Marta y Laura eran dos
mujeres que estaban juntas desde la guardería, ya que eran vecinas en un
exclusivo parque residencial de familias más que pudientes, cumplidoras
católicas y muy conservadoras en todos los aspectos.
Fueron creciendo y pasaron
la adolescencia en el mismo colegio; tenían pocos amigos, y siempre fueron
inseparables y un poco “bichos raros”, o eso era lo que opinaban sus compañeros
de ellas. Estudiantes brillantes, por lo que a las familias les resultó extraño
que escogieran ambas una universidad navarra para sus estudios superiores, teniéndolo
todo a mano en Madrid.
Cuando volvieron a sus casas
en un periodo vacacional, reunieron un día a sus dos familias en una cena
conjunta porque querían anunciar algo, y todos con mucho recelo acudieron al
evento sin sospechar el motivo.
Los padres hablaron de sus
negocios, las madres, de temas más mundanos, y ellas atendían a todos con
medias sonrisas y pocas palabras, cuando ya en los postres, Marta dijo que quería anunciar algo.
Todos silenciaron sus
conversaciones, y expectantes, escucharon a la muchacha:
“Como sabéis, Laura y yo
llevamos juntas toda la vida, y queremos deciros que nos queremos, y nos
queremos más allá de nuestra amistad. Estamos enamoradas, y hemos decidido
vivir juntas en lo sucesivo. Esto queríamos deciros, y esperamos que lo
entendáis, porque os queremos.”
Todo el mundo se quedó en
silencio, entre asombrados y cortados. Ninguno esperaba aquello, por lo que
pasado unos pocos minutos de conversaciones banales, cada familia volvió a su
casa.
Sólo la madre de Laura
reaccionó bien, abrazando a su hija al llegar a casa y deseándole lo mejor,
pero su padre no volvió a dirigirle la palabra. En la otra familia, decidieron
que esto era bochornoso y que no lo admitían.
Ambas volvieron a Pamplona,
acabaron sus carreras, empezaron a trabajar y desde aquel lejano día vivieron
juntas y enamoradas, y un buen día decidieron ser madres.
Las relaciones con sus
familias habían sido nulas en todo este tiempo, por lo que se sorprendieron
mucho cuando ambas familias se presentaron en los dos partos, y como si nada
hubiera pasado, se normalizaron las relaciones familiares o casi, porque el
padre de Marta, aunque acudió a todo, nunca se mostró conforme con la situación.
Ellas dicen a todo el mundo y a sus pequeños, “que son dos hijos, dos madres y
dos padres en una sola familia”.
Son felices y se quieren,
¿Qué más se puede pedir?
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