Hacía un precioso y diáfano día de la recién estrenada primavera, y como me pedía el cuerpo hacer algo distinto, decidí que daría un paseo por el campo que rodea mi pueblo e internarme por los intrincados caminos que no conducen a ningún lado, sólo a fincas aisladas, por sentir en plenitud la nueva estación en mis aletargados sentidos.
Iba con los poros abiertos aceptando cualquier sensación que me llegara de esta soledad verde y soleada, cuando varios perrazos enormes corrían hacia mi entre ladridos y babeos, por lo que me quedé con el ánimo congelado esperando lo peor pegado a una alambrada, y cuando ya el ataque era inminente, apareció un labriego pegando gritos y dándoles con un palo a los perros que quedaron mudos y jadeantes, no sin que uno se llevara un retal de mi pantalón y que me arañara la espalda con las púas de la cerca.
El hombre se disculpó conmigo, pero yo no sé ni qué le dije, para continuar mi camino con las piernas temblonas.
Tanto me palpitaba el corazón y tan cansado me sentía, que decidí sentarme un rato en un enorme tronco pegado a la vereda, bebí un trago de agua de mi botellita, y ya más tranquilo, arranqué unas margaritas y amapolas que crecían a mis pies, pero al acercármelas a olerlas, sentí un tremendo pinchazo en la mano, y es que me había picado no se bien si una abeja o una avispa, aunque imagino que el dolor sería el mismo. Me pude quitar el agujón, pero aquello se me estaba hinchando, por lo que me puse un remedio casero en la picadura: barro.
Seguí andando por inercia porque me quería volver ya, cuando vi una finca con vacas y caballos por lo que me acerqué a ellos, acaricié el lomo de un équido y me acerqué osadamente un poco a una vaca, pero me detuvo un resbalón al pisar una mierda enorme que dio conmigo en el suelo, ayudándome a incorporarme un presuroso granjero que vino en mi ayuda.
Me ayudó a limpiarme un poco, pero yo le di las gracias y tomé lo más rápido que pude el camino de regreso casi con lágrimas en los ojos por mi mala suerte, y conforme me iba acercando a mi casa noté que me picaba todo el cuerpo y que la mano de la picadura la tenía muy hinchada.
Llegué a casa y me quité toda la ropa que llevaba para quitarme el olor, los picores, y ver si mejoraba mi estado general, pero observé que tenía grandes ronchones por todo el cuerpo y lo ojos muy irritados, por lo que me vestí a la ligera y cogí el coche para ir a Urgencias del Hospital cercano, donde entré con un nuevo síntoma; y es que me costaba respirar.
Le expliqué lo que me pasaba al enfermero de la puerta, llevándome inmediatamente ante un médico que me puso una dolorosa inyección, ya que decía que tenía una enorme reacción alérgica.
“Huele usted muy mal, ¿se ha hecho sus necesidades?”
No, respondí, y entonces me di cuenta que llevaba los mismos zapatos del resbalón campero, por lo que muy amablemente me lo quitaron quedándome en calcetines, pero como estos también estaban contagiados, me dejaron descalzo.
A todo esto, me había venido sin teléfono y mi mujer no sabía nada porque estaba de compras con su hermana, por lo que me hicieron el favor de dejarme llamarla, y conforme le iba contando lo ocurrido, noté risas a mi alrededor, y es que se habían parado a escucharme un montón de gente, por lo que corté y salí de allí en cuanto pude, aunque las risas continuaban igual que las de mi mujer al llegar a casa.
¡Maldita primavera y maldito campo! Con lo bien que me sienta la ciudad y la polución.
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