lunes, 31 de agosto de 2015

Adiós, verano, adiós

Y como cada año, el final del verano llegó con más o menos ganas, pero  inevitablemente.
Los hijos marchan de las casas de los abuelos con los nietos incluidos, con lágrimas en los ojos, pues lo que se creía para siempre se acaba, y hay que volver a la rutina; rutina del trabajo, de los colegios, de las obligaciones al fin, y de soledad para los mayores que vuelven a quedarse solos, como siempre, con los recuerdos que aunque desordenados, ya se amontonan en sus dilatadas vidas, o en la sala de espera de lo inevitable, vueltos a las rutinas de cada día esperando un “no sé qué”, que llegará tarde o temprano.
                                                                


Volver a los paseos mañaneros, a la partida con los amigos, a los releídos libros de escritores de culto, a las actividades que nos quieran conceder gratuitamente ayuntamientos y diputaciones para tenernos ocupados, o callados que  es lo mismo; dóciles, no vaya a ser que nos quiten la pensión por revoltosos si nos movemos de la foto que tienen pensada para nosotros.
                                                                  


Recorro la casa vacía ahora, de risas, de llantos, de quejas, de palabras, de ajetreos propios de la vida. Deseando esta tranquilidad y temiéndola, no vaya a ser que nadie se dé cuenta de que existimos, de que respiramos, de que nosotros no nos hemos ido, de que nosotros siempre nos quedamos para decir adiós, hasta pronto, cuidado en la carretera, ¿Se te olvida algo?, llámame cuando llegues, que ese niño coma que está creciendo, no te preocupes hija…, y una larga retahíla de frases que se repiten en todos los adioses, en todos los retornos a la rutina diaria, en esas tonterías que decimos los mayores y que nos escuchan como si fuera un inevitable mantra.
                                                                   


Ya no nos fijamos al encender la televisión en el tiempo que hará mañana, sino en la fila interminable de coches entrando a paso de tortuga en las ciudades, como si a ese monstruo de ciudad le costara tragar tanto vehículo, tanta gente que vuelve para quedarse.
Y ya más tranquilos, nos concienciamos de ese tremendo drama de los inmigrantes, personas de toda edad y condición muriendo ahogados en el mar o contra unas alambradas donde la desesperación los ha llevado; gente, humanos, seres vivos, hermanos, aunque a algunos no se lo parezcan, aunque algunos los harían desaparecer hasta de los telediarios, ignorarlos en sus tragedias, en sus huidas de la guerra, el hambre, o de la opresión.
                                                                      


Que más nos da si no pasa aquí, que se vayan a su tierra que ya estamos hartos de la inseguridad a que nos someten,  a la desazón que causan a nuestras benditas almas de escogidos, de afortunados seres civilizados de la vieja, de la elitista Europa de las mezquindades.
Volved a los escombros de vuestras casas, a vuestras fosas comunes y rezad por vuestros muertos, dejadnos tranquilos y seguid con vuestras guerras de salvajes que nunca debieron  salirse de los reportajes de Naturaleza de la “2”.

Y aquí estamos en este último día de agosto, enfrentándonos a nuestros miedos, angustias, y soledades.

sábado, 22 de agosto de 2015

Aún hay vida

Era un cualquier caluroso día de agosto, y mis nietos que pasaban unos días con nosotros, salieron al jardín a jugar y a respirar un poco la poca brisa que soplaba proveniente de las costas de Huelva.
                                                                     


Llevaba Santi un rato meciéndose en el columpio, cuando a gritos empezó a llamarnos diciendo:
-“¡Venid! ¡Venid! Ahí hay unos ojos verdes que me miran”.
Como es natural todos acudimos a la llamada, y la primera en agacharse y ver qué había allí fue la abuela, que dijo:
-”Hay un gato entre los pinitos”.
                                                                      


Fue a la cocina a por una escoba para intentar que el gato se fuera, pues Olivia blanca y temblando, y el pequeño llorando, se habían asustado bastante.
A pesar de los escobazos, la gata no se iba, y además hacía frente como una fiera, hasta que ante la insistencia, salió disparada hacia la calle, pero se quedó en la cancela mirando hacia adentro, como esperando algo.
Mi mujer dijo:
-“Es extraño cómo se ha puesto el animal, ¿Habrá parido?”.
Y efectivamente, vimos que entre las ramas bajas había cuatro gatitos recién nacidos. Los pusimos junto a la salida donde había estado la madre, y todos vimos cómo se fue llevando con la boca, mediante un mordisquito en el cuello, a sus cuatro vástagos hacia una casa deshabitada cercana a la nuestra.
                                                                    


Entonces y ya más tranquilos los pequeños, les acercamos un cuenquito de leche, pero los pequeñines ya mamaban directamente de las ubres de su madre.
Esa fue la gran noticia del día, pues los niños lo estuvieron comentando en la piscina de la comunidad, con todos los que quisieron escucharles.
Ahora Santi, que es el más asustadizo, cada vez que va a salir a jugar nos coge de la mano y nos dice:
-“No hay gatos, ¿No?”.
                                                                        


A pesar del frío y del calor y de las malas noticias de los informativos, donde vemos cómo intentan llegar a la vieja Europa miles de migrantes con mujeres embarazadas y bebés, la naturaleza sigue su marcha manifestándose tanto en personas como animales.

Demos la bienvenida al ciclo de la vida y ojalá podamos dejarles algo de verde a nuestros descendientes, porque a este paso, dejaremos una tierra arrasada.

domingo, 16 de agosto de 2015

Baño mañanero

Llevaba unos días de vacaciones en Chipiona, cuando me desperté muy temprano, como siempre, y después de tomarme un café y ante el silencio que envolvía la casa y no tener un entretenimiento mejor, decidí coger una butaca y mi panameño y dirigirme a la cercana playa, pues aunque ya marcaba el termómetro 27º, la mañana despuntaba estupenda, y a mí me gustaban estas claridades solitarias en el mar, antes que todo quedase inundado de niños, padres y sombrillas.
                                                              


Me senté cómodamente, visualizando que sólo estaba acompañado en la distancia por algunos madrugadores gimnastas  y la imagen de una solitaria barquilla por barlovento.
Estaba tan bucólico el mar con esas espumillas que morían a mis pies en la arena, que me planteé darme un solitario chapuzón, y aunque me llevó un tiempo decidirme, me sorprendí a mí mismo entrando como un valiente en el agua.
Nadé y nadé con todo el cielo y el agua al frente, y cuando ya me sentí un poco escaso de fuerzas, me quedé flotando dejando que las olitas jugaran con mi cuerpo.
Sin querer, me había retirado bastante de la arena, por lo que a punto de volver a nadar hacia mi butaca, vi como venía hacia mi posición una moto de agua que apenas pude esquivar, recibiendo un refilón en la mano.
                                                                         
  
Bueno no era nada, menos mal, pero apenas había dado unas pocas brazadas, cuando vi cómo era rodeado por lo que parecían tiburones, por lo que presa del pánico empecé a bracear lo más rápido que podía sin mirar atrás, cuando entreví  como me adelantaba  la moto acuática que lo había visto todo, y me lanzó un salvavidas que no pude alcanzar, pues me había quedado enredado en unas cuerdas que alguien había dejado sueltas por allí.
                                                                    


Al segundo intento conseguí alcanzar el cabo que me tiraban, por lo que me sentí a remolque, con lastre y todo, a gran velocidad. Ni miré a los escualos que me perseguían, observando sólo la tierra que se iba acercando, quedando al poco agotado y tendido boca abajo en la arena.
                                                                   


No sentía nada, hasta que de pronto empezaron a dolerme unos pequeños pinchazos que me recorrían todo el cuerpo, y al levantar la cara observé como enormes hormigas rojas me atacaban por todas partes. Intenté levantarme pero no podía, aunque en un supremo y último esfuerzo agotador, logré levantarme y quitarme las hormigas.
¿Qué hormigas? Me había quedado dormido tan ricamente en la butaca, y el cuerpo todo rojo me dolía, pues el sol ya quemaba. Vaya siestecita accidentada.
                                                                       

Me apetecía bañarme pues sudaba a chorros, pero la pesada imagen onírica que acababa de tener, me hizo conformarme con una ducha rápida.

Al llegar a casa no dije nada por vergüenza, pero todos a la vez gritaron: “Te has achicharrado”.

viernes, 7 de agosto de 2015

Wampi

Ya desde el colegio, había sido un niño solitario que siempre se quedaba en un rincón mirando como sus compañeros y compañeras jugaban o simplemente charlaban entre ellos, pero él nunca se integró en ningún grupo, ni tenía amigos, ni los quería. Sacaba regularmente los cursos, siempre muy justito, pues según sus profesores, era un niño inteligente pero que no quería dar de sí más de lo necesario para ir aprobando. Vivía en un mundo de fantasías alimentado por la gran cantidad de comic que leía, y donde se imaginaba como héroe de hazañas que no eran las suyas, pero así le funcionaba su cabeza.
                                                                     


Era un niñito muy blanco, casi transparente y enclenque, que con los años no había mejorado. Ya en su adolescencia, se sintió identificado con los chicos que se autollamaban los “góticos”, y empezó a utilizar ropas negras y a maquillarse como sus vampiros de los tebeos, por lo que empezaron a llamarlo en su barrio “Wampi”.
Salía de su casa al anochecer, ataviado de murciélago para dejarse ver sólo en lugares solitarios, donde se refugiaban las parejitas para robarse besos y caricias, incluso alguna intentaba llegar a más, si no fuera porque en lo mejor, aparecía “Wampi”, asustando con sus colmillos postizos y su negro atuendo que resaltaba su cadavérico aspecto.
                                                                        


Esto, le había proporcionado pocas satisfacciones y varios disgustos, pues en una ocasión, lo habían abofeteado y quitado sus colmillos, que acabaron mezclados con excrementos cánidos. Otra vez, lo esperaron un grupo de chicos tras una tapia, y cuando apareció, lo dejaron desnudo y cubierto de orines de los hilarantes mozalbetes.
Hacía poco, lo tuvieron que ingresar en traumatología, pues no se sabía bien si fue por efecto de algún alucinógeno o que se hubiera fumado alguna sustancia prohibida, el caso  fue, que se tiró desde un balconcillo que tenía en su dormitorio, pensando que podía volar; menos mal que vivía en un primero, si no sería un cadáver esta vez de verdad.
                                                                       


Ni que decir, que sus padres preocupados por sus nefastas correrías, lo sometieron a vigilancia, lo llevaron al psiquiatra, le impusieron castigos, pero nada de esto  hizo  que el aprendiz de Drácula cejara en su empeño, ya que por otro lado se creía tocado por la magia de sus héroes del papel, para lo cual incluso se había introducido en el mundillo de los ilusionistas, para aportar sus trucos en sus puestas en escena.
Todo esto siguió hasta bien cumplidos los veinte años, donde sus nefastas correrías le siguieron causando más palizas que satisfacciones, y un buen día sin que pasara nada especial, desapareció del barrio, de su casa y de la vida familiar, dejando una nota diciendo sólo: “adiós a todos”.
                                                                        


El barrio siguió su vida normal, la realidad que un poco más tranquilos con la deserción de su “héroe”, aunque la comidilla común, las charlas diarias sobre el “Wampi”, se acabaron.
Pasado algunos años alguien comentó en el barrio, que habían visto a nuestro antiguo noctambulo con traje y corbata como director en una  céntrica sucursal de un importante banco, pero en verdad es que la mayoría del personal decía, que no iban a verlo aunque estuviese regalando los créditos.

¡Qué pena que se estén acabando los  imaginativos héroes!