Ya desde el colegio, había
sido un niño solitario que siempre se quedaba en un rincón mirando como sus
compañeros y compañeras jugaban o simplemente charlaban entre ellos, pero él
nunca se integró en ningún grupo, ni tenía amigos, ni los quería. Sacaba
regularmente los cursos, siempre muy justito, pues según sus profesores, era un
niño inteligente pero que no quería dar de sí más de lo necesario para ir
aprobando. Vivía en un mundo de fantasías alimentado por la gran cantidad de
comic que leía, y donde se imaginaba como héroe de hazañas que no eran las
suyas, pero así le funcionaba su cabeza.
Era un niñito muy blanco,
casi transparente y enclenque, que con los años no había mejorado. Ya en su
adolescencia, se sintió identificado con los chicos que se autollamaban los
“góticos”, y empezó a utilizar ropas negras y a maquillarse como sus vampiros
de los tebeos, por lo que empezaron a llamarlo en su barrio “Wampi”.
Salía de su casa al
anochecer, ataviado de murciélago para dejarse ver sólo en lugares solitarios,
donde se refugiaban las parejitas para robarse besos y caricias, incluso alguna
intentaba llegar a más, si no fuera porque en lo mejor, aparecía “Wampi”,
asustando con sus colmillos postizos y su negro atuendo que resaltaba su
cadavérico aspecto.
Esto, le había proporcionado
pocas satisfacciones y varios disgustos, pues en una ocasión, lo habían
abofeteado y quitado sus colmillos, que acabaron mezclados con excrementos
cánidos. Otra vez, lo esperaron un grupo de chicos tras una tapia, y cuando apareció,
lo dejaron desnudo y cubierto de orines de los hilarantes mozalbetes.
Hacía poco, lo tuvieron que
ingresar en traumatología, pues no se sabía bien si fue por efecto de algún
alucinógeno o que se hubiera fumado alguna sustancia prohibida, el caso fue, que se tiró desde un balconcillo que
tenía en su dormitorio, pensando que podía volar; menos mal que vivía en un
primero, si no sería un cadáver esta vez de verdad.
Ni que decir, que sus padres
preocupados por sus nefastas correrías, lo sometieron a vigilancia, lo llevaron
al psiquiatra, le impusieron castigos, pero nada de esto hizo
que el aprendiz de Drácula cejara en su empeño, ya que por otro lado se
creía tocado por la magia de sus héroes del papel, para lo cual incluso se
había introducido en el mundillo de los ilusionistas, para aportar sus trucos
en sus puestas en escena.
Todo esto siguió hasta bien
cumplidos los veinte años, donde sus nefastas correrías le siguieron causando
más palizas que satisfacciones, y un buen día sin que pasara nada especial,
desapareció del barrio, de su casa y de la vida familiar, dejando una nota
diciendo sólo: “adiós a todos”.
El barrio siguió su vida
normal, la realidad que un poco más tranquilos con la deserción de su “héroe”,
aunque la comidilla común, las charlas diarias sobre el “Wampi”, se acabaron.
Pasado algunos años alguien
comentó en el barrio, que habían visto a nuestro antiguo noctambulo con traje y
corbata como director en una céntrica sucursal
de un importante banco, pero en verdad es que la mayoría del personal decía,
que no iban a verlo aunque estuviese regalando los créditos.
¡Qué pena que se estén
acabando los imaginativos héroes!
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