Era la historia de cada
verano, aunque en este se veía agravado porque estaban en casa ajena, y siempre
intranquilos, con cuidado de que nada se estropeara o se deteriorase, aunque
con niños de seis y siete años, ya se sabe.
Las largas vacaciones de críos intranquilos e imaginativos, les hacen
no parar de inventar para no aburrirse (cabañas, casas en los árboles, rebuscar
en cajones y armarios, secretas excursiones, y algunas tropelías como cuando
enterraron al perro del vecino hasta el cuello, etc...), por lo que lo que su madre, ya bien entrada la
mañana y acabadas las tareas que cada uno tenía asignadas, los puso a ver en la
televisión un reportaje sobre cultivos de plantas y jardines, y en concreto
aquel episodio trataba de los nenúfares, y aunque protestaron porque querían
ver dibujos animados, al final pareció interesarles aquello.
Los papás Carmen y Juan,
junto a sus dos pequeños, Ana y Dani, estaban
pasando, como hemos dicho, el mes de
agosto en una casa que le prestaron unos amigos que habían volado al extranjero
de vacaciones, y a la vez que cuidaban del chalet, pasaban un verano diferente,
ya que por allí, a parte de una gran piscina y mucho campo junto al pueblo,
había un precioso y cuidado jardín con un montón de plantas y flores, y hasta
un pequeño invernadero.
Después del almuerzo de
aquel domingo celebrado con una parrillada junto a la piscina, los chicos se
quedaron viendo la tele, y los cansados progenitores decidieron que se merecían
una siestecita.
Ya empezaba a declinar el
calor estival cuando se levantaron, y observaron a los niños jugando en el
jardín junto a la piscina, sin peligro porque ambos ya nadaban bastante bien,
por lo que sentados en el salón con aire acondicionado, degustaron el café de
la tarde y repantigados en ambos sillones, se dedicaron a leer un rato entre
bostezos.
Ya llevaban un rato largo
leyendo, cuando escucharon a sus hijos llamándolos, por lo que se dijeron: “¡Qué
habrán hecho esta vez!”.
Antes de acercarse a la
piscina, los niños dijeron que les iban a dar una sorpresa, por lo que les
vendaron los ojos hasta el lugar convenido, y cuando se quitaron los pañuelos y
miraron aquello, les entró de todo.
Para simular a los nenúfares
que habían visto en la televisión, arrancaron cantidad de plantas y flores
metiéndolas en la piscina: hortensias, margaritas, gladiolos, geranios, gitanillas,
y otras que no sé nombrar, algunas incluso con sus tiestos, por lo que
siguiendo las leyes de la naturaleza se habían hundido hasta el fondo del agua,
tiñendo a esta de un sucio color marrón.
Juan y Carmen se quedaron
tan asombrados que estuvieron un rato sin
reaccionar, por lo que después de mirarse con ojos de “¿qué hacemos?”, ella tomó la iniciativa
para reprender a los niños y empezar a desmontar aquel desaguisado, y ya estaba
bien entrada la noche cuando más o menos todo estaba bajo control, pero la mayoría
de los macizos de flores habían quedado descabezados, y esto, no tenía
solución.
A la vuelta de sus amigos
cuando entregaron las llaves, les dijeron a estos que una “tormenta de verano”
había arrasado el jardín, pero lo del invernadero sin flores no pudieron
explicarlo.
Volvieron a su casa en la
ciudad los cuatro callados en el coche, porque las caras de sus amigos al
despedirse denotaban enfado; y con razón.
Pero lo sucedido ya no tenía
remedio, y al fin y al cabo “sólo eran flores”, como decía Ana, que aunque
disgustada al igual que su hermano, intentaba quitarle hierro al asunto ante la
torva mirada de su padre que se los hubiera merendado.
Pero bueno, otro verano más
había pasado; pero es que de este, se iban a acordar siempre: Ellos y sus
amigos.
Amén.
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