sábado, 15 de octubre de 2016

El pez amarillo

Como a todos los niños les encantaban los peces, esos seres ágiles y traviesos de múltiples colores que corretean de aquí para allá sin importarles estar en el mar, en el río, o en cualquier acuario, sea este chico o grande.
                                                                  


Olivia y Santi habían estado disfrutando en el Oceanográfico de Valencia, con sus seis millones de litros de agua, y un ecosistema marino tan dispar como las aguas del Ártico y el Antártico, donde están representadas más de 500 especies con más de 45.000 ejemplares.
                                                                    


También conocían el Acuario de San Sebastián, con ejemplares del mar Cantábrico, y el Acuario de Zaragoza, dedicado por entero a la fauna fluvial, con representantes de los ríos Nilo, Mekong, Amazonas, Darling y Ebro. Cinco ríos para cinco continentes.
                                                                   


Bueno, pues resulta que desde entonces, estaban empeñados en que les compraran un acuario para casa, pero debido al poco sitio que tenían en su piso de Madrid, el regalo llegó, pero en forma de un pequeño acuario con siete u ocho pececillos de diferentes colores, y los niños aprendieron a echarles de comer mientras pasaban muchos ratos libres extasiados ante el valet que estos conformaban.
                                                                    


Pero sucedió que vieron, cómo que cada vez que les echaban de comer, un pececillo amarillo se quedaba excluido de alimento, ya que los demás empujándolo no lo dejaban, y aunque intentaran echarle solo a ese, los demás nunca lo consentían, incluso había uno especialmente feo que hasta le sacaba los dientes amenazante, por lo que nuestro pez amarillo fue encanijando hasta quedar en los huesos, (perdón en las espinas).
                                                                     


Los niños hablaron y hablaron entre ellos para buscarles una solución. ¡Les gustaba tanto el pez amarillo!
Después de varios intentos fallidos, dieron con la solución, ya que cogieron un collar de cuentas de colores que tenía su madre, y observaron que cuando iban tirando las cuentas en la pecera, todos los peces la seguían creyendo que era comida, por lo que aprovechaban para echarles sustento al pez amarillo cuando se quedaba solo, lo que hizo que este se fuera poniendo grande, y llegó hasta el punto de constituir una amenaza para los demás.
                                                                     


Aparte de la riña que Pilar la madre dispensó a los niños por cogerle su collar favorito, vieron entre todos de darles una solución a aquello, pues ahora era el pezaso amarillo el que tenía amedrentados a los demás, que estaban flacos, flacos, de no comer.
                                                                   


Cuando la tita Viky se enteró por Olivia del problema, sugirió a los peques que iba a hablar para llevar al pez amarillo al Oceanográfico de Valencia, donde cada vez que fueran lo podrían ver, ya que allí sí tendría más espacio por donde moverse y contonearse y este pescadito que aunque no lo crean ustedes también piensa, dijo:
“Soy muy de irme sin hacer ruido de donde no se me quiere”
Pero bueno, aquí no acaba todo, ya que el abuelo cuando se enteró y fue a Madrid, les llenó a los niños el acuario de peces amarillos, que son los más bellos, sonrientes y esbeltos, e incluso les sacó una canción:
“Tengo un pescao amarillo, que me come a todas horas,
Tengo un pescao amarillo, que es lo que se lleva ahora…”


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