lunes, 26 de agosto de 2013

Cuento a mi nieta Olivia (Continuación)

De momento acordaron entre ellos vigilar la casa y ver quien la habitaba para llegar a un plan seguro, de forma que en sucesivos días se fueron disfrazando de mendigo, de músico ciego, de afilador y otras cosas.
Mientras tanto Olivia, en la nueva casa, no podía dejar de estar algo triste, se abrazaba a Nico su inseparable compañero que le daba calor y seguía oliendo a hogar. No era capaz de recordar cómo llegó Nico a su vida, pero lo que si sabía es que aquel peluche algo estropeado ya, contenía todo el amor de su corta vida y el secreto de su origen. Fue un regalo de bienvenida.
                                                 


Su papá el rey y su mamá la reina que vivían en un castillo enorme, habían visto truncado su reinado en aquellas lejanas tierras, pero habían hecho realidad a la princesa de este cuento.
De repente una conocida melodía llegó a sus oídos. “…cuando la tuna te dé serenata no te enamores compostelana…”. ¡Eran los tunos! Sin poder evitarlo se sonrojó recordando a Lucas, aquel jovencito de ojos grandes que cuando cantaba y le miraba le hacía olvidar aquel encierro en casa de su tío, que nunca llegó a entender.
La música lo invadía todo, los acordes traspasaban los muros de aquella enorme casa hechizando a sus habitantes, incluso su guardiana no pudo evitar abrir la ventana de la habitación donde Olivia se encontraba.
                                                       
    
La princesa recordó todas las veces que su imaginación vivió situaciones imposibles y “¡la ventana abierta sería su gran oportunidad”!.
Sin pensarlo demasiado llamó a su Caballo Volador, aquel que siempre la permitió imaginar viajes alucinantes a remotos lugares, por lo que una vez más y para su sorpresa vio, como Lucas bien sujeto a las crines del animal, no dejaba de sonreírle mientras le tendía la mano a Olivia y a su inseparable Nico, y una vez acomodados salieron raudos para volar en un intensísimo viaje por campos, ríos y ciudades, donde todo era nuevo para ella… pero cuando mejor estaba y más feliz se sentía, despertó en su precioso cuarto atiborrado de juguetes. ¡Había sido un sueño!
                                                     
    
Olivia no pensaba que hubiera sido secuestrada, ya que la persona que se la llevó del palacio no fue otra que su niñera que la cuidó desde el momento de nacer y era como una hija para ella. No podía soportar ver cómo la pequeña estaba cada día más triste al no poder salir a jugar con los demás niños.
Sin embargo ahora empezaba a verla más feliz lejos de aquellas paredes llenas de cuadros que la aterrorizaban y también lejos de tantos criados que la seguían a todas partes.
En esta casa de Triana tenía todo lo que había soñado; patios llenos de flores, bebía el agua del pozo que había en el centro del patio, pero sobre todo había NIÑOS con los que podía jugar al esconder, a cantar, al corro de la patata… y eso no era todo, ya que descubrió que tenía un hermanito pequeño que se llamaba Santiago y que también había estado oculto para todos. ¡Toda su vida cambiaba!
Esto si era un palacio para ella aunque no tuviera tantos lujos, por lo que empezaba a sentirse una niña afortunada.
Mientras tanto ya los tunos iban a entrar en acción, cuando apareció D. Santiago el tío de la princesa, en el portón de entrada con Olivia de la mano, llamándolos para hablar con ellos.
Una vez ya dentro de la casa y acomodados todos en el gran salón, empezó dándoles las gracias por sus desvelos, y comenzó a contarles la historia completa.
                                                      

Aquello no había sido ningún secuestro, ya que la casa donde se encontraban pertenecía a la auténtica tita de la niña que se llamaba Doña Victoria, era una afamada médico del país y que el traslado había sido para mejorar el entorno de la pequeña.
Habían desaparecido las circunstancias del aislamiento, pues ya los amenazadores hombres malos estaban todos a buen recaudo en la cárcel, con lo que Olivia podía empezar a ser una persona normal.
El día siguiente a esta reunión, apareció toda la casa engalanada y con sus puertas abiertas para que todos los vecinos que quisieran y por supuestos los tunos, se alegraran con Olivia y su familia del principio de una vida normal y así fue como la alegría inundó cada rincón de aquel entrañable y antiguo barrio de Triana, donde a parte de las canciones de la rondalla de los tunos, se escucharon sevillanas, fandangos y alegrías que en sus letras hablaban de nuestra princesa.
Y ya todo fue bien, sobre todo cuando al pasar de los años nuestra princesa Olivia se casó con aquel tuno Lucas, que tan feliz la había hecho con sus canciones durante aquel olvidado cautiverio, pero algún día contaremos esa preciosa historia de amor.


A punto de salir para París y a 26 de agosto del 2013

Gracias a todas y a todos los que habéis procurado que este cuento llegue a su fin.






martes, 20 de agosto de 2013

Cuento a mi nieta Olivia

Era una princesa, pero Olivia no lo sabía, ya que había llegado casi recién nacida a Sevilla procedente de un lejano país, en donde los militares depusieron al rey y organizaron una dictadura de los sables.
Su benefactor, era un buen amigo de su depuesto padre, hombre de negocios inquieto que viajaba por todo el mundo en busca de oportunidades, y que salvó a la niña de una muerte cierta.
                                                    


Vivía esta pequeña mujercita en una casa palacio en la Plaza de Doña Elvira, en el barrio de Santa Cruz, donde su “tío” pues así lo llamaba, la tenía vigilada todo el día, ya que habían recibido múltiples amenazas, no se sabía bien si de sicarios del antiguo reino o de enemigos comerciales que odiaban a hombre de tan enorme fortuna y relaciones.
La princesita solía asomarse al balcón casi todas las tardes que hacía sol para contemplar pasar a la gente, y ver como otros niños jugaban a cosas en la placita donde ella tenía prohibido salir. También se asomaba a la ventana cuando una Tuna de jóvenes le cantaba desde la calle, y veía como su tío siempre les daba buenas propinas a los alegres tunos.
                                                     


Pero un día las amenazas se convirtieron en realidad y los malos compinchados con gente de la casa, secuestraron a la niña un triste día de otoño, y un coche de caballos cerrado corrió a toda velocidad por las estrechas calles del barrio,
Dio la casualidad que uno de los tunos estaba esperando a un amigo y vio la escena, por lo que sin dudarlo y sin saber muy bien lo que hacía, cogió una bicicleta que había apoyada en una casa y salió en persecución del coche que se llevaba a la niña, que después de un largo trecho entró en un gran portalón en una de las calles de Triana, con lo que se dio con las cerradas puertas en las narices y sin saber muy bien qué hacer.
                                                      


Volvió a la plazoleta y fue localizando uno a uno a sus amigos y contándoles lo sucedido, y ver que podían hacer entre todos ya que el tío de la pequeña estaba de viaje en el extranjero, y ellos no sabían en quien podían confiar del servicio de la casa.
Discutieron y discutieron durante muchas horas, hasta que delimitaron un plan para salvar a la princesita de sus captores.

(Continuará, para lo cual necesito el concurso de mis lectores para que me ayuden a terminar este cuento de la mejor forma posible. Mandadme vuestras sugerencias a mi correo electrónico. josesibarguen@gmail.com. Gracias anticipadas por vuestra colaboración).


miércoles, 14 de agosto de 2013

Contra corriente


(Dedicado a mi amiga Ana Pereyra con mi respeto y cariño)

Ya no puedo más, es hora de volver a casa y descansar después de esta agotadora jornada de más de doce horas”.
Ana, cerró su ordenador, recogió el cuaderno donde tomaba apuntes y se preparó para marcharse. Estaba agotada.
Trabajaba para una empresa de diseño gráfico, pero a ella lo que le atraía de verdad vocacionalmente era el mundo de la ropa, la moda y su diseño, por eso cuando de vez en cuando veía un momento libre en su cansado trabajo, dibujaba en su bloc todo lo que se le ocurría.
                                                     


En la calle hacía frío aunque la primavera estaba recién iniciada, y ya los naranjos empezaban a mostrar su oloroso azahar. Se abrigó y cogió su moto para volver a casa. ¿A casa?
Vivía con su madre y la última se sus conquistas, pues era una viuda de cincuenta años y no renunciaba a reivindicarse como mujer apetecible.
Al abrir la puerta de su casa, se encontró como casi siempre a su madre y pareja discutiendo acaloradamente, con la televisión a tope y más de ocho litronas de cerveza vacías.
Ni saludó siquiera, ni nadie lo echó de menos, por lo que se dirigió a su habitación directamente para aislarse de semejante desafuero.
Se puso cómoda después de echar el pestillo de la puerta que la aislaba apeteciblemente de lo que había visto al entrar. Sacó el bocadillo y la Coca-Cola que había comprado al paso, y puso suave su música preferida.
                                                   


Tenía que romper con aquello pero no sabía cómo, ya que aunque económicamente su madre estaba bien, era ella quien pagaba las facturas de luz, agua y gas, cuando ya estaban a punto de cortarlas por impago.
Esa noche tomó la decisión, ya que no podía seguir desperdiciando los mejores años de su vida sin conseguir sus objetivos. Rompería con todo e iniciaría una nueva vida, por lo que alquiló al otro extremo de Madrid un apartamento que se podía permitir pagar, tomó todas sus cosas incluidos su ordenador y demás artilugios, y una noche en mitad de la madrugada salió de su casa para no volver, sólo dejando una escueta nota de despedida.
Precavidamente, dejó su número de teléfono a una amiga de la vecindad por si ocurría algo auténticamente grave, y empezó o imaginó que comenzaba una nueva etapa de su historia.
Acortó su etapa laboral sólo a las mañanas, y por las tardes se dedicó a intentar poner sus sueños como prioridad, creando en Internet un portal de diseño de modas en 3D, que vendía a quien le interesaba, haciendo un pase de modelos personalizados para quien pagara los 120 € del coste.
                                                    


Poco a poco y en cuentagotas, fueron llegando algunos encargos, pero el espaldarazo definitivo vino de una gran cadena de tiendas de modas, que la quería en exclusiva por sus diseños juveniles de una actualidad fuera de todo lo que existía.
Al año y medio de iniciar el nuevo proyecto, ya había dejado su antiguo trabajo y tenía a dos personas trabajando para ella, pero aún seguía disconforme con este dinero relativamente fácil que estaba consiguiendo, por el que se embarcó en crear su propia línea de ropa.
Alquiló una pequeña nave industrial y compró maquinaria de segunda mano para confesionar su ropa, lo cual pudo llevar a cabo por la herencia recibida al morir su madre prematuramente y vender el antiguo piso familiar.
                                                   


El negocio resultó un poco lento, ya que los proveedores exigían mucho y querían fijar los precios, por lo que en vez de amilanarse, se quedó con una cadena de cuatro tiendas de modas que habían fracasado y cerraban, por lo que cerró el circulo que tanto había soñado.
Este paso adelante significaba un cara o cruz de éxito o ruina, pero ella tenía una gran capacidad de trabajo, y es que ya dependían de ella treinta y dos personas.
                                                     


Después de algunos años, un día en una reunión de amigos ella me contó personalmente su historia. Ahora con cerca de cuarenta años es su marido quien la acompaña en el negocio, y pronto alguno de sus cuatro hijos.

Y sigue inventando cosas, algunas le sale bien y otras no, lo cual no quita que siga intentándolo, pues en ello le va la la alegría de la vida.

martes, 6 de agosto de 2013

Inocentes siestas infantiles

Como cada verano habíamos coincidido mi primo Juan, de once años y yo que era un poco menor, en la casa de los abuelos en el Aljarafe sevillano.
La siesta era un obligado cumplimiento desde las tres de la tarde a las cinco y media, pero mi “maestro” y yo, ya teníamos experiencias pasadas y sabíamos escaparnos del secular martirio para dedicarlos a la ciencia del saber y la experimentación, ya que él era un científico en formación.

                                                     

En veranos anteriores, ya incendiamos el establo del abuelo con el tema de los espejos de aumento que concentran los rayos del sol, y un poco de tiempo atrás no conseguimos que se aparearan un gallo y una coneja, aunque el problema fue entonces que se escaparon los animales enjaulados, pero si conseguimos que el perrito de la abuela volara por la cuesta de cemento con las cáscaras de nuez pegadas en sus pezuñas.
Aquel día de Agosto decidimos demostrar por qué un animal como el gato, no conseguía nunca abrir la jaula de los canarios y zampárselos.
                                                   


Como habíamos hecho siempre, saltamos por la ventana de nuestra habitación al patio interior, de donde descolgamos la jaula de los plumíferos, le atamos una cuerda y los lanzamos al pozo dejándolos sólo a un palmo del agua.
Yo me encargué de congraciarme con el minino que dormía plácidamente en el rellano de la escalera, y con caricias malintencionadas lo metí en el cubo de cinc, que servía para sacar el agua del pozo.
Pero el experimento fue un fracaso, ya que los canarios arrullados unos con otros no se movían y el gato en el fondo del cubo sólo maullaba lastimosamente sin atender a su cercana y tal vez certera cacería.
Pero aquella memorable tarde, todo acabó abruptamente cuando el abuelo nos descubrió, pero con tan mala fortuna que al salir por pies caímos en una gran montaña de excrementos que aquí llamaban estiércol.
Nos castigaron a sentarnos en aquel montón maloliente, hasta que en las primeras horas del ocaso, la abuela se apiadó de sus golfos nietos y nos dio una botella de gel y a golpes de fríos manguerazos pudimos librarnos del pestilente olor.
Mi primo escribió en su cuaderno de campo:
                                                     

    A) Los sujetos en estudio fueron llevados al lugar del ensayo con todas las garantías que el procedimiento requería.
    B) Nos resultó extraño que el gato teniendo tan cerca la jaula no fuera capaz de abrirla para zamparse a los canarios, y muy al contrario parecía la victima del experimento.
    C) La abrupta forma del final del procedimiento hace necesario volver a practicarlo, aunque habrá que buscar a un tercer colaborador para vigilar a los mayores e inexpertos familiares que se oponen a la ciencia empírica de los científicos en ciernes.
                                                

Ya en la cama y en animada conversación entre primos y con el persistente olor a mierda que el jabón no nos había quitado, decidimos que nuestras correrías merecían la pena, aunque fuéramos unos incomprendidos estudiosos de la ciencia.