domingo, 29 de octubre de 2017

Palabras y convivencia

En el rico diccionario de la lengua española, tenemos un sinfín de palabras grandilocuentes, que a pesar de tener su correcta definición, no para todos significan lo mismo.
                                                                  


Lo que la palabra libertad significa para el adolescente castigado sin salir, no es lo mismo que para el ladrón o delincuente que está recluido en la cárcel, o para el ciudadano que se tiene que ceñir a unas normas de convivencias que no le vienen bien, o que le son contrarias por sus creencias o  por su filosofía y modos de  vida.
                                                                    


En nuestra conversación diaria con familia, amigos y compañeros, solemos discutir por cosas importantes y por algunas no tan esenciales, pero es  el valor subjetivo que le damos al léxico empleado, el que nos acerca o nos aparta de los demás, ya que a veces no entendemos que para otra persona no sea importante o exacto lo que en nuestro criterio lo es. De aquí lo difícil que es “ponerse en la piel del otro”, por más magnánimos que seamos, o por más que intentemos entender al diferente.
                                                                      


Y es aquí  donde surgen los males con que nuestra relación con los demás nos castiga a veces; caer en el precipicio de la intolerancia, la incomprensión e incluso en el fanatismo, ya que malentendemos que si no podemos convencerlos, mejor apartarlos, tacharlos, acallarlos y en ocasiones extremas acabar con ellos en forma física o con el ostracismo.
¡Si no podemos con el diferente, hay que eliminarlo! No vaya a ser que contagie a los demás y que seamos nosotros los apartados del grupo; nosotros, los que nos consideramos en la verdad absoluta Es lo que decía un pariente mío bastante autoritario: “No hay discusión. Lo digo yo, y basta”.
                                                                  


Es de todo esto de lo que han surgido las revoluciones, las guerras, los guetos, y que han devenido en grandes miserias y perjuicios para la vida y la convivencia de las gentes sencillas. Porque sus preocupaciones son otras bastantes más primarias, como pueden ser el trabajo, la salud y criar a sus hijos de la mejor manera posible para que puedan defenderse en la vida.
                                                                     


Pero a los hijos, además de cubrir sus necesidades primarias, también es importante educarlos en la tolerancia, señalarles que el que piensa diferente a ellos no es su enemigo, que todo se puede hablar sin sofocos, y que normalmente el que grita es el que menos razón tiene.
                                                                       



En tiempos en donde el idolatrismo por lo propio es la principal causa de los males que aquejan a esta sociedad enferma, estas palabras sonaran raras, ajenas, pero si dejáramos a un lado el yo en beneficio del nosotros o del ustedes, ya iríamos mejorando y lo mismo tendríamos solución como especie inteligente.

lunes, 23 de octubre de 2017

El capricho

¡Por fin lo había conseguido! Llevaba juntando cerca de un año para comprarse las zapatillas de su vida, que no eran otras que unas carísimas Nike por las que suspiraba cada vez que pasaba por la tienda.
                                                                     


Había ido juntando euro a euro, gastando sólo lo imprescindible, ya que tampoco se quería quedar enclaustrado en su casa; tenía diecisiete años, y la realidad es que le encantaba salir con sus amigos y amigas, que incluso alguna vez lo tildaron de tacaño por lo corto de sus gastos, pero aquel lujo de 265 € que se pensaba permitir, bien que le merecían la pena. ¡Era lo más chulo del mundo poder calzarse aquello!
Disfrutó del momento en aquel magnífico día de otoño, ya con el dinero en el bolsillo, camino de la tienda de deportes.
                                                                      


Cuando llegaba cerca de adónde iba, vio una pareja de mediana edad con dos niñas pequeñas y con un gran cartel en donde ponía que eran sirios que “estaban durmiendo en un coche viejo porque lo habían echado de su casa por impago del alquiler, que no tenían trabajo y que estaban pasando mucha necesidad”.
Nuestro joven amigo, se les quedó mirando porque se le partía el corazón contemplando aquella desgarradora escena, pero siguió andando hasta la tienda, en donde se quedó un rato parado en su escaparate observando aquel lujo ya a su alcance, pero algo en su interior no lo tenía contento. ¿Era justo que él se comprara aquello, que en realidad no necesitaba, habiendo personas que carecían de lo mínimo?
                                                                      


Volvió sobre sus pasos, se acercó a la familia y les preguntó que cómo habían llegado a aquello y que si habían buscado trabajo.
La mujer no entendía nada, pero el que resultó ser su marido, chapurreando inglés, salpicado de algunas palabras en francés y unas pocas en español, le contó lo siguiente:
“Antes de empezar la guerra, teníamos un próspero negocio de frutas y verduras en Aleppo, pero un día temiendo por nuestras vidas a causa de la guerra y los saqueos de bandas organizadas,  malvendimos todo lo que teníamos y decidí sacar a mi familia de aquel infierno, dirigiéndonos hacia la costa. Llegamos a Baniyas, donde estuvimos un montón de tiempo esperando la oportunidad de cruzar a Europa. En el camino nos fuimos quedando poco a poco sin dinero, pero ya con los últimos ahorros, logramos pagar a unas gentes para que nos llevaran a Grecia. Y no me preguntes cómo porque no lo sé, acabamos en el agua cerca de Mallorca en donde fuimos rescatados, ya a punto de morir, por una ONG que nos llevó a tierra. A partir de ahí hemos ido pasando de ciudad en ciudad pidiendo trabajo y comiendo y durmiendo en sitios de acogida, hasta que nos enteramos que un hermano de mi mujer tenía que estar por Sevilla, y aquí vinimos, pero llevamos más de tres meses y no lo hemos encontrado. He intentado buscar trabajo, pero quitando algún empleo de jornalero en el campo, no me lo han dado. No nos quieren a los inmigrantes.”
                                                                  



A estas alturas del relato, todos estaban llorando, niñas incluidas. Era desolador.
Ni que decir tiene, que sin dudarlo, nuestro joven amigo les entregó todo el dinero que llevaba para su capricho, y aunque se quedara sin zapatillas, aquello le pareció más importante.
¿Seríamos nosotros capaces de hacer otro tanto?

Con la mano en el corazón, piénsalo.

domingo, 15 de octubre de 2017

La busqueda


Necesitaba la tijera que siempre está en la mesa de mi despacho, en una taza con El lápices, bolígrafos, plumas y demás  utensilios de uso frecuente, pero no la veía, por lo que vacié la taza sobre la mesa, y no, no estaba, pero había  cosas que no eran de allí, como un pincel y unas grapas, por lo que lo volví a introducir todo llevando el pincel y lo otro  a su sitio.
                                                                         

Soy una persona moderadamente ordenada como buen nacido bajo el signo de Virgo, aunque lo que digo vaya muchas veces en contradicción con la opinión de la gente que me rodea; pero yo a lo mío,  que era encontrar el objeto deseado, por lo que saqué el costurero para ver si las tijeras estaban ahí,  pero tampoco, aunque estaban fuera de lugar, un imán de nevera, un bolígrafo y un viejo tiquet de compra, lo que tomé para dejarlo en su sitio, no sin antes de que se me cayera una caja mal cerrada con no se cuantos botones de todos los tamaños.
                                                                           

Arreglado el desaguisado, continué  con la búsqueda por la caja de herramientas, donde tampoco, pero si había un alargador, un bote de pegamento, un metro de costura y una regla que no debían  estar allí, por lo que las devolví a su lugar.
A continuación,  miré por las estanterías y  otros muchos cajones, donde me dediqué a seguir llevando cosas a su natural ubicación;  rompí un montón de papeles con lo que llené una bolsa para reciclar, arreglé  un cajón que no cerraba, encontré  una caja de chinchetas perdidas desde Navidad, contesté  a un montón de mensajes del móvil,  discutí  con una señorita que quería  que me suscribiera a una revista, y no se ya cuantas cosas más,  llegando un momento en que me quedé mirando a la nada, desorientado. No sabía el por qué  de aquella actividad tan desenfrenada ni lo que me había  llevado a este estrés.
                                                                             

Me senté en mi sillón de orejas a meditar, pero la taquicardia que tenía me hacía no concentrarme, por lo que lo intenté   cerrando los ojos y casi me quedo dormido antes de que mi mujer me preguntara qué  íbamos a comer. Se me había olvidado preparar el almuerzo.
Ya por la tarde después de la siesta, empecé a preguntarme qué es lo que había estado buscando tan denodadamente y no me acordaba.
Algunas veces merece la pena no perder el tiempo en ciertas cosas, pero ¿Quién define lo que es importante y lo que no?
Hay veces que perder el tiempo merece la pena.


jueves, 5 de octubre de 2017

Sentimientos y razón

Hay quien opina que nacemos libres, y quien dice que ya venimos a este mundo condicionados por muchas cosas: genes heredados, raza, condición social, ambiente, educación, etc.
                                                                   


Pero lo que si hacemos a partir de cuándo vamos creciendo, es dejarnos influir de forma no consciente, sobre todo en los primeros años, del ambiente que nos rodea, de la religión de nuestros progenitores, de la gente con la que nos tratamos o con quien nos relacionamos más de cerca, de forma que así empiezan a aflorar en el individuo las primeras emociones y sentimientos.
                                                                  


Estos pueden ser positivos, como el amor, la solidaridad, la empatía, pero también pueden ser negativos, como el odio, los celos, la tristeza etc., pero  es indudable que nadie es indiferente a esta fuerza que, aunque mucha gente crean que emanan del corazón, vienen del cerebro, ya que nuestro corazón no es otra cosa que un músculo muy importante y fundamental en nuestra envoltura, pero un músculo al fin y al cabo.
Todo este preámbulo viene a colación para decir, que hay una gran diferencia entre la fuerza de las emociones y sentimientos y la frialdad de  la razón empírica, siendo esta por la que nos deberíamos guiar, ya que esta es la que nos hace más sabios, más justos y más solidarios.
                                                                       


Y en verdad que es difícil en algunas ocasiones de nuestra vida, hacer que nuestra razón anule los sentimientos o por lo menos que los ponga en duda, ya que más veces por desgracia nos sucede lo contrario, por lo cual nos volvemos, casi sin darnos cuenta, en seres manipulados, obcecados y hasta injustos, con lo que somos peores personas, y la mayoría de las veces esto nos sucede sin darnos cuenta de lo parciales que nos volvemos al hacer prevalecer nuestros sentimientos por encima del sentido común.
                                                                    


De todos los sentimientos negativos (malas emociones), emanan la mayoría de los conflictos entre los humanos: Guerras, genocidios, hecatombes y desgracias sin cuento, que en la mayoría de las veces sabemos cómo empiezan, pero que nunca valoramos razonablemente en donde acabaran.
                                                                     


Es positivo tener sentimientos (buenos), pero sólo la razón es capaz de imponerse en todos los conflictos, sean de la índole que sean, y aunque algunas veces debemos escuchar al corazón, otras es imprescindible pensar con la cabeza.

El corazón actúa por razones que la razón nunca entenderá.