miércoles, 29 de mayo de 2019

Recuerdos de un caluroso mes de mayo

Los calores de este final de mayo, me han traído a la memoria otros calores del mismo mes, pero de hace muchos años en que era un adolescente y estudiaba en los Hermanos Maristas de la calle San Pablo de Sevilla. 
Recuerdo que acabado el recreo y acalorados aún de jugar al futbol, en aquel patio que tenía como mejor defensa de la portería un enorme nogal donde los tropezones y cabezazos eran frecuentes, entrábamos a la capilla a rezar y cantar, pues celebrábamos el mes de María, el mes de las flores. 
                                                  

En un calor insoportable donde el sudor nos caía a chorros, cantábamos lo que se nos decía, aunque algunos en las últimas filas nos deslizábamos nuevamente hacia el patio, donde nos encerrábamos tres o cuatro en los servicios a fumarnos un cigarro entre todos, interrumpido muchas veces por el director, el “Pija”, que nos castigaba después de gran bronca y algunos guantazos. 
Era la época del nacionalcatolicismo, donde se nos adoctrinaba en que éramos la mejor democracia de Europa, la “reserva espiritual de occidente”, que el bendito Caudillo nos había librado de la barbarie y el comunismo, y que todos los países que nos criticaban nos tenían envidia. 
                                                    

También recuerdo al hermano Cabello en la clase de religión, donde todas las charlas iban dirigidas hacia los pecados de la carne, las relaciones ilícitas antes de la boda religiosa donde el único fin de la cópula era la procreación de la especie, que la masturbación era un pecado mortal que podían conducirnos a la esterilidad, que los abusos nos llenarían de pústulas y que hasta podíamos quedarnos ciegos. 
Y en relación con el tema actual de la pederastia en la Iglesia, decir que allí también había dos religiosos que toqueteaban a los niños por cualquier motivo, siempre disimulando, y una vez que me enfrenté a uno de ellos me empujó por las escaleras y casi me mato. 
                                                   

También había magníficos profesores, sobre todo seglares, y tengo un cariñoso recuerdo de D. Fernando que nos enseñaba literatura, y aunque no reconocía a los escritores y poetas que estaban con los derrotados de la Guerra Civil, me enseñó a amar los libros y admitía mis desacuerdos 
A los niños de entonces nadie nos creía, la razón era siempre de los padres, de los profesores religiosos o no, y por supuesto que la opinión del director era la última instancia, no había nada que añadir. 
Pero también decir que hice buenos y perdurables amigos, aunque mi mejor amigo me diera la espalda al final, que disfrutábamos como enanos haciendo deporte: futbol, baloncesto, balonmano, balonvolea, hockey sobre patines y frontón, en donde llegué a destacar. 
                                                  

Cuando celebramos los treinta años de la salida del colegio, nos reunimos unos pocos a celebrarlo, con algunos maristas de los de entonces, y allí nos enteramos de que nada de lo dicho había sucedido, que eran apreciaciones malintencionadas y equivocadas. 
Cuando llegamos a ciertas edades e intuimos que ya el fin se acerca, vivir el presente para nosotros es recordar el pasado, aunque estoy en contra de lo que decía el padre Gracián, de que “cualquier tiempo pasado fue mejor”. 

miércoles, 22 de mayo de 2019

Palabras y realidad

Había elegido esa forma de vida. Retirado en una pequeña casa a las afueras, con un minúsculo huerto con el que se entretenía de largas horas de escritura, había reordenado su vida después de su traumático divorcio, donde él no veía culpables, sino desajustes de la pareja. 
                                                 

Como cada día en las últimas horas de la tarde, se fue dando un paseo hasta el pueblo y así mandar a su periódico el artículo escrito para el día siguiente, lo que hacía desde el bar de su amigo Clemente, ya que en su casa no tenía internet. 
                                                   

Una vez realizado su cometido y tomado su protocolario whisky, fue dando un paseo admirando la fabulosa noche de este final de mayo, y caminando por el solitario paseo de palmeras donde había tantos bancos vacíos, fue a sentarse en donde una mujer de mediana edad fumaba un cigarrillo. 
                                                     
  
Dio las buenas noches y se sentó, empezando al poco un poético soliloquio: 
“Este bello manto azul moteado de pequeñas luminarias que cubre este desolado mundo, no es comparable a las procelosas aguas del infinito océano, ni a las salidas o entradas de nuestro astro rey en el horizonte, ni a las sabanas y verdes selvas que se pierden por donde el hombre aún no ha pasado; es el misterio de lo intangible, el infinito elevado al infinito, sin tiempo ni espacios finitos tan propio a las pequeñas capacidades del hombre.” 
                                                     

“Es el misterio de nuestra pequeñez, aunque creamos ser el dueño de la creación, el amo que dispone de todo y destruye lo que le estorba”. 
“A lo único que se le acerca en belleza, en plenitud, en insondable, son unos bellos ojos de mujer, donde, aunque a veces parezcan risueños o preocupados, tristes o fantasiosos, miran siempre según el estado de su corazón, y puedan disimular lo que la razón les dicta en ese momento, siempre. siempre sinceros, aunque los contradigan las palabras”. 
                                                     

De tu mirada, mujer, 
Antes que mi boca hablara, 
Envuelto me vi en su negrura. 
Y aunque amarte no me dejes, 
Y aunque no aceptes ya mis palabras,  
Nunca dejaré de mirarte, 
Como lo que siempre serás: 
La única mujer. Mi amada. 
La bella se levantó despacio, y con una dura expresión dijo antes de marcharse: 
                                                    

Tus bellas palabras, no ocultan lo que eres, miserable” 
Y ahí acabó el encuentro. 

jueves, 16 de mayo de 2019

Hospital

Dolor, tristeza, resignación, ansiedad, locura, son las caras de los acompañantes de los enfermos y las caras de la gente que transita por las entradas  y salidas de estos centros. 
                                                                 

Los rostros de los enfermos, sin embargo, transmiten otras sensaciones: resignación, aceptación, desamparo, dolor, incredulidad; como diciendo: "si yo estaba bien, ¿Cómo es posible que tenga esto?” 
                                                                   

Nadie quiere ir a esos sitios, a menos que sea su lugar de trabajo donde ejercen su profesión, y a pesar de su profesionalidad indiscutible (unos más que otros), he notado, que algunas cosas o situaciones les afectan y les superan, pues al fin y al cabo todos somos humanos, tenemos sentimientos, y sobre todo, todos podemos enfermar. 
                                                                  
Las personas que se ven abocadas a frecuentar este sitio, en su mayoría, es gente educada (independientemente de su estatus social), pues ya sabemos que hay gente incivilizada y cafre de todos los niveles, también algún que otro “profesional” aislado por lo que llama la atención, pues son casi todos amables, simpáticos y algunos hasta cariñosos. 
                                                                 

Entre la variedad de gentes que he visto, blancos, negros, árabes, sudamericanos, balcánicos, y hasta orientales, a los únicos que un día cuando ya no podía más, les llamé la atención ya que las enfermeras no se atrevían, fue a un numeroso grupo de mujeres, hombres y niños (que pintaran los niños en estos sitios si no están enfermos), que a las doce de la noche estaban acampados en la zona de espera de la planta, con colchonetas, mantas y  restos de comida, y los niños correteando y gritando a pleno pulmón a lo largo de las habitaciones. Me hicieron caso a medias, pero tampoco me quise meter en problemas, pues algunos me miraron en aptitud inequívocamente violenta. 
                                                                    

A la mañana siguiente aparecieron los cuartos de baños comunes de acompañantes, con excrementos, meadas y porquería desparramadas por todo el suelo, habían arrancado las tapas de los retretes y llevados los rollos y portarrollos. Un desastre. 
También me llamó la atención, que, con el alta de algún enfermo, y una vez limpia la habitación, la cama se ocupaba de inmediato. “Señores que mandan: Más hospitales.” 
                                                                   

Nuestra enferma, mi hermana, jamás estuvo sola en el mes y medio de ingreso, pues mañana, tarde y noche nos turnábamos pata estar atentos a todo, por lo que nos llamaba poderosamente la atención que su compañera de habitación casi siempre estuviese sola, y eso que tenía hermanas, hijos y nietas que le podrían haber dado calor en tan críticos días, por lo que en lo que pudimos, también la atendíamos a ella. 
                                                                    

Ahora empezamos otra etapa, pues nuestra enferma, aunque de alta hospitalaria sigue con cuidados médicos dado la gravedad de su hígado autoinmune, por lo que la hemos ingresado en un centro donde podrá ser atendida por profesionales. 
Gracias a todos los que han estado atentos a su evolución.