(Dedicado
a mi amiga Ana Pereyra con mi respeto y cariño)
“Ya
no puedo más, es hora de volver a casa y descansar después de esta
agotadora jornada de más de doce horas”.
Ana,
cerró su ordenador, recogió el cuaderno donde tomaba apuntes y se
preparó para marcharse. Estaba agotada.
Trabajaba
para una empresa de diseño gráfico, pero a ella lo que le atraía
de verdad vocacionalmente era el mundo de la ropa, la moda y su
diseño, por eso cuando de vez en cuando veía un momento libre en su
cansado trabajo, dibujaba en su bloc todo lo que se le ocurría.
En
la calle hacía frío aunque la primavera estaba recién iniciada, y
ya los naranjos empezaban a mostrar su oloroso azahar. Se abrigó y
cogió su moto para volver a casa. ¿A casa?
Vivía
con su madre y la última se sus conquistas, pues era una viuda de
cincuenta años y no renunciaba a reivindicarse como mujer
apetecible.
Al
abrir la puerta de su casa, se encontró como casi siempre a su madre
y pareja discutiendo acaloradamente, con la televisión a tope y más
de ocho litronas de cerveza vacías.
Ni
saludó siquiera, ni nadie lo echó de menos, por lo que se dirigió
a su habitación directamente para aislarse de semejante desafuero.
Se
puso cómoda después de echar el pestillo de la puerta que la
aislaba apeteciblemente de lo que había visto al entrar. Sacó el
bocadillo y la Coca-Cola que había comprado al paso, y puso suave su
música preferida.
Tenía
que romper con aquello pero no sabía cómo, ya que aunque
económicamente su madre estaba bien, era ella quien pagaba las
facturas de luz, agua y gas, cuando ya estaban a punto de cortarlas
por impago.
Esa
noche tomó la decisión, ya que no podía seguir desperdiciando los
mejores años de su vida sin conseguir sus objetivos. Rompería con
todo e iniciaría una nueva vida, por lo que alquiló al otro extremo
de Madrid un apartamento que se podía permitir pagar, tomó todas
sus cosas incluidos su ordenador y demás artilugios, y una noche en
mitad de la madrugada salió de su casa para no volver, sólo dejando
una escueta nota de despedida.
Precavidamente,
dejó su número de teléfono a una amiga de la vecindad por si
ocurría algo auténticamente grave, y empezó o imaginó que
comenzaba una nueva etapa de su historia.
Acortó
su etapa laboral sólo a las mañanas, y por las tardes se dedicó a
intentar poner sus sueños como prioridad, creando en Internet un
portal de diseño de modas en 3D, que vendía a quien le interesaba,
haciendo un pase de modelos personalizados para quien pagara los 120
€ del coste.
Poco
a poco y en cuentagotas, fueron llegando algunos encargos, pero el
espaldarazo definitivo vino de una gran cadena de tiendas de modas,
que la quería en exclusiva por sus diseños juveniles de una
actualidad fuera de todo lo que existía.
Al
año y medio de iniciar el nuevo proyecto, ya había dejado su
antiguo trabajo y tenía a dos personas trabajando para ella, pero
aún seguía disconforme con este dinero relativamente fácil que
estaba consiguiendo, por el que se embarcó en crear su propia línea
de ropa.
Alquiló
una pequeña nave industrial y compró maquinaria de segunda mano
para confesionar su ropa, lo cual pudo llevar a cabo por la herencia
recibida al morir su madre prematuramente y vender el antiguo piso
familiar.
El
negocio resultó un poco lento, ya que los proveedores exigían mucho
y querían fijar los precios, por lo que en vez de amilanarse, se
quedó con una cadena de cuatro tiendas de modas que habían
fracasado y cerraban, por lo que cerró el circulo que tanto había
soñado.
Este
paso adelante significaba un cara o cruz de éxito o ruina, pero ella
tenía una gran capacidad de trabajo, y es que ya dependían de ella
treinta y dos personas.
Después
de algunos años, un día en una reunión de amigos ella me contó
personalmente su historia. Ahora con cerca de cuarenta años es su
marido quien la acompaña en el negocio, y pronto alguno de sus
cuatro hijos.
Y
sigue inventando cosas, algunas le sale bien y otras no, lo cual no
quita que siga intentándolo, pues en ello le va la la alegría de la
vida.
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