Había llegado hasta allí a
rastras, y ahora que había que marcharse se le hacía insoportable que hubiesen
acabado las vacaciones; ahora precisamente.
Discutió con sus padres sobre
el destino del descanso; ¡Otra vez a casa de los abuelos!, como si no hubiese
más sitio que aquel pueblito donde sólo había pescadores y tres o cuatro
urbanizaciones más, lo que hacía que ya por adelantado, apostara que se aburriría, por mucha vida sana y la oportunidad,
lo único que le atraía de aquella casa, de leer muchísimo de la enorme
biblioteca, pero es que a sus quince años le gustaban otras cosas y otros
sitios más divertidos, con más ambiente.
Había ido de excursión en
barca con dos amigos de ocasión a pescar, se había bañado en el mar y la
piscina, asistido a un par de guateques, había leído cantidad, y cuando ya se dio
por vencido de que no había otras expectativas, conoció a Merche de la forma más
tonta del mundo, pero sintió que su corazón palpitaba a enorme velocidad cada
vez que estaban juntos.
Ocurrió que una tarde que se
había acabado el pan para la cena, su abuelo le pidió que fuese en bicicleta
hasta la panadería y se trajese algo de pan, lo que fuese, pero aparte del
pedido, se trajo cosas que no había experimentado hasta entonces, por lo que no
le importó que le echaran una bronca por lo mucho que tardó.
Estaban las calles
solitarias, ya que el sol aún picaba, y fue a tropezarse a la entrada de la
panadería con una belleza morena que le sonreía a pesar del encontronazo, y que
sucedió por querer entrar los dos a la vez. Lo que siguieron fueron disculpas y
risas, de forma que acompañado, recorrió despacio el camino de vuelta agarrando
la bicicleta y con la bolsa del pan colgando del manillar, a pesar de que ella
quiso ayudarlo, pero antes de separarse donde sus caminos divergían, hablaron
de muchas cosas, aunque Ramón ya acostado y sólo con sus pensamientos, no sabía
cómo le salieron tantas palabras y tantas bromas, ya que reconocía ser un poco
serio para su edad, y más con las chicas, donde su timidez rayaba con el
ostracismo.
Aquellos últimos tres días
de vacaciones se le pasaron en un suspiro, en cada momento pensando en Merche o
charlando con ella a la menor oportunidad, haciéndose el encontradizo con ella
en varios momentos del día, ya que desde la azotea de los abuelos, se podía ver
la casa de su nueva amiga.
Y el último día de
vacaciones, cuando ya se despedían hasta no sabía cuándo, se besaron cogidos de
las manos y se abrazaron diciéndose palabras jamás pronunciadas por ninguno de
los dos, y hasta lloró en su cama aquella noche sabiéndola ya lejana aún antes
de iniciar el regreso.
La realidad es que siguieron
en contacto por internet, y se vieron un par de veces durante el invierno,
aunque aquello no prosperó más allá de unos meses, pero siguieron con su
amistad a través de muchos años.
¡Qué bello es estar
enamorado a esa edad! Ese recuerdo nunca se olvida.