Las semanas, los días, las
horas, minutos y segundos, van completando este año que acaba sin darnos
cuenta; todo ha sido un soplo, un mínimo estornudo dentro de esta eternidad que
es continua y en la que la historia de la tierra será nada.
Cada uno de nosotros con
nuestra pequeña historia que solo a nosotros nos importa; y nos decimos: “lo
único que lamento en realidad, es que la única posesión que llevo conmigo es un
saco de pérdidas. Soy el único propietario del recuerdo de las cosas que tuve,
y parece que está bien, pues parece que las aprecio más ahora que no las tengo”.
La gente se ha visto con
tanta frecuencia herida, atrapada y torturada por ideas y enredos, que no
comprende, que ha llegado a creer, que todo lo que desborda su comprensión es
depravado y malo, cosas que hay que extirpar y destruir, si no tú, cualquiera; no
hacen más que protegerse del daño espantoso que pueden causar las cosas
pequeñas cuando crecen.
Y así entre incomprensiones,
rechazos y creencias, vamos estirando este elástico al que llamamos vida,
sabiendo que un día ya no podremos estirarlo más y se romperá, y entonces, ya nada
importará, y acabaremos cerrando el ciclo de la vida con la muerte.
Por eso es tan importante que
mientras juguemos esta partida de la vida (aunque sea con naipes trucados),
perdamos el miedo a decir la verdad, a no hacer nada a nadie que no queramos
que nos hagan a nosotros, que ayudemos al que sufre, al que no ha tenido suerte
y desespera, que nos pongamos en el lugar del otro, del diferente, del que no
piensa igual, o no entendemos, que seamos amables y pausados, que procuremos escuchar,
escuchar, escuchar…
Sólo debemos esperar morir
en paz con nosotros mismos cuando esto llegue, pero mientras, disfrutemos de
las pequeñas y grandes cosas que estén a nuestro alcance.
El mejor regalo es un beso.
Os deseo lo mejor en los
próximos tiempos.