domingo, 29 de diciembre de 2019

Todo tan rápido...


Las semanas, los días, las horas, minutos y segundos, van completando este año que acaba sin darnos cuenta; todo ha sido un soplo, un mínimo estornudo dentro de esta eternidad que es continua y en la que la historia de la tierra será nada.
                                                                  


Cada uno de nosotros con nuestra pequeña historia que solo a nosotros nos importa; y nos decimos: “lo único que lamento en realidad, es que la única posesión que llevo conmigo es un saco de pérdidas. Soy el único propietario del recuerdo de las cosas que tuve, y parece que está bien, pues parece que las aprecio más ahora que no las tengo”.
                                                                    


La gente se ha visto con tanta frecuencia herida, atrapada y torturada por ideas y enredos, que no comprende, que ha llegado a creer, que todo lo que desborda su comprensión es depravado y malo, cosas que hay que extirpar y destruir, si no tú, cualquiera; no hacen más que protegerse del daño espantoso que pueden causar las cosas pequeñas cuando crecen.
                                                                     


Y así entre incomprensiones, rechazos y creencias, vamos estirando este elástico al que llamamos vida, sabiendo que un día ya no podremos estirarlo más y se romperá, y entonces, ya nada importará, y acabaremos cerrando el ciclo de la vida con la muerte.
                                                                       


Por eso es tan importante que mientras juguemos esta partida de la vida (aunque sea con naipes trucados), perdamos el miedo a decir la verdad, a no hacer nada a nadie que no queramos que nos hagan a nosotros, que ayudemos al que sufre, al que no ha tenido suerte y desespera, que nos pongamos en el lugar del otro, del diferente, del que no piensa igual, o no entendemos, que seamos amables y pausados, que procuremos escuchar, escuchar, escuchar…
                                                                       
 

Sólo debemos esperar morir en paz con nosotros mismos cuando esto llegue, pero mientras, disfrutemos de las pequeñas y grandes cosas que estén a nuestro alcance.
El mejor regalo es un beso.
Os deseo lo mejor en los próximos tiempos.

                                                                   


miércoles, 18 de diciembre de 2019

Ser mejores


Palabras no dichas o equivocadas, pensamientos erróneos, justificaciones que sólo nos convencen a nosotros: así somos todos, así nos justificamos.
Vemos un mendigo, y con asco porque haya algún contacto, casi dejamos caer la moneda para que nuestros dedos no rocen su sucia mano, y este gesto y su acción correspondiente, nos hace sentir mejores, justificamos así toda la mala conciencia que tenemos de nosotros mismos.
                                                                    


Si pensásemos cuando hablamos en lo que decimos, no haríamos daño al que nos está escuchando o del que estamos hablando. ¡Qué fáciles las palabras y que difícil rebobinar una vez dichas!
                                                                       


Vivimos en el pasado, en el momento mejor de nuestra historia, y nos cuesta asumir nuestros fracasos, porque estos siempre los achaquemos a la culpabilidad de los demás: me tenían ganas, el jefe me ninguneaba para cansarme, es mentira lo que dicen que hice, no fue culpa mía, etc., etc.
Y lo peor de todo esto no es superar un mal momento personal por complicado que este sea, pues siempre hay luz al final del túnel. Lo peor, es el odio que sentimos hacia la persona aquella que nos hizo la faena y nos cambió la vida placentera que llevábamos; ese momento en el cual pensamos como el de máxima satisfacción personal.
                                                                     


El odio, ese odio que intentamos superar y desechar pero que siempre vuelve, que no olvidamos aunque nos empeñemos en ello, y que nos carcome siempre que pensamos en esa dichosa vida anterior.
                                                                      


Dicen que no se debe odiar, que el odio nos autodestruye sin ningún beneficio, pues es muy difícil que la vida de tantas vueltas que podamos devolver la faena que nos hicieron. Es casi imposible.
Pero aunque podamos devolver el mal que nos hicieron, tampoco estaríamos satisfechos, querríamos la aniquilación completa de esa persona, y tampoco descansaríamos tranquilo, pues ese pozo una vez que se llena no se vacía nunca.
                                                                    


Tratemos de ser mejores, tratemos a los demás como quisiéramos ser tratados, no despotriquemos de nadie aunque se lo merezca, tratemos de olvidar el odio, aunque esto último creo que es imposible, pero si podemos desechar la imagen en nuestra cabeza cuando nos viene. Sufrimos con ello y no conduce a nada.
¡Que Dios os bendiga a todos y paséis una Natividad feliz con los vuestros y con todos los que os rodean!

lunes, 9 de diciembre de 2019

Deterioro personal y cambio climático


Despierto con los primeros ruidos de la mañana (no suena ningún trino de pájaros), ya a las seis; y no me lo pienso: me levanto con tranquilidad para no marearme, y sin querer, echo de menos cuando me levantaba de un salto.
Al entrar en el cuarto de baño, no puedo dejar de mirarme en el espejo, y me veo tan deteriorado, tan diferente a la imagen de mi juventud, a la lozanía de los pocos años, ¿Será esto natural o es que de alguna manera me afecta el cambio climático?
                                                                      


Desayunando, constato la dificultad de masticar con las recién estrenadas prótesis dentales, otra causa más del desgaste personal, así que rumiando estos pensamientos, me acabo mí tostada con aceite y ajo.
“Estos zapatos me aprietan en el dedo de enmedio”. ¿Más cosas?
                                                                      


Me voy haciendo la rutina de cada mañana: la compra en el súper, la farmacia (ay la farmacia), y por el camino veo tirados por el suelo, una lata, una botellita de agua, propaganda comercial, y aunque la gente me miren preguntándose por qué hago esto, las recojo y las deposito en el contenedor correspondiente, igual que hago en casa con los residuos: reciclarlos.
                                                                      


El día está entre brumoso y nublado, con una niebla espesa que se pega en la ropa, y no es humedad solamente, sino que viene acompañada de suciedad. Así tenemos el aire que respiramos.
                                                                   


¿Hasta cuándo continuaremos ignorando el deterioro de nuestro entorno? Lluvias torrenciales que no empapan la tierra sino que destrozan los cultivos, temperaturas anómalas en cualquier época del año que nos hacen tener a mano toda la ropa porque no sabemos si mañana hará frío o calor, los glaciares milenarios derritiéndose cada vez más aprisa, las grandes cataratas con ridículos chorrillos, especies de todo tipo de bichos que desaparecen para no volver, los pulmones forestales y selváticos envueltos en incendios descontrolados, gentes en el tercer mundo que ya no tienen agua para el ganado, ni yerba con que alimentarlos, etc., etc.
                                                                       


Como para estar tranquilo con lo que se nos viene encima, y para colmo, los países que más contaminan como si no fuese con ellos, como si fuera más importante sus pequeñas ambiciones que las catástrofes que seguro le alcanzarán en cualquier momento, y que de seguir así, llegaran a un punto de no retorno.
¡Seguid, seguid, malditos! ¡Seguid volviendo la cabeza!

lunes, 2 de diciembre de 2019

Honestos, honrados, ¿Lo somos?



                                                                    

                                                                   
Cuando vemos a alguien hacer algo inapropiado, lo normal sería afearle a esa persona su forma de actuar, o si está hablando enfadado o rojo de ira, parar las barbaridades que esté diciendo, pues nos sentiríamos ultrajados, y sentiríamos la obligación de irnos o denunciarlo. Incluso pararlo por la fuerza.
Pero, ¿y si el que estuviese obrando de tan mala forma fuese nuestro jefe, o una autoridad competente, o nuestra mujer, o nuestro hijo, seríamos capaces de pararlo en público? ¿Y en privado?
                                                                     


Si fuésemos honestos y honrados, siempre afearíamos a esa persona su actitud, pero si somos un poco sinceros con nosotros mismos, sabríamos que en unos casos lo haríamos, pero en otros no, por lo que nadie es horado y honesto casi nunca.
Y ya no digamos si la tropelía la hemos hecho nosotros mismos o nuestro hijo, porque en estos casos seguro que trataríamos por todos los medios de justificarla, camuflarla con alguna mentira oportuna, o con el atenuante de la edad,  o con nuestro/su enfado o embriaguez, o con la consabida frase de “lleva algo de razón, pero la pierde por cómo lo manifiesta”.
                                                                      


Por eso me causa vergüenza ajena, cuando alguien habla de sí mismo, o de su parentela, o de su superior, como que es gente “honrada, honesta y honorable”.
No amigos, nadie lo es de forma absoluta; y es chocante como muchas veces, (vean la televisión, lean los diarios, escuchen la radio, o husmeen por las redes sociales), escuchas que alguien  dice señalando al corrupto, al cretino, al todopoderoso patrón, al mandamás de turno, que es una persona llena de virtudes y sin mácula, que es honorable, honrado, honesto, y sincero con sí mismos y con los demás.
                                                                       


Desde mi punto de vista, desconfío por principio de esa persona que me señalan como si fuese el arcángel Gabriel, pues a poco que raspes en su vida, en su historia, te darás cuenta que no, que no está tan limpio como dicen sus acólitos.
                                                                      


Pero es que esto es así. El ser humano es una suma y una resta de virtudes y defectos; pero es culpable y deshonesto el hombre público que actúa mal, porque perjudica a sus semejantes, y es responsable de muchas de sus calamidades e iniquidades, que aunque le pueden parecer un pecadillo menor al que la hace, pisotea al que la sufre.
Habría que ir por la vida como Diógenes, el filósofo de la antigua Grecia, que iba por la calle con un farol “buscando un hombre honrado”.

viernes, 22 de noviembre de 2019

Fogata con sorpresa


Esas mañanas de intensa humedad y una niebla que se corta, que me hace pensar en la más que triste Irlanda,  y que ya rayanas las horas del mediodía, no abren hacia un espléndido sol, sino que se tuercen hacia los chubascos intensos que te hacen resguardarte en el calor de la casa, o si tienes posibles y estás de asueto, te vas a malgastar dinero a cualquier centro comercial, o aprovechas para tomar un café con ese amigo que te encuentras casualmente y que hacía tiempo que no os veías.
                                                                   


Yo opté por resguardarme con un libro frente a la chimenea, donde una vez cebada bien de troncos, risporroteaban alegremente a la vez que calentaban mis helados pies.
Esto de tener un centro de calor tan inusual en los días que corren, tiene el valor añadido en que de vez en cuando, se te queda la mirada pegada a las llamas y la mente se espereza hacia cosas ya  inauditas y complejas o simples, pero siempre presentes aunque no queramos acordarnos de ellas.
                                                                       
  
Estaba así entre la ensoñación y el libro, cuando la candela, que tenía lo que parecía una raíz enorme que no acababa de arder, le fui arrimando maderas más pequeñas para avivar el fuego, pero aquella gran raíz se quemaba muy lentamente e iba tomando una forma de calavera que no me gustaba nada.
Y el caso fue, que aquello que parecía una raíz, para mi sorpresa era de verdad un cráneo humano, y no sabía qué hacer. Busqué al vecino de la casa contigua que trabajaba en un hospital, y al contemplar este amigo aquel cráneo chamuscado y ratificar mi hallazgo, me instó a llamar a la Guardia Civil, que fue lo que finalmente hice.
                                                                     


Vino la policía, un forense, y la casa se me llenó de gente extraña, mientras yo contestaba a las preguntas de la autoridad, dándole el teléfono y el nombre del suministrador de la leña y un montón de datos que me pidieron, y percibí en sus miradas  que dudaban de mí y que acaso pensaban que yo era un asesino, menos mal que mi mujer volvió de sus compras y esto me tranquilizó un `poco y a ellos también, y hasta tomaron café.
                                                                     


Aún estoy esperando después de muchos días alguna información, aunque a mi amigo Manuel que me trae los troncos, lo marearon bastante.
Me estoy planteando pasar por rayos X la próxima carga de leña, no sea que me vuelvan a colar por el mismo precio algún resto humano.
Terrible.

miércoles, 13 de noviembre de 2019

¡Qué complicado vivir!


A los cincuenta años se había quedado viudo y con un hijo de trece años con síndrome de Down, al que dedicaba todo su tiempo que no era trabajo: lo llevaba temprano al autobús que lo recogía para llevarlo al colegio de educación especial, y se iba al taller de imprenta en donde era encargado, gerente, director y accionista, hasta que a las cinco volvía a recoger a su hijo, con el que no tenía un minuto libre hasta que lo acostaba a las nueve de la noche, y ahí empezaba sus únicos ratos de asueto, que dedicaba a leer sobre la enfermedad de su hijo y a bucear por la red, ya que pertenecía a un grupo de padres y madres con los mismos hijos-problemas.
                                                                     


Su rutina cambió cuando conoció a una madre que había perdido a su hija con un problema parecido, por lo que después de chatear un tiempo por “Skype” con ella, decidió conocerla en persona.
                                                                       


Era una mujer morena de una belleza madura, abierta, simpática y lo que mejor le parecía, que se veía comprensiva y dispuesta a compartir sus sufrimientos, inquietudes y obligaciones, por lo que empezaron a vivir juntos, hasta que un día por presiones de ella se casaron, y entonces empezó todo a cambiar.
                                                                   


Ella empezó a delegar en empleadas de hogar sus obligaciones con el chico, y a intentar vivir a lo grande, pasando la mayor parte del tiempo fuera de su casa: compras, viajes, comidas y caprichos que él pagaba sin rechistar, hasta que un día todo explotó a cuenta de las desatenciones con su hijo y la escalada de gastos.
                                                                  


Esta mujer era una persona desconocida para nuestro atribulado padre, que viendo que los ahorros de toda su vida estaban en verdadero peligro por lo derrochador de su compañera, un día pensó en qué hacer para salvaguardar el futuro de su hijo. Consultó a un abogado y a un notario para poner todo lo que tenía a nombre de su vástago,  nombró a un buen amigo como administrador, y se hizo un gran seguro de vida de un millón de euros pensando en el futuro.
                                                                     


En su casa empezó a tener broncas diarias con su mujer debido a que el dinero había quedado supeditado a su sueldo, que después de pagar los gastos fijos, colegio, empleadas de hogar, y todo lo básico, sobraba muy poco para caprichos y veleidades, hasta que un día ella lo amenazó con matar a su hijo de una forma en que todo parecería consecuencias de las secuelas de la enfermedad.
En la policía no le dieron respuestas como no pusiera una denuncia, pero al no haber indicios de nada, ya que sólo se veía una mala convivencia, no podían actuar.
                                                                      


Pasaron días, semanas, y algunos meses en este estado de cosas, hasta que un día nuestro hombre, que ya no podía más, se colgó con una soga de la lámpara del salón, y todavía pataleaba cuando ella lo sorprendió de madrugada; llamó a emergencias, pero cuando llegaron ya estaba muerto,  dejando una carta donde explicaba todo lo que acabo de contar.
                                                                     


Dicen algunos que el suicidio es una cobardía porque estas personas no se quieren enfrentar a los problemas, pero yo opino que hay que tener muchas agallas para ser capaz de llevar a efecto este terrorífico acto.

viernes, 8 de noviembre de 2019

Una historia actual


Marta y Laura eran dos mujeres que estaban juntas desde la guardería, ya que eran vecinas en un exclusivo parque residencial de familias más que pudientes, cumplidoras católicas y   muy conservadoras en todos los aspectos.
                                                                    


Fueron creciendo y pasaron la adolescencia en el mismo colegio; tenían pocos amigos, y siempre fueron inseparables y un poco “bichos raros”, o eso era lo que opinaban sus compañeros de ellas. Estudiantes brillantes, por lo que a las familias les resultó extraño que escogieran ambas una universidad navarra para sus estudios superiores, teniéndolo todo a mano en Madrid.
                                                                  


Cuando volvieron a sus casas en un periodo vacacional, reunieron un día a sus dos familias en una cena conjunta porque querían anunciar algo, y todos con mucho recelo acudieron al evento sin sospechar el motivo.
Los padres hablaron de sus negocios, las madres, de temas más mundanos, y ellas atendían a todos con medias sonrisas y pocas palabras, cuando ya en los postres, Marta  dijo que quería anunciar algo.
                                                                     


Todos silenciaron sus conversaciones, y expectantes, escucharon a la muchacha:
“Como sabéis, Laura y yo llevamos juntas toda la vida, y queremos deciros que nos queremos, y nos queremos más allá de nuestra amistad. Estamos enamoradas, y hemos decidido vivir juntas en lo sucesivo. Esto queríamos deciros, y esperamos que lo entendáis, porque os queremos.”
Todo el mundo se quedó en silencio, entre asombrados y cortados. Ninguno esperaba aquello, por lo que pasado unos pocos minutos de conversaciones banales, cada familia volvió a su casa.
                                                                      

Sólo la madre de Laura reaccionó bien, abrazando a su hija al llegar a casa y deseándole lo mejor, pero su padre no volvió a dirigirle la palabra. En la otra familia, decidieron que esto era bochornoso y que no lo admitían.
                                                                   


Ambas volvieron a Pamplona, acabaron sus carreras, empezaron a trabajar y desde aquel lejano día vivieron juntas y enamoradas, y un buen día decidieron ser madres.
Las relaciones con sus familias habían sido nulas en todo este tiempo, por lo que se sorprendieron mucho cuando ambas familias se presentaron en los dos partos, y como si nada hubiera pasado, se normalizaron las relaciones familiares o casi, porque el padre de Marta, aunque acudió a todo, nunca se mostró conforme con la situación. Ellas dicen a todo el mundo y a sus pequeños, “que son dos hijos, dos madres y dos padres en una sola familia”.
Son felices y se quieren, ¿Qué más se puede pedir?