miércoles, 24 de abril de 2019

Hermanos

Aunque hermanos de padre y madre, genéticamente de la misma sangre, ahí acababa todo, pues no podían ser más diferentes en todo. 
Uno, el menor, de constitución fuerte, rubicundo de mediana estatura, dado a los deportes, siempre rodeado de amigos, buen estudiante, aunque inconstante, alegre, abierto, dicharachero. 
                                                                   

Fue bastante rebelde durante la adolescencia y juventud, siempre preguntando los porqués de todo, lector incansable de cuanto libro caía en sus manos, y sin acabar sus estudios universitarios, empezó a trabajar muy joven en una empresa dedicada a maquinaria industrial con mercados por toda Europa y América, lo que le obligó a viajar bastante y a relacionarse con todo tipo de personas. 
                                                                  

Se casó joven y ya tenía un hijo apenas cumplidos los veinticuatro años, ya que decía que no quería que lo separara muchos años de sus hijos, para que no le pasara como a su padre, del que lo separaba además de “todo” más de cincuenta, por lo que jamás se entendieron. 
Era un hombre de pensamiento abierto, y aunque lo tachaban de izquierdista e incluso peyorativamente de “rojo”, la realidad que era social demócrata moderado, y a pesar de lo que decían sus allegados y algunas malas lenguas, jamás se afilió a ningún partido político. 
                                                                 

Le gustaba las charlas con familiares y amigos, en donde escuchaba y definía su pensamiento sobre cualquier tema, pero se retiraba inmediatamente cuando empezaban los gritos, las descalificaciones y si había alguno que se le “hinchaba la vena”. 
Su hermano mayor era un desgarbado flacucho, alto y moreno, obediente a los dictados paternos de los que jamás dudaba ni discutía, y del no se pudiera decir que fuera una persona cerrada, aunque tenía pocos amigos. 
Era un estudiante un poco torpe, pero que, con gran esfuerzo y fuerza de voluntad, acabó su carrera de medicina y se casó con la primera y única mujer con la que intimidó después de un largo noviazgo, y ya era casi cuarentón cuando empezó a tener hijos. 
                                                                  

lunes, 15 de abril de 2019

El candidato

Como posible vacuna ante el bombardeo electoral y electoralista que nos rodea en estos días, y a pesar de que estoy acostumbrado al rifi-rafe barriobajero al que ya nos tienen acostumbrado, y a pesar de que todos prometen y prometen para olvidarse al día siguiente de su elección, estoy convencido que este sistema, la democracia, es lo mejor y más justo para gobernarnos, y más convencido uno que como yo, ha conocido lo que es una dictadura, donde sólo por pensar o disentir diferente a la ortodoxia del régimen, te metían en la cárcel. 
                                                                  

Me quiero preguntar en voz alta para que todos lo sepan, cómo sería mi candidato ideal y al que votaría sin pensármelo dos veces, independientemente al partido al que pertenezca. 
Por supuesto tendría que ser una persona honrada, y aunque esto es muy ambiguo, explico lo que para mí es una persona honrada. 
                                                                  

El que no miente, el que ni roba ni ha robado, el que mantiene su palabra y sus promesas, el que es capaz de renunciar a lo suyo por el bien común, el que lleva una vida ejemplar en su entorno y fuera de él. 
Otra virtud que le pediría a mi candidato es la credibilidad. Que defienda lo que dice y promete sin importarle agradar a este o a aquel grupo, cuando sus recetas y soluciones representen un bien común para la mayoría. Que no insulte ni ataque a ningún oponente, con verdad o sin ella, sino que se dedique a convencer con su programa, con lo que de verdad va a cumplir.
                                                                   
 

Que defienda sus ideas y su programa hasta las últimas consecuencias; cumpliéndolos. 
Que defienda a las clases desprotegidas: Pobres, inmigrantes, niños desprotegidos, mujeres maltratadas, colectivos minoritarios, jubilados, desempleados, etc... 
Preocupación por las políticas sociales y que provea recursos suficientes para lo público: sanidad, educación, medio ambiente, igualdad de género, investigación.
                                                               
    
 
Que no haga recaer los mayores impuestos sobre las clases pobres y medias, sino que tengan que aportar más los que más tienen: grandes corporaciones, empresas tecnológicas multimillonarias, grandes fortunas, directivos y concejeros del Ibex 35, multinacionales, bancos y donde haya dinero en abundancia, penalizando el dinero negro, el fraude, la corrupción, “la ingeniería financiera”, los contratos fraudulentos y abusivos. 
Que erradique la pobreza, el chabolismo, la indefensión del débil. 
                                                                   

En resumen, le pediría, que fuera consciente de que se debe al que lo ha votado, que debe prevalecer el bien de las gentes y sus intereses, antes que los de su partido y al suyo propio. 
Si, todo esto le pediría. Espero que me aportéis personas que puedan encajar en estos criterios. 

miércoles, 3 de abril de 2019

Maldita primavera

Hacía un precioso y diáfano día de la recién estrenada primavera, y como me pedía el cuerpo hacer algo distinto, decidí que daría un paseo por el campo que rodea mi pueblo e internarme por los intrincados caminos que no conducen a ningún lado, sólo a fincas aisladas, por sentir en plenitud la nueva estación en mis aletargados sentidos. 
                                                               

Iba con los poros abiertos aceptando cualquier sensación que me llegara de esta soledad verde y soleada, cuando varios perrazos enormes corrían hacia mi entre ladridos y babeos, por lo que me quedé con el ánimo congelado esperando lo peor pegado a una alambrada, y cuando ya el ataque era inminente, apareció un labriego pegando gritos y dándoles con un palo a los perros que quedaron mudos y jadeantes, no sin que uno se llevara un retal de mi pantalón y que me arañara la espalda con las púas de la cerca. 
                                                                        

El hombre se disculpó conmigo, pero yo no sé ni qué le dije, para continuar mi camino con las piernas temblonas. 
Tanto me palpitaba el corazón y tan cansado me sentía, que decidí sentarme un rato en un enorme tronco pegado a la vereda, bebí un trago de agua de mi botellita, y ya más tranquilo, arranqué unas margaritas y amapolas que crecían a mis pies, pero al acercármelas a olerlas, sentí un tremendo pinchazo en la mano, y es que me había picado no se bien si una abeja o una avispa, aunque imagino que el dolor sería el mismo. Me pude quitar el agujón, pero aquello se me estaba hinchando, por lo que me puse un remedio casero en la picadura: barro. 
                                                                   

Seguí andando por inercia porque me quería volver ya, cuando vi una finca con vacas y caballos por lo que me acerqué a ellos, acaricié el lomo de un équido y me acerqué osadamente un poco a una vaca, pero me detuvo un resbalón al pisar una mierda enorme que dio conmigo en el suelo, ayudándome a incorporarme un presuroso granjero que vino en mi ayuda. 
                                                                    

Me ayudó a limpiarme un poco, pero yo le di las gracias y tomé lo más rápido que pude el camino de regreso casi con lágrimas en los ojos por mi mala suerte, y conforme me iba acercando a mi casa noté que me picaba todo el cuerpo y que la mano de la picadura la tenía muy hinchada. 
Llegué a casa y me quité toda la ropa que llevaba para quitarme el olor, los picores, y ver si mejoraba mi estado general, pero observé que tenía grandes ronchones por todo el cuerpo y lo ojos muy irritados, por lo que me vestí a la ligera y cogí el coche para ir a Urgencias del Hospital cercano, donde entré con un nuevo síntoma; y es que me costaba respirar. 
                                                                     

Le expliqué lo que me pasaba al enfermero de la puerta, llevándome inmediatamente ante un médico que me puso una dolorosa inyección, ya que decía que tenía una enorme reacción alérgica. 
“Huele usted muy mal, ¿se ha hecho sus necesidades?” 
No, respondí, y entonces me di cuenta que llevaba los mismos zapatos del resbalón campero, por lo que muy amablemente me lo quitaron quedándome en calcetines, pero como estos también estaban contagiados, me dejaron descalzo. 
                                                                    

A todo esto, me había venido sin teléfono y mi mujer no sabía nada porque estaba de compras con su hermana, por lo que me hicieron el favor de dejarme llamarla, y conforme le iba contando lo ocurrido, noté risas a mi alrededor, y es que se habían parado a escucharme un montón de gente, por lo que corté y salí de allí en cuanto pude, aunque las risas continuaban igual que las de mi mujer al llegar a casa. 
¡Maldita primavera y maldito campo! Con lo bien que me sienta la ciudad y la polución.