miércoles, 28 de septiembre de 2011

Apuntes sobre la Sanidad Española


Tenemos, quizás, la mejor sanidad del mundo, pero en los tiempos actuales donde todo está en crisis, la sanidad no lo está menos. Mi vida laboral se ha desarrollado durante treinta y cinco años en empresas del ámbito hospitalario, por lo que creo tener algunas ideas que quizás sirvieran para mejorar el problema sanitario.
En cuanto a personal, en España la sanidad es la primera empresa del país, con 1,2 millones de empleos.
Siempre me he preguntado, como estando en la sanidad pública los mejores profesionales y los mejor pagados, (son los que  aprueban el MIR, las oposiciones, etc.), es en la sanidad privada donde más se trabaja y donde el absentismo laboral es menor, por lo que habría que hacer un seguimiento a las bajas que se producen, por si hay fraude.
                                                                            
Que los hospitales públicos sigan infrautilizando sus costosas instalaciones por las tardes es inasumible. Habría que introducir medidas de racionalidad, aunque chocáramos con los poderosísimos sindicatos del sector, a los que ni los políticos se quieren enfrentar.
Tampoco es de recibo, que grandes tratamientos se tengan que pasar a hospitales privados concertados, porque un aparato, la mayor parte de las veces costosísimo, está averiado, siendo los mismos profesionales que los manipulan en la privada-concertada y en la pública. ¿Por qué se averían tanto en la pública y no paran de funcionar en la privada?
España es uno de los países desarrollados donde más se utiliza la sanidad privada, cerca de un 16% la utiliza regularmente o la ha utilizado alguna vez. ¿Por qué, si somos valorados como la mejor sanidad pública del mundo?
Así mismo controlar en los ambulatorios y hospitales las horas de entrada y  de salida, las vacaciones por asuntos propios, las guardias, el tiempo del desayuno y de los descansos en general.

                                                                               

Controlar con seguridad, qué cosas salen y entran en las áreas sanitarias. Algunos profesionales sustraen todo tipo de material sanitario, medicamentos, ropa de cama y hasta artículos de  limpieza de los hospitales y ambulatorios, manteniendo en sus casas auténticos almacenes.
Si cada trabajador de la sanidad pública sustrae cada año productos por 30 €, serían 36 millones de €. ¿Tan difícil es controlar esto? El Corte Inglés echó la semana pasada a una empleada por llevarse tres perchas.
De alguna forma habría que gestionar “personal” como en una empresa privada.
Gastamos aproximadamente 83.000 millones de euros en la sanidad pública, esto es cerca del 8,5% del PIB (1).
Con el dinero que queda después de pagar al personal, que se lleva el 42% de los recursos, hay que hacer frente al resto del gasto, lo cual no es cosa fácil si atendemos a los impagos a proveedores, ya que en algunas Comunidades Autónomas llegan a cobrar con cerca de quinientos días  de retraso.
De alguna forma, habría que empezar de cero y gestionar los pagos en un tiempo máximo de 90 días. Para esto habría que pedir un crédito  por el monto total de la deuda en la actualidad, para liquidar los atrasos y pagar este monto  al ICO o a un consorcio de bancos o a quien sea, de forma fraccionada que no asfixie, en un plazo de  20 o 25 años.

                                                                              
A partir de ese momento gestionaríamos el gasto con rigor, de tal forma que no se gastara más de lo que se ingresa. Así mismo, reservar dinero para inversiones en nuevos hospitales y ambulatorios, y no olvidar que la investigación biomédica genera riqueza y valor añadido.
Convendría mirar con lupa las facturas de proveedores, ya que conozco casos en que se vende a diferentes precios en función de la autonomía y del hospital. Las empresas,  algunas veces, intentan vender más caro para paliar en parte el tiempo que tardan en cobrar y también poder invitar a congresos a los profesionales que utilizan sus productos.
Los concursos para la compra de medicamentos, fungibles, aparataje o de equipamientos, sirven si se cumple el tiempo de pago a proveedores, ya que actualmente  se ignora lo acordado la mayoría de las veces.
Es el momento de sacar ventaja de de la situación tan anémica en que nos encontramos. Ya que peor no podemos estar, pues tendremos que mejorar por fuerza.
Entremos en un tiempo de esperanza y de soluciones imaginativas, para que esta situación actual no se repita en el futuro.

(1).- Más datos en:
www.msps.es
www.msps.es www.ief.es/documentos/recursos/publicaciones/.../2006 
www.revistaestudiosregionales.com/jornadas/juandedios.pdf




En Villanueva del Ariscal, a 27 de Septiembre del 2011

martes, 20 de septiembre de 2011

Deporte de riesgo


Nunca me habían comprado mis padres  una bicicleta, así que no sabía pedalear, y como nunca es tarde, un día llegó la ocasión de sacarme esa espinita.
 En casa de  mi amigo Adolfo había dos increíbles máquinas a mi disposición, una  de él y otra   de su hermana Chela, de quien por cierto estaba locamente  enamorado, lo cual yo llevaba en secreto como se lleva el dolor de  las hemorroides.
Cierto día lo comenté en su casa, lo del pedaleo, pues no sabían que  ni tenía bicicleta ni sabía montar, ya que se le había ocurrido a mi amada niña,  hacer una excursión a no sé  dónde, por lo que se dispusieron  a enseñarme en dos tardes lo que ellos llevaban haciendo años.
                                                                                 
Ni os podéis imaginar las fatiguitas que pasé, pues mientras ellos se reían a carcajadas, yo me caía continuamente, hasta  que por fin logré andar  solo como cien metros sin caerme, con lo que se dio por concluido mi intensísimo cursillo.
Yo quería entrenarme más, pues en realidad mi inseguridad era manifiesta, así que en vez de ir a clase, me iba al Parque de Mª Luisa y alquilaba una bicicleta por dos horas para irme soltando de verdad.


                                                                                 
A la semana consideré que podía defenderme bastante bien, así que les dije a mis amigos que podíamos ir de excursión cuando quisieran, pues hasta había comprado una bici de segunda mano con mis ahorros.
Me exigieron una prueba definitiva de mi destreza, así que un día a una hora que había escasa circulación, me dispuse a mostrar mi preparación para este deporte, para mí de riesgo.
Para chulear hasta me llevé a su perrito Juancho en mi manillar, y empezamos a rodar con tranquilidad aunque sin mucha confianza.
Ya había dado dos vueltas triunfales a la manzana, cuando al pasar por delante de mis fans, y con Juancho ladrando, creía yo de alegría, me solté de manos mirando al tendido, sin percatarme de que una moto salía por mi derecha, con lo que todos fuimos al suelo con gran ruido de hierros y consternación de mis espectadores.
                                                                                
No nos pasó nada, aparte de mi brazo roto, el perrito maltrecho, la moto y el motorista enteros y mi bici para el chatarrero.
Había pasado casi un mes de aquello, cuando visité a mis amigos. Entre el perro que aún tenía una pata entablillada y  me ladraba sin parar queriéndome morder,  y Adolfo y su hermana con su hiriente cachondeo, lograron que mi incursión por los circuitos y el enamoramiento por Chela,  murieran enfriado por mi  vergüenza y “amor propio”.
 Desde entonces me caen mal los perros, los ciclistas y los deportes de riesgo.

En Zizur Mayor, a 20 de Septiembre del2011

sábado, 10 de septiembre de 2011

Migas


Decía en una canción Joan Manuel Serrat, que “un manjar puede ser cualquier bocado”, y habría que darle la razón, aún yendo en  contra de los nuevos alquimistas de la cocina, tan dados al “más difícil todavía”.
Un día ya no muy lejano, volveremos a los principios más rústicos de la cocina, teniendo como guías  las humildes comidas de los labriegos y peones del campo, de la ganadería, y  las recetas no escritas de nuestras abuelas. Tan simples por la carencia de medios en aquellos malos tiempos, en que el dinero escaseaba, pero que sin embargo, es recordada con añoranza por quienes la conocimos.
Viene al caso todo esto, porque recuerdo de mi infancia un plato que hacía la gente del campo en épocas de vendimia o de recolección. “Las migas”.


                                                                          
Las he comido de infinidad de formas: de sémola, de harinas, de pan atrasado, pero eso sí, acompañándolas siempre con los ajos. Algunos refríen junto a estos carne de conejo, otros tocino, carne de cerdo, sardinas, y acompañándolas con alguna fruta como uvas, higos, naranjas, y para beber un tazón de chocolate o un vaso de mosto, de vino oloroso, amontillado, moscatel y todo aquello que da cualquier viña del terreno.


                                                                             
Yo os voy a dar la receta que creo más fiable, después de haberlas hecho y probado por toda la geografía española, aunque su origen podría estar en los pastores de rebaños  trashumantes de Extremadura.
Coger un pan de hogaza del día anterior y de aproximadamente un kilo. Lo cortamos a “pellizcos” lo más pequeño posible. Lo ponemos en un recipiente y le espurreamos con las manos una salmuera. Mojamos un paño en esta misma agua y abrigamos el recipiente dejándolo reposar hasta el día siguiente.


                                                                            
Pondremos una sartén grande y profunda en el fuego, con un chorreón de aceite de oliva virgen extra de 1º. Cuando esté caliente añadiremos como 25 dientes de ajo, dándole vueltas por el aceite a temperatura media, y añadiremos las migas de pan que habían reposado desde el día anterior, empezándolas a mover vigorosamente con una paleta hasta que las migas estén doraditas y muy sueltas.
“Migas del buen pastor, mientras más sueltas mejor”.
Buen provecho.




En Cizur Mayor a 10 de Septiembre del 2011

viernes, 2 de septiembre de 2011

...Y anochece que no es poco


“Al carajo el despertador”, fue lo primero que dije a las siete de aquella fatídica mañana cuando al intentar apagar su aparatoso sonido, tiré al suelo y rompí la “Estación Meteorológica” de 140 euros.
Me tiré de la cama descalzo entre los improperios de mi mujer, que me hizo aguantar el grito a pesar de pisar una esquirla y sangrar por la herida. Recogí como pude el destrozo ante la indiferencia de mi conyugue que seguía durmiendo y me dirigí al cuarto de baño para mi aseo.
Al empezar a afeitarme y cortarme dos veces, constaté que como siempre, habían cogido mi maquinilla para depilarse sin cambiar la cuchilla después. En fin, el mal ya estaba hecho, a joderse tocan.
Al abrir el agua caliente noté, una vez más, que nuevamente se había agotado la bombona de butano en el momento de ir a ducharme yo. Estaba predestinado a recorrer en bolas el piso para cambiarla.
Subsanado el incidente me acabé de vestir y me reuní con mis hijas y su madre en la cocina para el desayuno. Estaba tan cabreado que me tomé de dos sorbos el café sin pronunciar palabra, y salí pitando para el sótano a recoger el coche, donde dos operarios miraban un bajante roto al lado de mi coche.
“Le íbamos a avisar para que quitara el coche, ya que está cayendo porquería”, me dijeron al ver acercarme a mi coche, cuya puerta izquierda,  estaba justo debajo del tubo siniestrado.

                                                                                  
En el momento de abrir la puerta, empezó a salir por aquel agujero todo el torrente de porquería propio del despertar de las incontinencias nocturnas del bloque, que cayó sobre mí antes que me diera tiempo de meterme en el habitáculo. Estaba empapado de mierda de arriba abajo, yo y el coche.
Cuando aquello paró salí cagándome en todo lo que se movía, ante las carcajadas de los dos obreros que se habían escondido para que no los viera.
Subí nuevamente al piso en este estado lamentable  y oliendo a mierda pura. Empecé a desnudarme en el cuarto de baño haciendo un montón con toda la ropa, y al ir a quitarme los pantalones, resbalé a pesar de agarrarme a la cortina de ducha cuyo riel arranqué de la pared, pegándome un tremendo porrazo contra el lavabo, y quedar semiinconsciente en el suelo.

                                                                                
Al momento vi,  como mi mujer con un cuchillo de cocina y precedida de mis dos hijas me decía: “Si se mueve lo mato. Marta, llama a la policía”.
“Toñi, soy yo Ramón, llama a una ambulancia que me duele todo y no me puedo mover. Ahora te explico”, le contesté ante las caras de asombro de las tres y sus correspondientes caras de asco.
Una vez explicado el trance, las niñas se fueron porque les daban vómitos, igual que a mi esposa que no paraba de dar arcadas, mientras me desnudaba y me limpiaba con toallas sentado en el suelo del baño. Yo seguía sin poder moverme, con un tremendo dolor en la cintura y en el brazo derecho, que notaba perfectamente que estaba roto.

                                                                                     
Al final tras larga espera, llegaron los de la ambulancia. Según el facultativo, tenían que llevarme al hospital, y la camilla no cabía en el ascensor, así que me pusieron en una especie de silla articulada, y empezaron a bajarme por la escalera. Eran cuatro contando el médico y el enfermero, pero no podían con mis noventa kilos. En un descansillo, me tiraron por las escaleras, ante mis gritos, palabrotas que yo nunca antes había dicho, y blasfemias a cual más grandes y  peores.
Todos los vecinos estaban en sus puertas viendo pasar el cortejo. La vieja sorda del 2º decía  cuando me tiraron, que me iba arrepintiendo de mis pecados, pues iba nombrando a Dios.
Después de un pequeño accidente con la ambulancia, llegamos al hospital, y en urgencias empezaron a hacerme pruebas de todo.

                                                                                  
Tenía rota la cadera izquierda y el brazo derecho, así como un traumatismo cráneo-encefálico de carácter leve. De verdad, lo que sentía eran tremendos dolores en todo el cuerpo, así como un penetrante olor a mierda que no se separaba de mí a pesar de haberme lavado nuevamente.
Me operaron y escayolaron con anestesia total, estando más de dos horas en el quirófano, pues cuando abrí los ojos en la sala de despertar, inmovilizado como estaba y con muchos dolores, era casi de noche, según me dijo el equipo médico ante las sonrisas de las enfermeras, que se imaginaban el número que había montado en mi casa.
Pedí más calmantes, y le dije a la auxiliar que me pinchaba mucho la escayola. Lo único que faltaba es que me hubieran dejado dentro unas tijeras.
Me fui durmiendo nuevamente poco a poco. Ya estaba más tranquilo, se acababa el día y… anochecía que no era poco.


En Cizur Mayor, a 2 de Septiembre del 2011