miércoles, 9 de noviembre de 2016

Defended la alegría

No sé si mi percepción está equivocada y difiere de la vuestra, pero en estos días del otoño, cuanto menos extraños,  de calor y al siguiente frío, en que ni hemos agotado por lo que se ve el verano, pero ya tenemos los mantecados en Mercadona, veo a la gente ir de aquí para allá con prisas, colgadas de interminables chateos o sesudas conversaciones de móvil, y me parecen de una seriedad extraña, se las ve solitarias; tristes.
                                                               


Decía Mark Twain que “la raza humana tiene un arma verdaderamente eficaz: la risa”.

   ilumina la mañana de un nuevo día
al compás de una sonrisa
regálate la magia de lo incierto
del futuro y lo venidero
mientras enjuagas en la ducha
los crueles miedos de la noche
dejando atrás cada reproche”
            
        

Las madres y padres, a primera hora de la mañana llevando a sus hijos al colegio entre riñas y reproches, y los pequeños serios, muy serios o llorando, enfadados, cuando la chiquillería siempre ha sido alegre y gritona. Lo mismo cuando lleguen a sus aulas, ya con sus compañeros, renazca esa alegría infantil, pero hasta llegar ahí se me antoja un camino lastimero.
                                                                  


Como cada mañana, entro a desayunar al bar de siempre, y observo que la gente que hay, o está pendiente del televisor, con una de esas tertulias de aplaudidores o enviados del epatante mundo político, o enfrascados en sus periódicos y móviles engullendo tostadas de forma autómata, sin conversaciones ni risas, casi no se escuchan ni palabras más allá del “buenos días” protocolario, y algunos ni eso, pues en educación algunos van sobrados.
                                                                       


¿Dónde se nos perdió la alegría?
Las gentes del sur siempre tuvimos fama de indolentes, hedonistas, de displicentes con lo abstracto, pero también de conversadoras, simpáticas, y con ese encaje irónico entre la verdad,  la mentira, y la verdad a medias, pero sobre todo nos hemos caracterizado por nuestra alegría, por nuestras risas, que por supuesto y a pesar de lo que opinen algunos, no significa ni falta de seriedad ni ligereza.
                                                                   


Sin embargo no sé si será por los problemas económicos, o por la falta de expectativas que asolan nuestra tierra, el caso es que se nos ve cada vez más serios, como si las preocupaciones y las carencias nos impidieran disfrutar de lo poco o mucho que nos ha dado la vida.
                                                                      


 Por que no hay razones para ver la cara oscura de la vida,
lo más importante es siempre mantener alta la alegría,
como la flor más preciosa que crece en mi jardín,
me preocupo por el presente, no por el fin.

Pensad que la película de la vida es corta y que la palabra fin llega sin avisar y que las prórrogas no existen.
                                                                      


Defended la alegría, que no pase un día sin sonreír con ganas, que aunque nos sintamos desheredados de la fortuna, al menos tenemos vida, nada más y nada menos.

                                              Soneto del vino (Borges)

¿En qué reino, en qué siglo, bajo qué silenciosa
conjunción de los astros, en qué secreto día
que el mármol no ha salvado, surgió la valerosa
y singular idea de inventar la alegría?
Con otoños de oro la inventaron. El vino
fluye rojo a lo largo de las generaciones
como el río del tiempo y en el arduo camino
nos prodiga su música, su fuego y sus leones.
En la noche del júbilo o en la jornada adversa
exalta la alegría o mitiga el espanto
y el ditirambo nuevo que este día le canto

Otrora lo cantaron el árabe y el persa.
Vino, enséñame el arte de ver mi propia historia

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