miércoles, 30 de abril de 2014

Confesiones de pareja

-Ya va siendo hora que te eches y descanses, todo no lo puedes hacer el mismo día.
-Hijo, es que estoy agobiada de todo lo que queda para poner en orden la casa después que llegamos.
-Pues deja ya el resto para mañana y ven conmigo a ver la tele.
-Ya está. Se acabó por hoy.             

                                                        ………………….

                                                                           


-¿Qué piensas?
-Nada. ¿Y tú?
-Nada.
-Pero algo estarás pensando ¿No?
-¿Sabes que hoy hace treinta años que nos casamos?
-Pues perdona, pero no me acordaba.
-¿Cómo crees que nos ha ido en este tiempo?
-Bueno, pues creo que como todos los matrimonios, con luces y sombras.
-¿Eres feliz conmigo?
-Si…
-¿Por qué dices ese si tan extraño?
-Hombre, porque creo que ya no tenemos esa fogosidad del principio, esas ganas del uno por el otro en todo momento y en cualquier lugar. Nos tenemos ese amor tranquilo que llega con los años, pero me sigue gustando mucho tenerte siempre a mi lado, y más ahora que los hijos se fueron y sólo nos tenemos los dos.
-Entonces dime ¿Me quieres o me necesitas?
-Pues creo que lo uno y lo otro son inseparables. Lo que si tengo claro es que te quiero.
-¿Me has sido alguna vez infiel?
-¿Y tú?
-Yo he preguntado primero.
                                                                         


-Voy a serte sincero, pero quiero que tú también lo seas. ¿De acuerdo?
-Cuando hablas así es que alguna vez me pusiste los cuernos ¿A que sí?
-Hace muchos años estuve liado un tiempo con la secretaria de un buen amigo, pero lo dejé a tiempo, porque tú me importabas más y no quería perderme ni perderte.

(Unos minutos interminables de silencio)

-Bueno, yo ya me he confesado, pero ¿Y tú?
-En ese mismo tiempo, donde tú decías que me encontrabas fría y que nunca quería sexo, estuve liada con ese mismo amigo tuyo. Yo sabía lo tuyo y buscando consuelo caí en los brazos de este confesor espontaneo.
-¿Y aún estás enganchada a tu Tenorio?
-Claro que no. Aquello acabó antes casi de empezar. No era capaz de estar en la cama con nadie que no fueras tú.
-¿Entonces qué pasó?
-Ya te estoy diciendo que casi nada. ¿No me crees?
-A la altura en que estamos y conociéndote, claro que me lo creo.

(Ahora el silencio fue más largo, pues estuvieron pendientes del televisor aunque sus pensamientos estaban en otros parámetros, digamos que entre la cabeza y el corazón)
                                                                             


Él, la tomó de la mano y con sólo mirarla, se levantaron ambos del sofá y se fueron a la cama, donde revivieron el sexo más fogoso de los años primeros de pareja.
Todo estaba dicho entre los dos, y era claro que tuvieron la dicha de retomar su relación como una cosa apasionadamente nueva.
El rescoldo hay que animarlo cuando no hay llamas, y en el amor es lo mismo.




En Villanueva del Ariscal, a 30 de abril del 2014

miércoles, 23 de abril de 2014

Las tres Marías

Eran los mejores estudiantes de su curso y del colegio, pero eso no les granjeaba  precisamente las simpatías de sus condiscípulos, y como  siempre iban juntos le pusieron este mote.
Adolfo, Sixto y Juan, siempre estaban solos en los recreos o en cualquier celebración lúdica del conjunto de sus compañeros, y no sólo eso, sino que siempre estaban recibiendo ataques de toda índole, sin que sus protestas o las de sus padres hicieran mella en la dirección o en los profesores del centro.
                                                                            


Estos ataques o bromas como lo denominaban los pandilleros de los que estaban rodeados, iban desde palizas, robos de los libros y material escolar, hasta lo que era peor, y es que atraían a toda la tropa de “borregos” en los escarnios públicos más crueles, mientras los profesores miraban hacia otro lado.
Aparte de los estudios, estos tres amigos destacaban en otras actividades por supuesto siempre individuales, como el caso de Juan, que era campeón escolar de los 100 m. lisos, o Sixto que era campeón de ajedrez juvenil de toda la provincia, y sin dejarnos atrás a Adolfo, que era un karateka consumado.
                                                                                


Cuando salieron del colegio para ingresar en la universidad, entraron en otro mundo en donde eran más respetados, y además habían perdido de vista a sus verdugos escolares.
Los tres acabaron las carreras muy jóvenes: Adolfo Derecho, Juan Económicas y Empresariales, y Sixto hizo una ingeniería industrial.
Decir que Adolfo llegó a ser juez, y dio la casualidad que uno de los matones del colegio compareció un día en su juzgado acusado de trata de blanca y robo con intimidación, y aunque intentó darse a conocer al juez para así aliviar su condena, este lo ignoró completamente imponiéndole la pena preceptiva, dedicándole las peores miradas de desprecio de las que fue capaz.
Juan hizo oposiciones a la Inspección de Hacienda, y pasó que le tocó investigar un fraude en el que estaba inmerso un empresario, que resultó ser el principal jefe de los agresores escolares.
                                                                            


Este le hizo la pelota todo lo que pudo a su antiguo “compañero y amigo” como le gustaba dirigirse a él, sin que esta actitud hiciera lo más mínimo para que la multa e incluso la posible cárcel se le rebajara lo más mínimo.
Estos amigos se reunían muy a menudo cuando sus ocupaciones se lo permitían, y el día que comentaban esto entre los tres les dijo Sixto: “Pues a mí fue a pedirme trabajo otro de los notables de aquel tiempo, y le hicieron un montón de pruebas, algunas humillantes por orden mía, para luego comunicarle yo personalmente que no daba la talla para el puesto, y cuando se iba le deseé lo peor refrescándole la memoria de todo lo que nos hicieron durante aquellos horribles años”.
Es curioso constatar cómo algunas veces la vida, te da la perversa oportunidad de sacarte esas espinas que te clavaron injustamente en alguna ocasión; y sí, es una satisfacción muy grata.


En Zizur Mayor, a 23 de abril del 2014

miércoles, 16 de abril de 2014

"Terribilis die"

El día ya empezó apuntando mal, pues se tuvo que duchar con agua fría, se olvidó  coger la toalla y al bajar del baño se resbaló pegando un tremendo costalazo.
Estaba en Huelva trabajando desde el lunes en su labor de visitar a los pediatras de la zona, y era uno de esos días que mejor quedarse en casa, pues llovía como si fuera la  vez en que Noé ya había construido el Arca.
Una vez desayunado se lanzó a la calle a trabajar con gabardina y paraguas, cuando a mediación de la calle Concepción, se levantó un enorme huracán que volvió el paraguas y se lo quitó de las manos, pero Antonio siguió andando como si tal cosa sin volver la cara, por lo que nunca supo los posibles estropicios que hubiera causado el artefacto antiaguas.
Tuvo que comer con un cliente, por lo que a toda prisa volvió al hotel a peinarse y prepararse para la tarde, pero antes de lanzarse a la calle, se tomó un café en un bar cercano.
                                                                              


En el camino hacia el otro extremo de la ciudad, empezó a notar que el café no le había sentado todo lo bien que debiera, pero tenía prisa por llegar a la cita que le había dado uno de los principales pediatras de la zona, por lo que siguió andando hasta que un fuerte dolor de vientre le hizo parar en un escaparate, y  decidir sobre la marcha que necesitaba entrar en un servicio, pues aquello no aguantaba.
En los primeros dos bares que entró, sólo había urinario, por lo que se dirigió a un restaurante cercano que estaba aún abierto, pero todo se le vino abajo cuando le informaron que el cubículo de caballeros estaba en obras.
Ya en la esquina siguiente se tuvo que parar, y su esfínter descargó el peso que lo agobiaba.
¿Qué podía hacer en semejantes circunstancias?
No quería perder la entrevista tan importante que tenía, por lo que no se le ocurrió otra cosa, que meterse entre los calzoncillos y el pantalón varios folletos de los que llevaba en la cartera y continuar con su obligación hasta que pudiera volver al hotel.
Llegó al bloque de viviendas a la vez que una señora con su niño, por lo que tuvo que compartir el ascensor los cinco pisos hasta la consulta.
La señora lo miraba al oler lo que desprendía, por lo que él por disimular dijo que le parecía que el pequeño se había hecho cacas. La señora miró al niño y este dijo: “Este hombre peste”. Menos mal que ya llegó.
                                                                               

La consulta estaba llena, por lo que Antonio se quedó en la entrada esperando que lo llamaran, lo que sucedió casi enseguida.
Al entrar y saludar al médico, le dijo: “huele como a bajante atascado”, este no hizo comentario alguno, pero Antonio declinó sentarse cuando se lo ofreció pretextando un lumbago grave. Mientras estuvo hablando la cara del doctor no salió del asco, por lo que Antonio abrevió y al irse tuvo que aguantar que el médico le dijera: “Que se mejore, aunque lo veo mal, pues ya huele a cadáver en descomposición”.
Volvió al hotel como pudo y se desnudó para observar que la catástrofe era enorme, pues la mierda le llegaba hasta los calcetines, y el pantalón del traje ni que contar como estaba incluso después de quitarle lo más gordo bajo el grifo.
Ni que decir tiene que tuvo que tirar los calzoncillos y llevar de urgencia el pantalón a la tintorería, que menos mal que le aseguró que se lo tendrían para primera hora del día siguiente.
                                                                               
   
Volvió al hotel y decidió acostarse hasta el día siguiente sin cenar y apretando el culo, pues ya no le quedaban ganas de continuar aquel terrible día.

En Jaca, a 16 de abril del 2014


jueves, 10 de abril de 2014

Inconfesable venganza


No podía más. Después de varios meses sin ser yo mismo, sin descanso ni relajación, ya que casi no comía, no me relacionaba con nadie, y por supuesto no había podido dormir más de cuatro horas seguidas, tomé una decisión drástica sobre aquel “inquilino” no deseado que había ocupado mi casa sin mi permiso, aunque mi familia estuviera muy satisfecha con aquella compañía.
Había tomado la firme convicción de que lo tenía que hacer desaparecer, pero debía planearlo de tal forma que a nadie le pareciera que yo había sido el ejecutor de su forzado evaporamiento, aunque era manifiesta mi antipatía inmisericorde por semejante sujeto.
                                                                                


Empezaba a oscurecer un precioso día de final de la primavera y a pesar de todo, el azahar seguía esparciendo su precioso olor por todo el jardín de aquella vivienda-chalecito, que por cierto aún era del banco, ya que para  ser enteramente mía tendrían que transcurrir los veintisiete años que me quedaban de pagar hipoteca, pero bueno, vayamos al grano y os cuento.
Después de varias horas vigilando los ruidos de la casa, por fin parecía que todo el mundo dormía, por lo que  puse en marcha mi maquiavélico propósito levantándome con sumo cuidado de no hacer ruido.
Ya tenía preparado un enorme saco para meter al sujeto de mis desasosiegos, por lo que me dirigí al cuarto de las herramientas para armarme de un azadón, una pala y una carretilla de mano que me aliviara el peso de todo, dirigiéndome a enterrar el cuerpo del delito y hacerlo desaparecer definitivamente.
                                                                               


Tomé un caminito de tierra que conducía después de un par de kilómetros a un descampado que hacía las veces de estercolero incontrolado, por lo que me puse un pañuelo sobre la nariz que me evitaran los asquerosos efluvios del entorno.
Busqué un rato hasta encontrar un clarito que me pareció idóneo para el entierro del saco y su contenido, por lo que me puse al trabajo de cavar una fosa profunda para que nadie pudiera encontrar el objeto de mis odios.
Cuando la fosa me pareció suficiente, tomé la pala y descargué con todas mis fuerzas una serie de enormes porrazos sobre es saco de forma que nadie reconociera su contenido, pues previamente le había quitado todo lo que pudiera identificarlo, arrojando el fardo con su contenido, y procediendo por último a cubrir todo con la tierra extraída.
Estaba sudando por el esfuerzo, pero aún me recreé un rato mirando mi obra y fumándome un cigarrillo.
Volví sobre mis pasos feliz y deseando dormir a pierna suelta el resto de aquella noche y el resto de mis días.
                                                                                    

En los días siguientes toda la familia estuvo buscando y preguntando por el sujeto de mi fechoría, pero ya después todo volvió a ser como antes y yo pude dedicarme a lo que más me gusta en mi vida, cocinar.

Nunca más la puta Thermomix me sustituiría en la cocina.

viernes, 4 de abril de 2014

"Vente a Alemania, Pepe"

Se me ha ocurrido el título de este artículo, por una película muy antigua del cine español protagonizada por Alfredo Landa, y que contaba las vicisitudes de la inmigración española de los años cincuenta y sesenta del siglo pasado.
Ahora que nuestra juventud más preparada se marcha fuera a trabajar porque aquí no hay oportunidades, os voy a contar un caso verídico que conocí de primera mano.
En esos mismos años a los que antes aludía, en el pueblo había muy poco trabajo y el que había era pagado miserablemente por los terratenientes y señoritos de siempre, que te decían a la cara que “eso era lo que había, y que para eso ellos habían ganado una guerra”.
                                                                          


Antonio estaba desesperado, pues con lo poco que ganaba apenas le llegaba para lo básico, y así nunca podría tener una casa ni casarse.
Fue en aquel tiempo en que algunos amigos habían emigrado a Alemania, “¿Y por qué yo no puedo hacer lo mismo?”, se preguntó una mañana que estaba desesperado, de forma que contactó con uno de los que ya estaban allí para que le buscara trabajo, solicitó el pasaporte y se preparó para la marcha.
Esta se retrasó, pues el cacique local no quería quedarse sin mano de obra sumisa y barata, por lo que en connivencia con la Guardia Civil, trataba de retrasar todo lo posible los papeles para pasar la frontera.
Al fin pudo marchar entre lágrimas de los suyos y desesperación de su reciente novia, pero se tragó la pena y las dudas y hasta Múnich marchó en busca de lo que su país le negaba.
                                                                            


Fueron años de mucho trabajo, pues cogía todo lo que salía, así que sus jornadas eran de doce o catorce horas, pero no le pesaban pues tenía la idea fija de juntar dinero,  casarse y comprar una casa en el pueblo.
Después de varios años de trabajo duro, volvió al pueblo para casarse y marcharse nuevamente con su querida esposa a la tierra de promisión que le había dado lo que tenía.
Su mujer, que era una magnífica modista, también se puso a trabajar, y después de un par de años montó una pequeña empresa de confección, que al poco tiempo ya tenía seis empleadas españolas trabajando para ella.
Y llegaron los hijos, Antonio y Marcos, con lo que sus vidas cambiaron bastante hasta que ya los niños fueron adolescentes. Estudiaron uno Ingeniería y otro periodismo y estaban totalmente integrados, pues se sentían alemanes por los cuatro costados, y España ya sólo era un lugar donde iban de vacaciones cuando se terciaba.
Los hijos empezaron a trabajar donde habían vivido, y sus padres ya jubilados, pensaron en volver a España y vivir en la casita que por fin un día pudieron comprar en el pueblo.
                                                                                   
  
Esto les duró poco, pues nacieron sus nietos y la carne les tiraba más que el terruño, con lo que volvieron a la tierra que los acogió.
Volvían a España sólo de vacaciones con toda la familia para observar, cómo el pueblo seguía igual, no había trabajo y la gente nuevamente emigraba, sólo había cambiado la generación de mandamases, pues los cachorros que eran peores que sus ancestros, casi  habían hecho buenos a sus antepasados.
Qué pena cómo se está desangrando este país, donde cada vez los ricos tienen más a costa de negarles el pan a los pobres, obligándolos nuevamente a que su desesperación los haga renunciar a su tierra.