martes, 27 de noviembre de 2012

Desde el otro lado


Y pasé la fina hebra que separa a los sufrientes o enfermos de las personas sanas. Llevaba casi un año con terribles dolores por causa de una artrosis de cadera, mentalizado y dispuesto a operarme cuanto antes, ya que lo único que me paliaba el terrible dolor eran los parches intradérmicos de morfina, pero seguía embutido y desesperando en una lista de espera interminable que nos afecta a todos menos a los poderosos o al Rey, de forma que moví todas mis influencias para adelantar en lo posible el implante de mi cadera nueva.

                                                                              
Llegó el día en que casi dormido por la epidural y escuchando porrazos de martillos, sierras, y demás artilugios traumatológicos, me estaban arreglando mis maltrechos huesos.
Lo que vino después no me lo esperaba. Con unos dolores enormes a causa de mi estreñimiento, lo propio de la cadera, e insomne durante varias noches, solo tenía alucinaciones y pesadillas, donde los hierros de las ventanas se convertían en horribles artilugios de guerra o en instrumentos de tortura, cualquier sombra o grito era para mí inmediatamente una amenaza. Estaba perdiendo la chaveta.
En esos días, he llegado a sentir la angustia del deseo final de acabar con todo y pronto, sentirte exhausto y rendido en la lucha contra el dolor, llegando a no valorar la vida.

                                                                                
Pero ya en casa, en estos momentos de convalecencia, he retomado la ilusión gracias sobre todo a mi mujer, y a tantos de ustedes, amigos, familiares, conocidos, y anónimos blogueros, que tienen el valor de leerme, que me levantáis el ánimo hasta olvidarme de la enfermedad.
Gracias a todos, por vuestras palabras de ánimo y vuestro cariño. Sin ellas, no hubiera remontado tan rápido a este otro lado de la línea, donde gente sana o con costurones, nos tomamos un descanso para meditar sobre la terrible fragilidad humana.
Afortunadamente, yo he tenido la suerte de tener todo este tiempo y pendiente de mí a “mi doctora favorita”, a mi ángel de la guarda, mi yerna adjunta Viky Ïñigo, pues con sus palabras de ánimo y siguiendo sus sabios concejos, está favoreciendo que mi recuperación sea más segura y rápida.
¡Gracias a todos!

En Villanueva del Ariscal, a 27 de noviembre del 2012

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Su mejor regalo



Era su cumpleaños, y la familia le preguntó qué quería de regalo por dicha efemérides. “Ya lo pensaré”, respondió, “pero por favor no me compréis nada hasta que yo os diga, no me agobiéis”.
Fueron pasando los días y le seguían atosigando con el susodicho regalo, y es que no lo tenía nada claro. Lo pensaba, y es que la realidad era que le daba vergüenza que le regalaran algo que no necesitaba, un capricho, con la que estaba cayendo a su alrededor.

                                                                 
Cada día los periódicos y la TV informándonos de desalojos, gente llorando con niños y ancianos que le quitaban su última seña de identidad: la casa. Personas como cualquiera, que habían pasado de tener un pequeño negocio o un buen empleo, a dormir entre cartones y comer de los restos de comida que encontraban en los contenedores.
Personas con cultura y carrera haciendo cola en un comedor social, con el cuello del abrigo levantado para que nadie le reconociera, con la vergüenza en el gesto y la desesperación en la mirada.

                                                            
Había sido compañero de colegio. Lo reconoció pero no fue capaz de  acercarse a saludarlo. Toda la vida luchando y encontrarse con cincuenta y ocho años en esta vergonzante cola de desesperados que necesitaban alimentarse, comer lo que fuera: hoy, mañana, pero sobre todo el hoy, ya no le cabía más desesperanza, ya no creía en el futuro. Esto era una muerte lenta en un camino hacia ninguna parte.
Ante la presión familiar, fue y se compró un reloj en el Corte Inglés, reloj que no llegó a quedárselo. Lo enseñó a propios y extraños, lo volvió a meter en su caja y lo descambió, recuperando el dinero que la familia se había gastado.

                                                                
Algunos días después, se acercó al comedor social donde había visto a su amigo. Entró y preguntó si podía echar una mano, y lo aceptaron como cocinero los martes, jueves y sábados de once a cuatro.
El comedor dependía de Cáritas, a donde llegó el dinero de su cumpleaños y este trabajo sin remunerar que a él le encantaba, ya que en vez de jugar al dominó en el local del pensionista, se entregó en cuerpo y alma a los que lo necesitaban.
Nadie en la familia volvió a preguntarle por el reloj, pero se le notaba en la mirada que había recibido el mejor regalo de su vida.
Y llegó a plantearse que otra forma de vida era posible, que nos sobran tantas cosas como les falta a nuestros prójimos, que hay para todos. Que si prescindiéramos de todo lo superfluo, a nadie le faltaría comida, vestido, cama, sanidad y educación.

                                                               
Si cada uno de nosotros fuese capaz de convencer a otra persona de esto, esta crisis, esta miseria tendría arreglo. Ni los políticos, ni el FMI, ni el BCE, ni Bruselas, ni la jodida Merkel nos pararían. No los necesitamos. Sólo nosotros somos los responsables.
Vamos a por ello.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Aquellas risas


Me encanta ver los videos donde los chavales se dan sus bromas, pero ahora igual que antes, si de la broma no se enteran todos y se hace historia en forma de comentarios, no es considerada como tal. Ahora los chavales tienen sus móviles con cámara digital, con lo cual las imágenes en tiempo real,  llegan en unos minutos al último rincón de la tierra, por lo que las canalladas de mis tiempos eran diferentes.
Hay una, que recuerda la familia perfectamente.

                                                                
Estábamos pasando el mes de Julio como cada año en la casa solariega de mi hermano Eduardo y  Margarita, junto con todos sus hijos más la novia de alguno y nosotros tres, cuando no se le ocurre otra cosa a mi sobrina Mª Estrella, que ante una enorme discusión con Eduardito que la estaba cabreando sobre manera,  volcarle por la cabeza los huevos para tortilla que estaba cocinando mi mujer. La niña salió corriendo a esconderse, ante el cachondeo generalizado de las mujeres, por lo cual empezamos los varones, que nos posicionamos con el niño, a tirarles todo lo que había en la nevera.
Todo volaba: Tomates, yogures, frutas, etc., con lo que se parapetaron las féminas en el cuarto de baño. Mi hermano se encerró en su dormitorio para inhibirse del conflicto que se avecinaba.
Las atacamos psicológicamente cortándole la luz, dos se quedaron pertrechados de todo a la espera de que salieran, y los demás nos fuimos a nuestro escondite secreto, donde teníamos gran cantidad de petardos, cohetes, y alguna que otra bombita fétida.

                                                               
Empezamos, todavía a oscuras, metiéndoles por el respiradero del wáter y por debajo de la puertra los cohetes y alguna bombita, con lo que de cierta forma la obligamos a plantearse la escapatoria de semejante ratonera. Nosotros estábamos preparados para esta contingencia, con lo que cuando mi mujer, muy despacio abrió dos dedos la puerta, le entraron por el escote dos tomates y en la cara medio cubito de agua.
A la vez habían traspasado la puerta varios petardos y un cohete, que aún hoy se puede ver donde explotó. Dentro de la guerra psicológica de manual, amenazamos a la Fernández con explotarles los petardos dentro del mejor jarrón chino que tenía, herencia de doña Filomena, abuela materna de la cabecilla de la rebelión.
A todo esto mi hermano se había levantado dando gritos, pues nos mostró como un pico de su colcha ardía, pero no la apagaba para enseñarla como prueba, con lo cual el servicio de bomberos, esta vez con manga y casco, intervino apagando el desaguisado, encendió la luz y pidió la paz a los contendientes, que con un cachondeo increíble, asistíamos a la bronca de mi hermano, el cual muy digno, se volvió a recluir en su dormitorio.
Ya podéis imaginaros como habíamos dejado toda la casa y el cuidado césped de mi cabreadísimo hermano.

                                                                  
Entre risas y contarnos mutuamente lo que no habíamos visto, limpiamos toda la casa, pero ahora venía lo peor; Teníamos necesariamente que ducharnos, eran las tres de la mañana, y es que el agua que había en el chalet era de un pozo cercano que llenaba un depósito y de ahí al calentador.
Nosotros los hombres valientes del Santo Ángel de la Guarda, nos duchamos con agua fría de la piscina y nos bañamos ante la bronca del dueño de la casa, que amenazaba con no se qué cosa de la posible avería de la depuradora.
Pero la mala suerte quiso, que mi queridísima cuñada se quedara sin agua enjuagándose el cabello, con lo que sin pensármelo dos veces corrí en su ayuda, cogí la manguera de la piscina, le di presión y se la metí por los barrotes de la ventana del cuarto de baño, llamado a partir de entonces “el del lago Tiberiades”.
Que buenos días pasábamos juntos, siempre de risas, de bromas “inocentes”, y con mi hermano en continuo enfado de trapense.
Ah, se me olvidaba contar que a la mañana siguiente de aquel día mi hermano me echó de su casa, con lo que hubo que delimitar la parte de mí cuñada Margarita e irnos “desconsolados” a su mitad.

                                               Yo afeité la 1ª vez a Elias

Bueno, tampoco quiero que penséis que mi hermano era un ogro, pues siempre se arreglaban las cosas en el bar “Pitraco” frente a unas copas de manzanilla de Sanlucar y unos platos de Jamón Ibérico, un buen queso y unas gambas de escándalo. Eso sí. Casi siempre tenía que pagar yo para penitencia de mis pecados y arrepentimiento del mal ejemplo que daba a los niños.
Después de tantos años aún lo contamos entre risas y ante  gente asombrada por nuestra capacidad de diversión.