Había sacado nuevo libro mi
amigo Rafael Barroso y me dirigía a Sevilla desde este rincón del Aljarafe a mi
librería favorita. Iba en este tren que llaman “de cercanías” que me llevaba entre
un paisaje que presentía desenfocado, ya que las nubes cual volutas de humo,
amenazaban a ratos sol y a poco lluvia,
cuando al pasar por la cercanía de Camas, contemplé ese pequeño huerto de
difuntos que es el cementerio, con su vergel artificial de plastificadas
flores, sus inscripciones lapidarias que ni leen vivos y mucho menos los fantasmas
de los que fueron algún día.
Y apenas separados por una fina membrana en
forma de tabique o pared, el patio trasero de una casita donde una madre atareada
en colgar ropas en el tendedero, no dejaba de vigilar a su pequeño vástago que
jugaba entre plantas y charcos.
¡Qué poco separa vivos y
muertos!
Esta es la gran verdad de
nuestra especie que define nuestra existencia y que no se entiende la una sin
la otra,(nacemos con fecha de caducidad) pues sólo hace falta un corto y estrecho pasillo para transitar de un lado a
otro, aunque en nuestra soberbia de rey de la creación, nos creamos
invencibles, que la muerte es cosa que les pasa a los demás y que vemos muy
lejos el que nos llegue a nosotros. ¡Ilusos!
Si cualquiera de los que ya
peinamos calvas y canas, pasásemos a cámara lenta los momentos de nuestra vida
en que sólo nos separó un corto paso la vida de la nada, si contásemos los familiares,
amigos y conocidos que vimos un día sin saber que sería nuestro último
encuentro, dejaríamos la soberbia de especie depredadora para valorar lo que
tenemos en lo que vale, y no me refiero a los bienes materiales, sino a esa
fortuna invalorada y no recuperable cuando se pierde que representa vivir.
Dirán los desesperados por
acuciantes problemas que creen irresolubles que ya no quieren seguir, los
enfermos terminales sin esperanzas, los miles de personas que malviven como
animales, que para qué la vida, si ante su problema no ven luz, o que su final es
irreversible, o que vivir en esas terribles circunstancias no sale a cuenta.
Pero nadie pasa exactamente por
las circunstancias y el momento de los demás, no somos quien para ocupar el
lugar de nadie; cada uno de nuestro yo es personal e intransferible, por eso
donde alguien ve un problema, tú ves una oportunidad, o quien posee cosas que
valoramos, para esa persona no tienen la menor importancia.
¡Paradojas de la vida! Nadie
está totalmente contento con lo que tiene, pero ¿y si les plantearan que su final
está cerca, que se les acaba el bien más preciado que tienen, qué importancia
les darían a esas minucias materiales?
Alguien dijo: “La gran
tragedia de la vida no es la muerte. La gran tragedia de la vida es lo que
dejamos morir en nuestro interior mientras estamos vivos”.