lunes, 18 de julio de 2011

Sólo sé que pasó

Todo estaba en silencio, nadie hablaba. Sólo se escuchaba música militar en la radio del cercano bar. En un portal tres viejas cuchicheaban con caras serias y una de ellas lloraba.
Los militares se habían sublevado contra el gobierno. 
Había una guerra. 
Los hombres desaparecieron del pueblo camino de sus quehaceres. Por la tarde, se escucharon tiros en el cuartelillo de la Guardia Civil, y por la noche llegaron unos hombres armados en un camión, cantando y medio borrachos. Se llevaron a algunos viejos y jóvenes, entre los gritos y llantos de sus familias que les hacían hatillos con un poco de ropa para el viaje, que según decían acabaría en la ciudad.
                                                                                     
A la mañana siguiente sus cadáveres cubiertos de sangre se encontraron en una cuneta de la carretera. Muchos casquillos de bala y dos botellas de aguardiente vacías.
Todas las puertas de las casas estaban cerradas. Sólo se salía a por lo imprescindible. El terror se veía en las caritas de los niños y debajo de los pañolones negros que cubrían la cabeza de sus madres y abuelas.
A los pocos días volvía a llegar otro camión, también con hombres armados pero con otra bandera que pusieron en el mástil del balcón del ayuntamiento. También se llevaron a otros hombres que antes se habían alegrado por la suerte del pueblo y por los arrestos.
También aparecieron asesinados. Ya no quedaban sino mujeres,  viejos y niños en las casas.
Había una guerra.
En los campos donde antes se veían crecer las espigas del pan de mañana, ahora sólo había hombres contra hombres, hijos contra padres, hermanos contra hermanos.
A cada cual le había tocado luchar  donde se encontraba en el momento de la movilización, sin importar sus ideales, pues nadie  les había preguntado lo que pensaban.
Había una guerra. No  importaba, sólo eran peones de un incierto tablero de ajedrez, cuya partida  jugaban otros.
Siempre con miedo, siempre con hambre, escondidos y esperando noticias no de la guerra, sino del padre, hermano, marido o novio. De los tiros se encargaban algunos que tenían ideas a secas o malas ideas.
Había una guerra.
                                                                               
Al final ganaron, ¿Ganaron? los de un lado, y unos pocos volvieron al pueblo contando cosas, y nunca más se les vio sonreír.
Siguió el hambre, la muerte por enfermedades comunes, pues si no había dinero para cubrir las necesidades básicas, mucho menos para comprar de estraperlo los medicamentos necesarios que salvaran la vida del viejo o del niño o de su madre. 
Había acabado la guerra.
Años de silencio, de llantos por los ausentes, de sobrevivir a todo y a todos. La cabeza vacía y el estómago llenándose con lo justo, saliendo del agujero poquito a poco. Sobrevivientes en esta pobre tierra llamada España.
                                                                               
Ya no somos los mismos, pero hay que acordarse de aquello para que el odio entre hermanos no nos ciegue y aquel horror, vuelva a pasar otra vez.
De aquel aquelarre de muerte hoy hace setenta y cinco años. No queda casi nadie de entonces. Sólo cadáveres enterrados, unos en cementerios, otros en campos y cunetas.
Vivamos sin mirar atrás. ¡Qué bella es la vida!

1 comentario:

  1. Meu amigo , seja muito bem vindo ao meu cantinho!
    Precisando de alguma coisa da amiga aqui....é só deixar recado,tá?
    Um abraço bem grandão de boas vindas da amiga Cátia.
    http://catiaartesmanuais.blogspot.com/

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