sábado, 4 de febrero de 2017

El tropiezo

Salió de allí con la mente en blanco, no había dicho ni adiós. Caminó sin rumbo en aquel neblinoso y desapacible día de enero, y tan concentrada estaba en no pensando en nada, que ni las conversaciones ni el rugido de los coches la sacaban de aquella concentración.
                                                                    


Ahora que su vida, por fin, parecía ya encarrilada, ahora aquello. Se recordó de adolescente, tan “especialita” como había sido, luego cuando llegó a la universidad y encarriló sus ansias de formación; después, empezó a tontear con Juan, y en el último curso de carrera se habían casado, sobre todo por sus respectivas familias, a quien no pudieron ocultar su incipiente maternidad.
Vinieron años duros para simultanear el trabajo con el cuidado de su hija, y después todo empeoró cuando su marido decidió comenzar una nueva vida con una jovencísima rubita compañera de actividad. Un divorcio mal avenido, reproches familiares, precariedad laboral, hasta que cuando las cosas ya no podían ir a peor, su vida empezó a enderezarse.
                                                                  


Se metió en una cafetería de aquella calle acuciada por el frío,  sentándose en una mesa apartada del ruido de la televisión y pidió un café con leche, y como siempre hacía desde tiempo inmemorial, sacó su agenda y empezó a escribir las palabras “positivo y negativo” en dos columnas separadas por una raya.
Tenía a su hija como el mayor bien de su vida a la que estaba muy unida, tenía por fin un trabajo estable, no tenía agobios económicos; ¿Felipe?, ¿Lo ponía, era positivo..? No, de momento no lo ponía por lo que tachó su nombre.
                                                                     


Luego miró fijamente la palabra negativo que encabezaba la otra columna en blanco, y no se le vino a la cabeza nada más que una terrible palabra: Cáncer.
Volvió a quedarse en trance jugueteando con el bolígrafo y mientras el café se le quedaba frío.
                                                                   


Aquello fue un mazazo. Cuando el médico le dijo que tenía un quistecito en el pecho izquierdo y que era maligno, no se  podía creer que esto le pasara a ella.
Bueno, pues ya estaba escrito en la libreta, y así visto y comparando las dos columnas, aquello sólo era un tropiezo del que saldría como había salido de todos los anteriores.
                                                                        


Cerró la agenda y pidió otro café, pues le apetecía algo caliente y el primero estaba helado. Después de todo, aquello lo superaría. Se lo debía a su hija, y que corcho, ella era una luchadora y estaba convencida que aquello era un tropiezo que sabría encarrilar. Conocía a amigas que ya habían pasado por aquello.
Salió a la calle donde el sol empezaba a salir tímidamente, y sin pensárselo dos veces, se fue al Corte Inglés a comprarse aquel bolso que le gustaba.

¡Día a día, minuto a minuto, la vida sigue! Y tú tienes derecho a disfrutarla.

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