martes, 9 de octubre de 2018

La conciencia tranquila


Cuando se es joven, pocas cosas te quitan el sueño: algún amor frustrado, la pelea con algún amigo, y quizás algún examen trascendental o la responsabilidad del primer trabajo.
                                                                   
                                                          

Por el contrario, conforme se va siendo mayor, ya irrumpen otros motivos: falta de dinero, enfermedad de un hijo o la de un familiar cercano, la pérdida del trabajo, y las que ustedes quieran poner. Pero es ya en la ancianidad (bueno tampoco se han de tener noventa años), cuando algunas cosas graves o que no hicimos bien y eran una bellaquería nos bullen en la conciencia, pero no para arrepentirnos y quitarnos el sueño, sino para irlas maquillando conforme va pasando el tiempo hasta mentalizarnos de que nada tienen que ver con ninguna mala actuación, porque las justificamos hasta verlas como normales o por lo menos no reprobables.
                                                                   


Vengo a referirme con esto, a que un día al ir a comprar a un gran supermercado de donde era gerente un buen amigo, estábamos charlado antes de iniciar mi compra, cuando se nos acercó un chaval de trece o catorce años para decirle, que había dos chicas en el pasillo de las bebidas alcohólicas que se estaban guardando entre las ropas varias botellas de licor, para no pagar se entiende,  marchándose mi amigo para atrapar a las ladronas.
                                                                     


Yo empecé mi compra y en algún momento de esta, me fijé en una señora de mediana edad con un carrito y un niño, que ocultaba entre los ropones del niño varias cosas de primera necesidad, acertando a ver  lentejas, aceite, macarrones y  alguna lata. Disimuladamente, seguí a la señora hasta la caja, donde sólo pagó el importe de dos barras de pan. Pagué mi compra y me fui sin delatarla, y nunca me ha remordido la conciencia.
                                                                      


Fueron dos robos, sí; pero uno eran artículos prescindibles, y los de la señora eran de primera necesidad, aunque ambos eran robos, pero mi conciencia justificaba solo uno de ellos.
                                                                   


La ley nos dice claramente qué es un robo, pero distingue poco entre quien roba un carro de comida y quien se apropia mediante engaños de los ahorros de la gente, y me pregunto si eticamente eso es justicia, y tenemos montones de casos semejantes cada día en las noticias.
También me pregunto ¿Duermen con la conciencia tranquila los protagonistas de ambos casos?
                                                                        


Seguramente dormirá peor la madre que robó alimentos para su casa, que el depredador que se llevó el dinero de los pequeños ahorradores.
Es una opinión.

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