lunes, 16 de enero de 2017

Cumpleaños

Como cada año y a pesar de que el abuelo había muerto hacía ya tiempo, empezaron a llegar, a la casa familiar los hijos, nietos y biznietos de aquella gran “troupe” que conformaba la familia Gómez, a celebrar más que nada el único encuentro al que no se podía faltar; el cumpleaños de D. Arturo que dejó viuda a Toñi, pues así llamaba todo el mundo a la abuela, y que a pesar de sus noventa y tantos años, tenía una salud y un humor envidiables.
                                                                   


Cada quien cuando iba entrando besaba a Toñi, dejaba su regalo y se dirigía a sus aposentos donde pasaría aquel fin de semana. No faltaban camas para nadie, pues el tumulto era un desbarajuste bastante bien ordenado por la matriarca.
                                                                  


Y como siempre, empezó la gran comedia de esta atípica familia, donde cuando se producía algún roce entre los que no se llevaban especialmente bien, alguien soltaba algún chiste o hacía alguna payasada para quitar hierro al asunto y a otra cosa.
Todo empezó con el extravío del hámster de María, al que alguien había abierto la jaula y no aparecía por ningún lado.
                                                                   
 
Le siguió un acalorado enfrentamiento entre el “facha” de la reunión Toño, con su hermano Gerardo que había venido con su marido Iván, y que según su irritado hermano tenía siempre la mejor habitación porque traía siempre el  regalo más caro, “y claro, una cosa es que hubiera que comulgar con ruedas de molino con la maricona, y otra que encima nos toque los huevos”.
                                                                   


Por otro la trágica Mónica, siempre llorando junto a la abuela quejándose de las infidelidades de su marido, del que “como lo amaba profundamente y compartían un hijo, no se quería separar”.
Luego estaba el miembro de la familia que estaba en política y que siempre decía que pronto su jefe de filas le nombraría subsecretario o incluso ministro, pero como siempre, seguía de funcionario de medio pelo, aunque se las daba de enterado de lo que ocurría por los pasillos del Congreso, de la Moncloa e incluso sobre los entresijos de la Zarzuela. Todo un casposo tipo.
                                                                 
 
Mención aparte merece el benjamín de los hijos, Sebastián, un “viva la virgen” ya cuarentón y donjuanezco, al que acompañaba su última nueva novia veinteañera Luisa, (Lú era su nombre de guerra de  gran vedette en el putiferio del Gran Hermano VIP), que abrió la primera botella de cava para brindar por el homenajeado, y que ya no soltó su copa en todo el evento, aunque iba cambiando su contenido y libaciones poniéndose cada vez más “gracioso”, ya que no paraba de lanzar sus dardos amatorios y sus largas manos a todas las presentes.
                                                                 


Hasta tenían entre ellos a un sacerdote, Gregorio, que muy serio y sin dejar de comer a todas horas, repartía sus concejos a todos y todas que quisiera escucharle un minuto, aunque la realidad es que todos le tomaban el pelo y se reían descaradamente a su costa.
Como eran un grupo organizado, varios “criados y criadas”, en realidad todos estudiantes hijos de amigos, ayudaban en estos días en lo que hiciera falta. Ya hablaré en otra ocasión de este variopinto grupito al que había que “echar de comer aparte”.
Los vástagos menores eran siete pero parecían veinte; sueltos y revueltos con la protección de la abuela, estaban dedicados a las puñeterías propias de la edad. Lo último y más notorio de sus fechorías fue que subieron a Tomasín a un árbol y lo amarraron, y sólo cuando un adulto escuchó sus lloros, alaridos y maldiciones, lo bajó entre las ocultas risas de los demás cafres. ¡Ah! Y al orondo gato Crispín, le habían pegado cascaras de nueces en las extremidades, con lo que el pobre animal no podía ponerse en pié.
                                                                       


Por fin todos se sentaron a la enorme mesa a comer, entre las pullas de siempre, las peleas sobre antiguas contiendas y las repetidas libaciones con múltiples brindis, hasta que llegó la gran tarta de chocolate y cantaron el cumpleaños feliz  apagando las velas del evento, entre lagrimitas de la abuela, las peleas de los críos que querían más tarta y las meteduras de patas de alguno y alguna pasado de copas.
Destacar algunos episodios de la reunión.
Al “obispo”, apelativo con el que se referían a Gregorio, lo descubrieron a las dos de la mañana acabándose la tarta que había sobrado.
Mónica la quejosa y llorona, fue sorprendida detrás de unos arbustos semidesnuda, copulando con uno de los chicos del servicio.
Al hámster de María, lo salvaron “in extremis” al sacarlo chamuscado del horno cuando la abuela iba a meter la tarta.
                                                                    


Toño, en mitad del almuerzo y sintiendo arcadas irreprimibles, se desahogó en el bolso de una de sus cuñadas.
A la VIP, la descubrieron desnuda en una hamaca de la piscina tomando baños de luna, y bebiendo a morro de una botella de vodka.
Y por último la abuela que tenía la glucosa por las nubes, se tomó las pastillas con sendas cucharadas de auténtica miel de abejas entre las risas de los presentes.
Al final lo de siempre; besos, lloros, recomendaciones, y como siempre, una postrera bendición del cura perdonándonos los  pecadillos de aquellos días.

Qué bien lo pasamos, y ya vendrá otra ocasión propicia.

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