jueves, 31 de marzo de 2016

La Dama del Velo

Le gustaba, se embelesaba paseando por el centro histórico de Sevilla y aunque lo conocía bien, siempre había algún rincón que descubría, o que quizás sus ojos veían de forma diferente algunos días, ya que sólo  el olor a azahar y a la vista de floridas macetas de geranios y gitanillas, imbuían en su espíritu una alegría nueva en un cuerpo que aunque ya con cierta  edad, no se correspondía con la juventud de sus adentros, y es que aún se enamoraba de las cosas, de los paisajes, de las muchachas y de las gentes en las que descubría sin pretenderlo su cara amable.
Perdido una mañana a muy temprana hora por las callejuelas del barrio de Santa Cruz, llamó su atención una señora joven, que con un velo negro ajustado en un rostro de perfectas facciones y un libro que le pareció un antiguo “misal”, (como el que él  tenía en su casa desde su primera comunión), entre su mano y su pecho, dirigía sus decididos pasos hacía algún lugar, cuando en un cercano reloj daban las ocho de la mañana.
                                                                 



Sin saber muy bien por qué, sus pasos se ajustaron al caminar de la misteriosa mujer y decidió seguirla por aquellas frescas y empedradas calles, desembocando al poco tiempo en la plaza de la Virgen de los Reyes, y viendo cómo esta, entraba en la Santa Iglesia Catedral por la puerta “De los Palos”, en la base de la Giralda.
                                                                   


Nuestro hombre la siguió hacia el interior del templo, viéndola a cierta distancia arrodillada ante el altar mayor, por lo que decidió por no llamar la atención, dar una vuelta por las capillas laterales a la espera de poder verla de nuevo y a ser posible de frente, ya que no podía apartar de su imaginación la misteriosa y perfecta cara que casi quedaba oculta por los encajes del velo.
Cuando sus ojos ya acostumbrado a la penumbra que lo rodeaba miraron nuevamente hacia el retablo del altar mayor, ya no había nadie en los bancos. La señora había desaparecido sin que él, que había estado en todo momento pendiente, se apercibiera.
                                                                 


Desanduvo los pasos por donde había llegado hasta allí sin encontrar rastro de la dama, por lo que encendió un cigarro pensativo quedándose plantado un rato sin saber muy bien por qué donde  la vio por primera vez, hasta que después de bastante tiempo abandonó la espera.
Volvió al día siguiente y muchas mañanas más al mismo sitio, pero sin encontrar nuevamente ningún rastro de la ¿visión o realidad? de aquella dama.
Un día ya lejano que pasó por casualidad por el mismo sitio, se quedó parado y perplejo al escuchar la historia que una guía explicaba a unos turistas delante de una fachada de la callecita.
                                                                     
  
En esta casa vivía una familia noble de Sevilla, los Andrade, que tenían una hija, Dña. Águeda, que se enamoró perdidamente de un jardinero que cuidaba los naranjos y jardines cercanos, y que al ver que su amor era imposible ya que la familia se oponía por las reglas sociales de la época, en una mañana de un brumoso amanecer, se dirigieron a la Santa Catedral para que los casaran, negándose a tal empeño los eclesiásticos que conocían a la familia y estaban alertados. Viendo que no tenía solución el problema de sus relaciones, decidieron huir juntos, pero fueron detenidos a la salida de la ciudad por la puerta de Carmona por los aguaciles.
                                                        


El muchacho, con el oscuro pretexto de que había robado un cáliz de oro de la sacristía de la Santa Iglesia, fue hecho preso y murió de neumonía en las húmedas celdas de la cárcel de Triana al mes y medio de su captura, y ella al enterarse del suceso y con la desesperación de saberse embarazada, se arrojó desde el cuerpo de campanas de la Giralda, por lo que hubo un enorme escándalo en la ciudad.
                                                        


Desde entonces, hay rumores que hablan de haber visto a la muchacha con una mantilla que le cubría desde la cabeza y su misal, dirigiéndose a la catedral para preguntar por si el cáliz hubiese aparecido, rezando de rodillas ante el altar mayor. Pero bueno, eso son leyendas de las muchas que hay en esta ciudad, y desde entonces a este portal le pusieron la “Casa de la Dama del Velo”.
                                                       


Pero lo cierto es que este naranjo que veis aquí, que según la leyenda era donde se hablaban los enamorados, es el primero donde florece la flor de azahar de toda Sevilla”.
Bonita y trágica historia real o inventada, de las muchas que circulan por esta  Sevilla de las utopías imposibles y de los floridos rincones olvidados, así es, misteriosa y oculta como las coquetas damas de antaño, esta tierra de mis amores.
                                                                      

viernes, 25 de marzo de 2016

La basura del Imperio

Después de tantas revoluciones, guerras, cataclismos, luchas por el poder, y todas las tentativas que se quieran para conseguir uniformar un poco, por lo menos, la economía del ciudadano medio mundial, ¿Qué hemos conseguido? NADA: Todo a peor.
Un ciudadano de Qatar, el país más rico del mundo, gana 275 veces más que un ciudadano medio de La República Democrática del Congo, el país más pobre de la tierra.
                                                                  
Qatar
                                                                      
El salario medio de  Estados Unidos, el país de mejor salario del mundo, es de 56.000 $ anuales, mientras tenemos el contrasentido de un país rico en petróleo y materias primas, Venezuela, el país de peor salario, 44 € mes, que no llega ni para 12 quilos de pollo, peor incluso que Bangladesh, 50 €, o Ghana 37 €, o Nepal 69 €.
                                                                    
Basurero en Ganha 
Los países ricos, “El Imperio”, tienen cogida la sartén por el mango, ya que son las bolsas de estos países y sus grandes corporaciones las que marcan el precio de las materias primas, y lo que es más grave, el precio mundial de los alimentos. Además utilizamos las regiones pobres como basurero, después de esquilmarlos de sus materias primas necesarias en el primer mundo, como el coltán de sangre del Congo. (Sí. Eso es lo que tienes en tu móvil de última generación). Países con una débil legislación en materia de residuos y contaminación, donde llegan miles de millones de toneladas de desechos altamente contaminantes para la vida y seguridad de esas personas.
                                                                         

                                                                 ¿Agua?

Tu viejo ordenador...

Entre el 50 y 80% de los desechos tecnológicos altamente contaminantes, de Estados Unidos, Japón y Unión Europea, se transporta a vertederos de China, Nigeria, India, Pakistán. Hay una ciudad china, Guiya, transformada en el mayor basurero tecnológico del planeta.
Me contaba un amigo de viaje por Delhi (India), como en una fábrica que hacía ropa de moda para Inditex, por la camisa que él había pagado en España 40 €, en esta factoría les salía por 3,50 €, y era más que el salario de un día de un trabajador después de doce o quince horas de jornada laboral.
                                                                  
Esclavos del coltán
Estas condiciones endémicas de pobreza y explotación hacen, que aunque haya o no haya guerras, las pobres gentes de estos países estén deseando cambiar su residencia a sitios donde mejorar su vida y la de sus hijos, ¿Es extraño esto?
Pues bien, en donde estamos inmerso geográficamente, la Unión Europea, quieren hacer con los migrantes de países en guerra o inmersos en hambrunas históricas, sin trabajo o súper explotados en el poco que hay, lo mismo que con los residuos, tirarlos a las cloacas del mundo; del mundo de los desgraciados. ¿Cuánto cuesta? 6.000 millones de euros, pues bien; se coge un país limítrofe de estos que usamos para reciclar, Turquía, y se les da el dinero para que no nos molesten en esta Europa de los egoísmos, no vaya a ser que nos quiten lo que nos sobra.
                                                                  

                                                                      Sin palabras

Los queremos fuera de aquí pero cerca, para sacarlos de esa inmunda bolsa según los necesitemos. Ya los iremos admitiendo en función de los intereses de mano de obra barata que las grandes fábricas multinacionales demanden, o a la vez que vaya decreciendo la población activa en nuestros países por falta de nacimientos. Los pobres tienen más hijos, por lo que nunca nos faltará quien quiera venir a trabajar por comerse nuestras sobras. Esa es la misión de los desheredados de la tierra.  Si les damos una manta y de comer ¿Qué más quieren?
                                                                       

                                                             Junto a tu playa

En este Viernes Santo, donde conmemoramos la pasión y muerte del Dios hecho hombre de los cristianos, parémonos cinco minutos a pensar en lo dicho.
Grano a grano de arena se forma un desierto, un rascacielos de cemento, o una playa paradisiaca. Tú verás donde quieres poner tu granito.
                                                                      
Coltán de sangre

En Sevilla, Viernes Santo, 25 de marzo del 2016


viernes, 18 de marzo de 2016

El retorno (y 3)

Estaba pensando en todo esto, cuando recibí otra llamada, esta vez de la Guardia Civil, pidiéndome que cuando pudiera me pasara por el cuartel, pues querían hacerme algunas preguntas sobre el accidente. Seguramente el mecánico habría hablado con ellos.
Alguien tenía que aclararme un poco las ideas y explicarme, si podía, que estaba pasando, y quien mejor que Luisa, por lo que la llamé y le comenté la llamada del mecánico y de la policía, diciéndome y la noté nerviosa, que  en un rato vendría a hablar conmigo.
A todo esto, ya tenía en casa a la empresa de telefonía que me instaló internet, al personal de donde el día anterior había comprado los electrodomésticos y las cosas más perentorias que me dejó todo instalado, y el coche de cortesía que me facilitó el seguro, al que tenía derecho durante quince días hasta solucionar el siniestro de mi coche. Si, estaba siendo una tarde bastante movidita que me tuvo ocupada la mente, hasta que al poco de quedarme solo, llegó Luisa.
“¿Cómo estás?, ¿Y esos ánimos? Ya veo que parece que te han traído lo de la tienda”, me dijo nada más llegar.
“Bien, bien, aunque no sé de qué va todo esto que me está pasando”
“Mira Alberto, yo te voy a contar una larga historia que me contó mi madre, y que nunca he contado antes entera a nadie, pero que precisamente tú, la tienes que saber.”
                                                                   


Me quedé callado, expectante, invitando a sentarse a mi amiga, que no quiso tomar nada, pero yo me serví un generoso vaso de güisqui para tranquilizarme y coger ánimos, y me empezó a contar:
“Como sabes, tu pobre madre murió nada más tu nacer, debido a una enorme hemorragia que varios médicos que trajo tu padre no pudieron controlar, y que les pilló en esta casa de tus abuelos, pues habíais venido  a pasar las vacaciones, y aquel parto prematuro les pilló de sorpresa.”
“Tu padre, ya nunca fue el mismo, pues entró en una fase de melancolía y depresión que ya le duró hasta su prematura muerte en aquel accidente.”
“Ustedes ya se quedaron a vivir aquí. Mi madre, venía a esta casa cada día a echar una mano, y tus abuelos, se encargaban de ti  para todo y en todo”.
“Mi madre tenía un novio, Secundino, con el que llevaba mucho tiempo y con el que ya había planificado la boda en pocos meses, que era íntimo amigo de tu padre, pues se habían criado juntos. Pero sucedió, que un día que estaban tu padre y mi madre solos en esta casa y sin saber muy bien cómo, o quizás por ese estado en que tu padre se encontraba, el caso fue que un abrazo de consuelo llevó a una caricia, y de ahí a la cama fue una cosa espontanea pero que ninguno supo o quiso evitar. Aquello se repitió en algunas ocasiones más, hasta que decidieron que no estaba bien, que  no podían seguir, pero el caso fue que mi madre para entonces, estaba embarazada sin saber muy bien si lo que venía, yo, era de su novio de siempre o de tu padre.”
                                                                    


“Mi madre no podía con aquel cargo de conciencia, por lo que se lo contó todo a mi padre semanas después de yo nacer, y desde entonces las cosas entre ellos empezaron a ir mal, muy mal, pues mi padre empezó a maltratarla con insultos y palizas, hasta que mi madre decidió separarse cuando yo apenas tenía dos años. Vivíamos en la misma casa donde yo vivo ahora, que era de mis abuelos maternos, por lo que mi padre se marchó a vivir a otro pueblo a varios quilómetros de aquí.”
“Fue en ese tiempo en que, ya fallecidos tus abuelos, te llevaron con tu tía, pues tu padre no podía atenderte como debía.”
“Pero sucedió que hubo una cacería en una finca por aquí cerca, y que sin saberlo anticipadamente, coincidieron los dos, tu padre y el mío, donde pasó lo que sabes. Tu padre se mató al caerse por aquel barranco intentando cobrar una pieza que había abatido. Fue mi padre quien dio la voz de alarma, y es que en el sitio solo encontraron a ellos dos, y a tu padre con la cabeza destrozada, por lo que mucha gente sospechó y sospecha, que fue un asesinato y no otra cosa, y aunque intervino la policía, aquello quedó como accidente al no existir ningún otro indicio.”
Se quedó callada, fue a la cocina a servirse un vaso de agua y  me serví otra copa. Yo tampoco sabía que decir, hasta que después de un rato en silencio los dos, le dije:
“Bueno, pero ¿Qué tiene esto que ver conmigo después de tanto tiempo? ¿Qué teme tu padre o alguien de mi, que parece no quererme por aquí?”
                                                                      


“Pues no lo sé, me dijo. Mi padre vive amargado, a mí no me habla y no lo veo desde hace muchísimos años, quizás desde la muerte de mi madre. Está paralítico, y lo cuida un sobrino que es hijo de mi tío, el señor mayor que vistes en el bar de la plaza cuando llegaste. Mi primo, es una persona extremadamente violenta, y seguramente se enteraría que tú estabas aquí por él.”
Yo, aunque suelo ser una persona tranquila y reflexiva, me gusta mirar de frente y coger al toro por los cuernos, por lo que decidí ir a hablar con esta gente, y aunque Luisa no quería porque iba a despertar viejos fantasmas, me dio la dirección, no sin antes prometerle que no iba a causar males mayores, que solo quería hablar. Pero es que caramba, habían querido estrellarme.
Estaba anocheciendo, cuando yo tocaba el timbre de aquella desolada casa donde no parecía vivir nadie, aunque había luz en una de las ventanas.
Me abrió un hombre algo mayor que yo, al que dije que quería hablar con D. Segundino. Al preguntarme de mala forma, incluso de forma un poco chulesca, que quien era yo, me identifiqué, pero cerró la puerta diciéndome que yo no era bien recibido allí.
Volví a llamar nuevamente de forma convulsiva, escuchando unas voces hablando con alguien, y diciendo que me hiciera pasar.
                                                                    


Me volví a encontrar con la misma desagradable persona de antes, que con un gesto no exento de malos modos, me invitaba a entrar, llevándome por un lóbrego pasillo, hasta una gran sala donde había una persona impedida viendo la televisión, quedándome allí de pié, pues nadie me invitó a sentarme.
Me volví a presentar, pero el paralítico no me miraba a la cara, y a la otra persona la veía nerviosamente inquieta.
Después de un rato callados, al fin me miró el viejo preguntándome, “¿A qué ha venido usted aquí? Yo no tengo nada que hablar con usted.”
Yo relaté pausadamente  lo que me había pasado el día anterior con el coche, preguntando y mirando a ambos, si tenían algo que ver con mi accidente.
Segundino se quedó como sorprendido por lo que le contaba, pero el sobrino me dijo de muy mala forma: “Tú lo que no tenías es que haber venido aquí, y si en algo aprecias tu tranquilidad, vete antes que sea tarde.”
“Por su tono y sus amenazas deduzco que usted es el que ha intentado matarme ayer, ¿No es cierto?”, le dije.
“Vete de aquí´, me dijo amenazándome con una navaja de grandes proporciones, por lo que fui buscando la puerta por donde había venido, a la vez que escuchaba a grandes voces al viejo: “Si, yo lo maté, y lo volvería a hacer, me hundió la vida. Bien muerto está…”
La puerta de la calle estaba abierta, y tres guardias civiles me alumbraban con una linterna diciendo: “¿Qué pasa aquí?”, a lo que yo tranquilamente respondí: “El viejo paralítico mató a mi padre, y el de la navaja ha intentado matarme a mí.” Y todos fuimos conducidos a declarar al cuartelillo.
                                                                   


Resulta que Luisa, que no se había quedado tranquila, había llamado a la Guardia Civil explicándoles todo lo que pasaba, y estos habían acudido temiéndose lo peor, ya que el primo de mi amiga tenía numerosos antecedentes delictivos y podían estar en peligro vidas.
Yo puse una denuncia en toda regla relatando toda la historia completa, y adjuntando una grabadora que siempre llevo encima y que había encendido antes de entrar, donde se podía escuchar todo lo que se habló en aquella casa.
Los dos parientes de Luisa, confesaron  ante las evidencias que les mostraron la policía, y a la espera están de juicio en libertad vigilada, debido al deterioro del inválido.
Esto que he relatado aquí, y que es pura vivencia personal, es un resumen a cortos rasgos de mi nueva novela ya en manos de mi editor, lo que me va a permitir seguir viviendo de mi pluma.
¡Ah! Con una muestra de mi sangre y un paño con sangre de Luisa que se había cortado limpiando en mi casa, mandé hacer un análisis de ADN, y no. No somos hermanos, aunque en la novela la historia es ligeramente diferente. Mentira, muy diferente.


En Villanueva del Ariscal, a 18 de marzo del 2016

sábado, 12 de marzo de 2016

El retorno (2ª parte)

En vista de que el pueblo no contaba con tiendas especializadas donde encontrar lo que de forma más urgente necesitaba, volví a ponerme al volante de mi vehículo para ir a un gran hipermercado donde comprar todo lo requerido para hacer medianamente confortable mi nueva vida, pero que estaba a cerca de 40 kilómetros.
Iba pensando en todo lo que me estaba ocurriendo en este primer día del resto de mi vida, cuando noté que el volante cada vez me costaba más trabajo girarlo, llegando un momento en que la dirección se quedó casi totalmente rígida y ya no controlaba el coche, que aunque no iba a excesiva velocidad, se salió en una curva, con la suerte que era un gran sembrado de girasoles por donde entré dando tumbos, hasta quedarme casi volcado con el airbag saltando, de forma que me salvó de no pegarme con la cabeza contra el parabrisas que había quedado astillado.
                                                                  


Salí como pude por la ventanilla, pues las puertas habían quedado bloqueadas, y con el cuerpo dolorido después del porrazo, y cuando me tranquilicé, me fui hacia la carretera donde en ese momento paraba un coche de la Guardia Civil. Me preguntaron por lo que había pasado, comentándoles como la dirección del coche había quedado bloqueada, y como yo les dije que estaba un poco contusionado pero que no necesitaba ayuda médica, llamé desde mi teléfono a la asistencia en carretera para explicar el accidente y que la grúa vinieses a retirar en coche, y recogerme a mí.
Al cabo de una hora, ya estaba montado en un camión el coche y yo, dando la casualidad de que el taller más próximo estaba junto al hipermercado, donde después de dejar el destartalado vehículo para ver si tenía arreglo o el seguro lo daba como siniestro total, me quedé un rato sentado en una cafetería para tranquilizarme. ¡Vaya día de sorpresas!
                                                                      


Llamé a Luisa para explicarle lo que me había pasado y que no se preocupase por mí, que ya llegaría, ofreciéndose a recogerme, pero yo le quité la idea; que siguiese con lo que estaba haciendo y que tranquila.
Ya que estaba allí y después de tomarme un par de paracetamoles que me facilitaron, me dediqué a todo lo que me proponía hacer antes del accidente, de forma que contraté internet para mi casa, compré nevera, cocina eléctrica, calentador de agua, un calefactor, utensilios de cocina, una cafetera, y cosas básicas de comer, quedando en enviármelo todo al día siguiente.
                                                                 


Cuando el taxi que me traía a mi domicilio me dejó en la puerta, eran ya cerca de las once y media de la noche. La puerta no estaba cerrada, por lo que al entrar, me encontré con que mi amiga que se levantó de un brinco al verme, me estaba esperando leyendo junto a la chimenea que estaba encendida, y un acogedor calorcillo lo envolvía todo, y por lo que abarcaban mis ojos, la casa parecía otra.
Además de arreglarme la casa, me había hecho una tortilla de patatas, a la que me lancé con entusiasmo, pues no había comido nada en todo el día, y entre bocado y sorbos de un estupendo vinito blanco que también me había traído, le estuve explicando todas las vicisitudes de aquel día tan tremendo. Después, a mis preguntas sobre su vida, me dijo que llevaba casada muchos años, que su marido se llamaba Ramón y que era de una conocida familia del pueblo, que se dedicaba al campo, que tenía una sola hija ya un poco mayor que le había estado ayudando a todo aquello, y que estaba en el último año de instituto.
                                                                 


Después de un buen rato se marchó, quedando en volver al día siguiente muy temprano para seguir poniendo un poco de orden allí, llevándose ella una llave que por lo visto ya estaba desde tiempo inmemorial en su casa sin saber muy bien por qué, comentándome también como de pasada, que cuando ya estuviera instalado y tranquilo, hablaríamos de cosas que no sabía y que me interesaban. Me quedé un rato hipnotizado con los leños de la chimenea fumando un cigarro, pensando en todo este día, sintiendo un algo que se me escapaba, un desasosiego. Bueno, pues ya se vería como me iba aquí y lo que me deparaban los días por venir.
Me había arreglado mi dormitorio de niño poniéndome sábanas y un abrigado edredón, donde me quedé dormido nada más  apoyar mi cabeza en la almohada.
El sol que entraba por las ventanas sin cortinas ni persianas, me despertó a una tardía hora que se encargó de remachar las campanadas del reloj de la torre de la iglesia. Ahora sí que notaba el accidente; me dolía todo el cuerpo. Vi que la ropa  estaba colocada entre el armario y los cajones, hasta eso me había facilitado mi amiga, y aunque me tuve que afeitar y duchar con agua helada, bajé al salón de un excelente humor y dando mi vida por un café.
Luisa me dijo que ya llevaba allí varias horas, y me había hecho una lista con las cosas más urgentes que tendría que comprar, indicándome donde estaban los sitios para conseguirlas.
Me fui tirado, antes que nada, a tomarme un café al mismo bar en que estuve la mañana anterior, aunque en esta ocasión me atendió una chica, donde me desayuné un magnífico café con unas estupendas tostadas con aceite de oliva y jamón, y ya repuesto, me fui de tiendas.
                                                                    


Cuando regresé con todo o casi, Luisa estaba acabando, por lo que ya decidí quedarme en casa, pues por la tarde, me traerían todo lo comprado el día anterior. Cuando pregunté a Luisa que qué le debía por su esmerado trabajo, me dijo que le daba hasta vergüenza cobrarme, que le diera lo que quisiera, y aunque intenté darle cien euros, ella solo me aceptó cincuenta, diciéndome que vendría por la noche a ver si necesitaba algo.
Tenía en el móvil una llamada perdida, pero que no era de ningún número conocido, por lo que devolví la llamada, resultando ser del mecánico de donde dejé el coche, dejándome boquiabierto con lo que me contó.
El accidente lo había producido la perdida de líquidos de dirección y aunque menos, también los de los frenos, pero ¡Es que los conductos habían sido cortados!, por lo que todo parecía premeditado, o sea, que alguien quería que me matara. ¿Quién deseaba mi muerte? Y ¿Por qué?


(Continuará)

sábado, 5 de marzo de 2016

El retorno

¿A qué y por qué había vuelto? ¿Había acertado regresando al lugar del que se marchó en su adolescencia? ¿Qué tramaba su subconsciente, que parte de su pasado se le escondía como una nebulosa?
Bueno; pues el a qué, no lo sabía, o por lo menos no lo sabía aún, y el por qué, lo tenía claro, o eso le parecía apoyado por la lógica de su ¿huida?, ¿para buscar qué?, ya que  lo  que le había quedado era aquello, lejanos recuerdos sin coordinar y aquella casona en donde nació y vivió su familia, que heredó y que llevaba cerrada alrededor de muchos años.
                                                                   


Cuando llegó al pueblo, se dirigió al ayuntamiento, donde después de identificarse y pagar unas tasas atrasadas, le dieron la enorme llave que abría la puerta a sus recuerdos bastante perdidos en aquella antigua memoria del joven que fue. Del casi niño que marchó.
Vivía medianamente bien en la capital con su compañera Rosario, tenían ambos trabajo y aquel bonito ático alquilado de decoración minimalista. Sucedió, que un día se dieron cuenta que no tenían nada que decirse, que no había ni deseos, ni cariño; solo aburrimiento y silencios, por lo que una tarde se miraron, y casi a la vez, decidieron tirar cada uno por su lado. No querían seguir desperdiciando sus vidas. Aún eran medianamente jóvenes y había mundo que explorar, y tratarían de encontrar algo por lo que le brillaran los ojos.
Con la llave en las manos, se quedó un rato mirando la descuidada fachada con sus ventanales y balcones, con el olvido que gritaban aquellos desconchones de cal.
La cerradura se quejó profundamente mientras enlazaba los mecanismos del portalón de entrada, pero ayudado por un último empujón, se encontró en la entrada de su antigua vivienda.
                                                                     


Recorrió despacio todo aquello, quitando sábanas que ocultaban el ajado mobiliario heredado, y que no tuvieron pies ni ganas de mudarse. Si ya estaban casi muertos, a qué moverse aquellos cadáveres.
Tenía un poco de dinero que le había adelantado su editorial, pues querían que escribiera una novela negra ambientada en un pueblo. Bueno, el pueblo ya lo tenía, allí estaba.
Marchó a la plaza, y entró en aquel bar que aún existía y que recordaba vagamente de su infancia, ya que era siempre el encargado de avisar a su padre de que la comida estaba en la mesa y se enfriaba. Pidió un café a un anciano que dormitaba detrás del mostrador, y le preguntó si conocía a alguien para limpiarle un poco la casa y hacerla habitable, aunque de momento solo quería adecentar un par de habitaciones.
Volvió al coche que tenía aparcado en la puerta del domicilio, (su domicilio), con sus escasas pertenencias: una enorme maleta, su portátil y una mochila con algunos libros, y se introdujo por la cancela trasera en el enorme corral que se extendía por detrás de la casa.
                                                                    


De momento, dejó todo en el gran salón-cocina con chimenea que aún conservaba viejas cenizas en la planta baja, y subió a inspeccionar el piso superior. El dormitorio de su padre con el enorme balcón, por donde al abrir los postigos, entró el tímido sol del mediodía, el enorme cuarto de baño, su habitación que estaba igual que cuando se fue, y una tercera habitación con dos camas, que no recordaba haberse utilizado nunca.
Bueno, por lo menos había tenido la precaución de contratar el agua y la luz, aunque sólo funcionasen tres bombillas. Poco a poco iría haciendo aquello habitable para pasar una temporada, ¿cuánto tiempo?, no lo sabía, pero era el único proyecto, el sólo techo del que disponía, por lo que se sentó en uno los  grandes  butacones de cuero, y encendió un cigarro sin saber muy bien por dónde empezar.
Dormido en sus pensamientos, se espabiló al escuchar una voz a la entrada que lo llamaba por su nombre: “¡Albero, Alberto! ¿Estás ahí?”
Al levantarse del sitio, se encontró a unos pasos con una interesante madurita un poco más joven que él, que le sonreía de una forma peculiar y que además, creía conocerla o por lo menos le decía algo su cara.
                                                                      


“Soy Luisa, ¿No te acuerdas de mí?”
Él se la quedó mirando un rato de arriba abajo: “Pues la verdad es que me resultas familiar, pero en estos momentos no te ubico”.
“Si hombre, aunque de esto ya hace mucho, jugábamos siempre de pequeños, y aunque tú eras mayor que yo, nos divertíamos mucho juntos.”
Por fin pudo rescatar de la memoria, aquella pequeña niña que fue casi la única amiga de su infancia, pero las palabras de ella, no le dejaron decir nada.
“Todavía recuerdo, lo que lloré el día que tu padre te llevó a la ciudad con tu tía para estudiar en aquel colegio, y luego ya te quedaste para la  universidad, luego pasó lo de tu padre…, y hasta hoy no hemos vuelto a vernos.”
                                                                


“Pues estás hecha una espléndida mujer”, le dije un pelín cortado.
“Con la casa tan bonita que teníais y hay que ver lo viejo que está todo. Aunque a lo mejor, con un poco de limpieza…”
“Pero bueno, no es el momento de quedarse aquí charlando, sino de arreglar un poco esto. Ya hablaremos dentro de unos días cuando te asientes, y de cosas que a lo mejor, no sabes ni te imaginas.”
“Me lo dijo mi tío Braulio el del bar de la plaza que te reconoció, y me comentó que estabas buscando a alguien para que te ayudara a poner un poco en pié todo esto. Pues bien, en un momento vuelvo con mi hija Amalia como ayudante y con cosas de limpieza, para arreglarte lo más necesario para que por lo menos puedas dormir hoy aquí. Ya iremos hablando. Tú de momento, piérdete hasta la noche, y me das tu número de móvil por si tengo que preguntarte algo.”
“En la mesa, te dejo dinero para lo que tengas que comprar, le dije, y que sepas que te pienso pagar lo que me pidas por arreglar esto. Yo voy a dar una vuelta por ahí, pues he de comprar algunas cosas, quiero llamar para que me instalen internet lo antes posible, comeré algo, y luego nos vemos.”
Salí de allí, pensando en lo que como de pasada, me había dicho: ”…hablar de cosas que no imaginas…”


(Continuará)