Estaba trabajando en Jerez de la Frontera y había
quedado con mi amigo Fernando, que se ocupaba de la misma zona acompañando a
“Kaito” su delegado en Cádiz, en que pararía en el Hotel Jerez para coincidir
con él, y efectivamente nos vimos a última hora de la tarde.
Decir que el tal “Kaito de pata negra”, como le
pusimos nosotros pues estaba gordo como un cerdo, tenía la curiosa costumbre de
que le entraban ganas de hacer sus necesidades en los sitios más insospechados.
Había frente al hotel un pub inglés, al que
dirigimos nuestros pasos para tomarnos una copa y charlar de nuestras cosas. Ya
en la barra con las copas servidas, nuestro amigo “Kaito” tuvo uno de esas
necesidades imperiosas a las que era proclive.
Decir que la puerta del pub y la puerta del servicio
de caballeros estaban en línea, interferida en aquel momento por una mesa
ocupada por cinco señoritas típicamente jerezanas.
Llevaba nuestro amigo unos minutos dentro, cuando a
mi amigo Fernando se le ocurrió llamar a su compañero tirándole de la puerta
del retrete que cedió al impulso, dejando ver al “Kaito” totalmente en pelotas,
subido en el wáter y gritando para que le cerráramos la puerta, la cual no solo
no hicimos, sino que Fernando abrió también la que comunicaba con el mostrador,
la mesa de las niñas y la salida, con lo que se armó un gran revuelo ante
semejante visión.
Nuestro amigo intentó bajarse y cerrar la puerta,
pero como estaba muy gordo y torpe se resbaló en el momento en que su esfínter
se ponía en movimiento, y no podréis imaginar lo que allí pasó.
El camarero cerró la puerta, el “Kaito” se vistió
como pudo pidiendo a continuación fregona y cubo para arreglar el desaguisado y
nosotros aprovechamos la coyuntura, entre el escándalo de las mujeres y
nuestras carcajadas, para pagar la cuenta y casi salir corriendo.
Cuando aquel pobre llegó al hotel con la corbata, la
camisa, los pantalones y la chaqueta sucia a más no poder, bramando
“jaculatorias” por esa boca ante nuestro cachondeo, no sabíamos dónde
escondernos, pues la broma había sido de las malas.
Menos mal que tenía, como todos los gordos muy buen
carácter y después que el pobre se duchó, nos fuimos por ahí a seguir tomando
copas como si nada hubiera pasado. Eso sí. Tuvimos que jurarle que no lo
contaríamos, aunque os podéis imaginar que no cumplimos nuestra promesa.
¡Cómo me acuerdo de mi buen amigo Fernando, que en
paz descanse, y de sus bromas! Lo hecho tanto de menos.