de llegar a la habitación nos buscábamos con avidez de desesperados nuestras intimidades, rompiendo botones y quitándonos los ropajes, hasta estar desnudos antes de caer en la cama entre jadeos y besos ardientes de dos cuerpos que se desean y se recuerdan.

                                                     
Hicimos el amor como locos no sé cuantas veces hasta quedar exhaustos, entrando en un sopor de guerreros después de una cruenta batalla.
Miró el reloj disimuladamente y empezó a vestirse mientras yo la observaba desde la cama sin ganas de que aquello terminara.
-Me tengo que ir. Mañana me caso.

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