Como
cada verano habíamos coincidido mi primo Juan, de once años y yo
que era un poco menor, en la casa de los abuelos en el Aljarafe
sevillano.
La
siesta era un obligado cumplimiento desde las tres de la tarde a las
cinco y media, pero mi “maestro” y yo, ya teníamos experiencias
pasadas y sabíamos escaparnos del secular martirio para dedicarlos a
la ciencia del saber y la experimentación, ya que él era un
científico en formación.
En
veranos anteriores, ya incendiamos el establo del abuelo con el tema
de los espejos de aumento que concentran los rayos del sol, y un poco
de tiempo atrás no conseguimos que se aparearan un gallo y una
coneja, aunque el problema fue entonces que se escaparon los animales
enjaulados, pero si conseguimos que el perrito de la abuela volara
por la cuesta de cemento con las cáscaras de nuez pegadas en sus
pezuñas.
Aquel
día de Agosto decidimos demostrar por qué un animal como el gato,
no conseguía nunca abrir la jaula de los canarios y zampárselos.
Como
habíamos hecho siempre, saltamos por la ventana de nuestra
habitación al patio interior, de donde descolgamos la jaula de los
plumíferos, le atamos una cuerda y los lanzamos al pozo dejándolos
sólo a un palmo del agua.
Yo
me encargué de congraciarme con el minino que dormía plácidamente
en el rellano de la escalera, y con caricias malintencionadas lo metí
en el cubo de cinc, que servía para sacar el agua del pozo.
Pero
el experimento fue un fracaso, ya que los canarios arrullados unos
con otros no se movían y el gato en el fondo del cubo sólo maullaba
lastimosamente sin atender a su cercana y tal vez certera cacería.
Pero
aquella memorable tarde, todo acabó abruptamente cuando el abuelo
nos descubrió, pero con tan mala fortuna que al salir por pies
caímos en una gran montaña de excrementos que aquí llamaban
estiércol.
Nos
castigaron a sentarnos en aquel montón maloliente, hasta que en las
primeras horas del ocaso, la abuela se apiadó de sus golfos nietos y
nos dio una botella de gel y a golpes de fríos manguerazos pudimos
librarnos del pestilente olor.
Mi
primo escribió en su cuaderno de campo:
A)
Los sujetos en estudio fueron llevados al lugar del ensayo con todas
las garantías que el procedimiento requería.
B)
Nos resultó extraño que el gato teniendo tan cerca la jaula no
fuera capaz de abrirla para zamparse a los canarios, y muy al
contrario parecía la victima del experimento.
C)
La abrupta forma del final del procedimiento hace necesario volver a
practicarlo, aunque habrá que buscar a un tercer colaborador para
vigilar a los mayores e inexpertos familiares que se oponen a la
ciencia empírica de los científicos en ciernes.
Ya
en la cama y en animada conversación entre primos y con el
persistente olor a mierda que el jabón no nos había quitado,
decidimos que nuestras correrías merecían la pena, aunque fuéramos
unos incomprendidos estudiosos de la ciencia.
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