viernes, 27 de diciembre de 2013

El guateque

Era el cumpleaños de mi amigo Roberto y me había invitado a su fiesta, por lo que preparé un regalo de conveniencia entre las cosas que no me gustaban o me sobraban, y me dirigí al evento de la mano de una amiga de facultad con la que me veía hacía un par de semanas.
Había ya bastante gente bailando y bebiendo, por lo que entregué el regalo a mi amigo y me dispuse a tomar algo, cuando vi como mi amiga se iba con un chaval que yo no conocía y que resultó ser un antiguo novio, dejándome planchado con la copa y con cara de imbécil.
                                                                        


Llevaba ya un tiempo bebiendo copa tras copa, cuando sentí unas ganas tremendas de hacer “pis” y me dirigí al servicio, pero había una enorme cola y yo no podía aguantar, así que cuando mi vejiga iba a estallar, tomé la decisión de hacerlo en una botella de ron vacía y mediante un embudo que cogí de la cocina. Al acabar dejé el recipiente disimuladamente en la mesa de donde lo había tomado y fregué y puse el embudo en su sitio, pero cual no fue mi sorpresa al volver al baile, ver como un invitado escanciaba del envase que yo había dejado un buen chorreón sobre hielo y le añadía Coca-Cola.
                                                                            


Estaba desmelenado bailando en medio de la pista y bastante beodo, cuando me vinieron ganas de una “ventosidad” tremenda, que vino a coincidir con un inesperado silencio después de acabar un tema, por lo que el efecto fue que mi trueno se escuchó alto y claro, observando cómo nos mirábamos unos a otros sin disimulo y como se hacía un cerco a mi alrededor, por lo que decidí pasar desapercibido a partir de aquí.
Después de esto seguí bebiendo como un cosaco hasta que sentí que ya no me cabía más alcohol, pues unas nauseas repentinas encendieron mis alarmas, para dirigirme dando bandazos pero rápido hacia el servicio, en donde abrí la puerta de un fuerte empujón en el momento que me venía inconteniblemente el vómito, que fue a caer sobre una chica que estaba sentada en el inodoro, saliendo yo en estampida de allí después de susurrar una disculpa ante los feroces gritos de la doliente.
                                                                              


Como pude salí del fiestón por piernas, tomé un taxi que tuvo que parar dos veces para que yo descargara la vomitera y por fin llegué a casa, pero sobre todo a mi cuarto, donde me acosté sin desnudarme pero con la precaución de cerrar la puerta para que nadie viera lo perjudicado que estaba.
Por lo demás, decir que varios amigos y amigas dejaron de hablarme, entre ellos Roberto, y debo de reconocer que con toda la razón después del espectáculo que di.
Con el paso del tiempo esta anécdota etílica se llegó a contar como una gracia mía, pero la realidad es que yo no volví a beber desde entonces y eso que esto pasó hace ya muchos años.
Quien no sepa mear el alcohol que no beba.


sábado, 21 de diciembre de 2013

El conseguidor de sueños

El día que se jubilaba, reunió a su familia y les dijo:
“Hijos, me jubilo para dedicarme a devolver a la sociedad todo lo que he recibido en tantos años de lucha. Ustedes se dedicaran a las empresas, mamá y yo haremos algo que ya tenemos hablado”.
Durante estos últimos años de dura crisis, había visto como se cerraban negocios y mucha gente se quedaba sin trabajo, a parte de la cantidad de jóvenes muy preparados, que se tenían que ir al extranjero para trabajar, pues aquí no había futuro.
Empezó asesorando a pequeñas empresas que iban mal, salvando a algunas de una segura quiebra. A otras les cambiaba el rumbo de los negocios, diversificando la oferta y a otras que ya no tenían remedio les ayudaba a cerrarlas ordenadamente, recolocando a su personal en lo posible o ayudándoles a montar pequeños negocios a los mas emprendedores, a los que incluso prestaba dinero sin intereses.
                                                                              


Pero lo que verdaderamente le valió el apodo de “conseguidor”, fue que escuchaba a las personas que iban a verle y las orientaba en cómo montar un pequeño negocio, conseguir una licencia de algo, recolocar a muchos y ayudar financieramente a otros en lo que necesitaban.
Había fundado dos cooperativas: una de reparto de paquetería y otra de compraventa de coches de segunda mano y nuevos.
A parte de esto, había ayudado a montar una treintena de pequeños negocios: tiendas de comestibles, de ropa, de arreglo de calzado, dos bares, un taller mecánico, tres lavanderías, dos licencias de taxis, otra de coches para bodas y eventos, una agencia de viajes, y un largo etcétera imposible de enumerar.
                                                                            


Estas eran sus primeras Navidades jubilado y se sentía muy satisfecho con lo que se había conseguido, con la inestimable ayuda de su mujer y dos personas que vinieron a echarles una mano desinteresadamente.
Había pensado pasar la Noche Buena con sus hijos, pero cambió de parecer y en un enorme bar que cerró hacía un tiempo, montó un turno de cenas para los “sin techo” y todo el que quisiera y no tuviera recursos, en donde fue ayudado por un montón de gente que casi ni conocía. Los alimentos los consiguieron del Banco de Alimentos, y se dio de cenar a más de trescientas personas.
Al acabar la noche estaba muy cansado pero tremendamente feliz por lo que había hecho, pero aún le quedaba otra sorpresa.
                                                                                    


Al salir de aquel comedor improvisado y a pesar de lo fría de la noche, se encontró rodeado de sus hijos y de casi toda la gente a la que había ayudado, que le aplaudían y vitoreaban como si de un actor o de un futbolista se tratara.
No podía con tantas emociones, por lo que rodeó a su esposa con el brazo y se echó a llorar en su hombro, y así tan felices y satisfechos, llegaron a su casa acompañados de todos los que le querían.
Qué gran ejemplo de altruismo y de bien hacer; tomen nota por favor, ricachones de siempre y millonarios ocasionales, pues nada de lo conseguido aquí sirve para la otra vida, suponiendo que la haya. Dentro de nosotros mismos tenemos el cielo y el infierno.


viernes, 13 de diciembre de 2013

Cuento de Navidad

Estaba leyendo tranquilamente en mi burbuja, cuando me llamó Sonia, amiga desde el instituto y enamorada ocasional, pero quiero decir en mi descargo sentimental, que mi rechazo instintivo no iba relacionado contra ella prioritariamente, sino contra su corrupta familia, que no compensaba mis concupiscencias hormonales propias de aquella edad.
                                                    


Su padre, gran prohombre en una determinada época, ya no era él mismo, pues lo habían encarcelado según ella injustamente, ya que el sólo miraba por su negocio que era a todas luces un poco extraño.
Era un “conseguidor” que llegó a ser alcalde de su pueblo, e incluso lo puso en el mapa de España, más por los escándalos urbanísticos que por lo pintoresco del sitio.
Total, el sólo se quedaba con el 15 o el 20% de lo conseguido, por lo cual no entendía que fuera un chivo expiatorio de todo en lo que había participado.
También creó un fondo piramidal donde ofrecía el 12% de ganancia al que le confiara sus ahorros. Aquí cayeron un montón de jubilados que depositaron su confianza en semejante y “listo” individuo. Una autentica joya del zoológico humano.
                                                 


La Navidad se presentaba triste, pues aunque nunca les faltaría de comer y la familia sabía de dónde había que coger el dinero, tenían que tener cuidado con los lujos que se permitían,sobre todo para que la justicia no se enterara nunca de donde salía el dinero actualmente, por lo que este año no habría angulas de Aguinaga, ni percebes, ni bogavante marinado a las finas hiervas. Habría que conformarse con comidas más sencillas.
La cocinera Luisa junto con la criada Lola, pertrechadas con dinerito fresco recién salido del “horno”, se fueron al “Club del Gourmet” del Corte Inglés, a comprar las “pobres” viandas de una cena de Navidad discreta:
Medio cordero lechal, un poco de jamón de Sánchez Romero Carvajal de 5 jotas, algo de foie gras francés de oca, surtido de Ibéricos, salmón noruego ahumado, una tarrina de caviar iraní, y algunas veleidades que no vienen al caso descubrir.
De vino escogieron unas botellas de Vega Sicilia, unas pocas botellas de champán francés y dos botellas de “Chiva Regal “ de 25 años.
                                                   


El día 24 estuvieron en la cárcel viendo a su padre, por consolarlo en fechas tan señalada, sorprendiéndose por que estaba de buen humor, pues sabía, les dijo, que cuando saliera de allí, lo cual ocurriría en pocos meses, cambiarían de aires para no tener que pasar calamidades en este país de desagradecidos.
No le remordía la conciencia por haber arruinado a tanta gente, ni por haber echado a todo el personal de sus empresas a las que había vaciado de dinero anteriormente.
Era él o los demás . Que se jodieran, pero a su familia no les faltaría nada en varias generaciones, aunque claro está, en algún desdibujado y tranquilo país de otro continente.
Pero todo se fue al garete, cuando el mismo día 25, el padre de mi amiga murió en la cárcel de un aneurisma que fue irreversible.
Que Dios me perdone, pero a cada cerdo le llega su San Martín.


viernes, 6 de diciembre de 2013

Corrupción

No hay día ni hora, en que al abrir un periódico o escuchar las noticias en la radio o en la televisión, no nos enteremos de algún nuevo caso de corrupción.
Este problema que nos envuelve en todos los niveles de la vida, no se ha creado sólo, sino que ha ido evolucionando y enquistándose en la sociedad como si de una cosa normal se tratara. Y es que no hay estamento o institución que no se haya visto involucrada en los escándalos económicos y hasta también de otras índoles de delitos.
                                           


Pero con ser malo esta pérdida de valores tanto éticos como morales, no lo es menos la percepción de que todo el mundo en cualquiera de los ámbitos, mete el cazo en lo ajeno sin que de ello se deriven consecuencias graves a los mismos, pues lo máximo que les caen son algunas semanas de cárcel donde viven como dios, para luego salir a gastarse el dinero que robaron allí donde nadie les conoce.
Porque esa es la realidad; nadie devuelve el dinero que robó o defraudó, como si este se hubiera esfumado en el momento en que se descubrió el pastel, pues la justicia aparte de ser lenta, o es ineficaz o es de una indolencia rayana en la permisividad, pues también los mismos jueces tienden a tapar a sus afines en ideas políticas sin sonrojarse por ello, ya que si no lo hacen caen en desgracia para tener una carrera brillante en las “cosas del Estado”.
                                                


Sin embargo, en estos tiempos de penurias laborales y económicas, también percibimos como en algunos asuntos de delitos menores, esos mismos jueces se emplean con saña con la madre que utilizó fraudulentamente una tarjeta de crédito ajena, para sacar dinero y poder pagar la hipoteca, o el padre de familia que sale de un supermercado llevándose cosas sin pagar. Esas son gente invisible en donde el peso de la ley cae con todo su rigor.
                                            


Un día, y Dios quiera que me equivoque, la gente va a salir a la calle desesperada para acabar con este estado de cosas lamentables, y ni el endurecimiento de penas del Sr. Ministro del partido de la gaviota contra el que se manifieste, discuta o apedree, podrá con una riada humana que está viendo como las cosas sólo mejoran para los poderosos de siempre.
Mas grave sería que cualquier mañana al levantarnos, nos enteráramos que nos han prohibido protestar o manifestarnos, pues es muy molesto para la autoridad competente que el ciudadano discrepe, pues deteriora la imagen de la marca España. ¿Qué van a pensar, por Dios, de nosotros en el extranjero?

En la madrugada del 6 de diciembre de 2013, día de la Constitución.



miércoles, 27 de noviembre de 2013

El Torreón

De toda la vida vivía en aquel caserón del centro de Sevilla, en donde antes habían vivido sus padres, abuelos, bisabuelos y toda la familia desde los lejanos tiempos de final del IXX, cuando vinieron sus antepasados huyendo de alguna guerra o conflicto del norte, concretamente de las Vascongadas.
La familia, en total cuatro con los niños, ocupaba de las dos plantas superiores sólo dos dormitorios en la primera planta y la planta baja completa, pero la verdad es que la casa se había vuelto inhabitable, pues no tenían suficientes medios económicos para mantener el palacete, por lo que se habían planteado venderla a una conocida empresa de informática que la rehabilitaría para su tienda.
                                                                           


La oferta de compra no era muy buena, pero era lo que había en estos años en que la burbuja inmobiliaria había pinchado y los precios eran un 40 % menor que hacía cinco o seis años.
Tenía que hacer un inventario de todos los objetos, muebles y cachivaches que se pudieran vender, por lo que no se le ocurrió mejor forma de empezar, que por el pequeño torreón que en el lado izquierdo de la casa era el lugar más alto y desconocido del destartalado edificio, pero el único problema es que no sabía cómo entrar allí, pues estaba cegada la ventanita exterior y por dentro no había escaleras.
Estaba mirando desde el interior el susodicho techo, cuando le pareció ver unas pequeñas hendiduras que conformaban un cuadrado de unos sesenta centímetros, por lo que pidió prestado unos andamios y se dispuso a intentar entrar por allí al torreón.
Al principio intentó empujar con todas sus fuerzas para abrir aquello y viendo que no podía, rompió a golpes la puertecita para acceder al interior provisto de una linterna y curiosear en aquel rincón donde seguro nadie había entrado en décadas
                                                                               


Al principio no veía nada pues la oscuridad y el desorden eran totales, pero poco a poco empezó a sacar una gran cantidad de cuadros que estaban apilados en un lateral y otros objetos decorativos raros, pero que pesaban lo suyo.
Ya lo había bajado todo a la estancia inferior y como la realidad es que no sabía lo que había encontrado, llamó a un antiguo compañero de colegio que había abierto no muy lejos de allí una tienda de antigüedades, para intentar catalogar de alguna forma el hallazgo.
Al perista no le hizo mucha gracia que le pidieran ese favor, pues él cobraba por valorar los objetos y de aquí pensó que no sacaría nada, por lo que se llevó la sorpresa de su vida cuando empezó a catalogar todo aquello, ya que una vez superada la impresión inicial, consideró que su amigo había encontrado un autentico tesoro en obras de arte, y que además estaba documentada su compra por un enorme fajo de recibos y facturas que lo acreditaban y que también aparecieron en el desván.
                                                                              


Gonzalo, que así se llama mi amigo, fue vendiendo en subastas y directamente a entidades y particulares todo aquello, haciéndose una pequeña fortuna, por lo que después de venderlo todo incluido el caserón, se compró un piso al contado y se permitió vivir desahogado el resto de su vida, ya que invirtió en negocios que le iban bastante bien y sus hijos pudieron estudiar carreras en el extranjero. Lo único negativo fue que se divorció de su mujer al enamorarse perdidamente de una condesita que le había comprado uno de sus cuadros.

“No todo pude salir bien”, decían sus envidiosos amigos. 

martes, 19 de noviembre de 2013

El sexo no tiene edad

Era, a su manera, feliz aunque vivía solo. Su mujer veinte años más joven que él, se fue con un hombre de su misma edad que la enamoró y que no tenía los achaques de los años de su exmarido. Nunca, después que se marchó, supo más de ella; ¡sería feliz en su nuevo estado!, y por eso no guardaba rencor ninguno, pero aunque nunca lo dijera la echaba de menos, ya que cuando la soledad no es elegida cuesta mucho sobreponerse.
                                                     


Vivía en una pequeña hacienda a pocos kilómetros de Huelva. Se entretenía cultivando, hasta que pudo, un pequeño huerto que le daba unas magníficas hortalizas, y un pequeño “harén” de gallinas que le obsequiaban con magnífica carne y sabrosos huevos.
Llevaba años viviendo solo, pues aunque sus hijos siempre quisieron que se fuera a vivir con ellos, el era muy celoso de su independencia, y además no quería ser un estorbo.
Cuando ya se sintió un poco disminuido en sus fuerzas, contrató a una panameña que le hacía la colada, le adecentaba las principales habitaciones y a ratos le daba compañía; eso sí. Siempre la invitaba a un buen ron de caña cubano, que era su bebida favorita.
En eso estaba uno de esos días, cuando un poco achispado le dijo a su amiga: “Me encantaría verte los pechos”, y ella sin dudarlo un segundo se los mostró en todo el esplendor de sus veinte años.
                                                   
     
A partir de ese día, todo cambió, pues él fue avanzando en la conquista de la mucama, a la que ella se prestaba solícita ante los caprichos sexuales de su jefe, llegando un día en que olvidadas las labores que se le habían encomendado, solo iba a meterse en la cama del viejo que había rejuvenecido treinta años, gracias a  su saber hacer en todas las delicias que a  él se le ocurrían.
Pero llegó un día que ella le pidió más dinero y él se lo dio. Otro momento en que le tomó la cartilla del banco y le hizo un pequeño descalabro, que aunque de momento le contrarió, le quitó importancia, pues sólo veía sexo y desfogue.
Un día que la esperaba con impaciencia, ella se presentó con un chaval mal encarado que dijo era su novio, pidiéndole todo lo que tenía de ahorros bajo la amenaza de contarlo todo a sus hijos y conocidos acusándolo de violación, en lo que ella estaba de acuerdo.
                                                   


Cogió una vieja escopeta de caza que tenía colgada en la pared, y los echó sin contemplaciones, para a renglón seguido, llamar al puesto de la Guardia Civil y poner en antecedentes al capitán del mismo, que le conocía de toda la vida.
Por suerte para mi amigo, cuando las fuerzas de seguridad fueron a buscar a la pareja de chantajistas, estos habían desaparecido, comprobando “in situ”, que los nombres y documentación de que disponían eran falsos.
A pesar de todo lo ocurrido, mi amigo Gustavo se ha recuperado, aunque ahora tiene una mujer del pueblo con cierta edad y poco apetecible sexualmente, pero más eficaz y más cumplidora en limpieza y atención, pero él ha encontrado la forma de desfogarse sin tanto compromiso.

Acaba de cumplir setenta y cinco años y parece un chaval.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Solidaridad, no caridad


Como cada día desde que estaba jubilado, se levantó muy temprano y se dirigió a la cocina a prepararse el primer café de la mañana, dándose cuenta que se había acabado el descafeinado y como sin este brebaje no sabía empezar el día, se vistió para salir a tomarlo a un bar cercano que abrían pronto.

Ya que estaba levantado y había tomado su café, decidió dar un paseo por el barrio. Iba pensando en su hijo, que con la que tenía encima, pero sabiendo que le hacía mucha ilusión le dio dinero para que se comprara la entrada del Betis-Barcelona, pues jugaban el próximo domingo y hacía años que no pisaba un campo de futbol, pues siempre el dinero se necesitaba para cosas esenciales.
                                                                  


Iba ensimismado en esto, cuando observó a una pareja de ancianos que rebuscaban en los contenedores de basura que había en el lateral del supermercado y sintió el impulso irrefrenable de acercarse a ellos para interesarse por sus penurias.

No iban mal vestidos, incluso el hombre llevaba una ajada corbata que seguro conoció mejores tiempos y ella con su pañuelo a la cabeza y abrigo, se veían como una pareja normal de ancianos.

Le dijeron que el dinero de su pensión era para sus hijos que en este momento se habían desplazado a la recolección de la fresa, y que ellos se habían quedado al cuidado de sus dos nietos ya mayorcitos, en quienes gastaban los poquísimos recursos que les quedaban, por lo que cada mañana miraban los contenedores del súper, en donde encontraban cosas caducadas que estaban perfectamente.
                                                                  



Estuvieron hablando un rato sobre los hijos, los nietos y la crisis tan profunda que estábamos pasando, sin trabajo y lo peor es que les faltaba ya ilusión para encarar el futuro de una forma valiente.

Arturo, que así se llamaba mi amigo, lo decidió de inmediato. Sacó el dinero que le dio su hijo para el futbol y se lo entregó a la pareja que no querían aceptarlo, pero después de explicarles que era para una entrada, lo cogieron con lágrimas en los ojos él y un llanto desconsolado la pobre mujer, ya que con eso seguro que tenían hasta que sus hijos volvieran hacia final de mes.
                                                                

 


Mi amigo continuó el paseo contento de lo hecho. Ya se le ocurriría que decirle a su hijo, aunque este no llegó a enterarse de nada, pues su padre se fue al bar de la esquina y vio el partido en la televisión tan ricamente y con la conciencia tranquila pensando en lo que había hecho.

Muchas veces volvió a pasear por los mismos sitios, pero nunca más vio a aquella pareja de ancianos, hasta que un día recibió en su casa un magnífico libro antiguo muy bien conservado con una tarjeta sin dirección que sólo decía “Gracias, amigo”.


lunes, 4 de noviembre de 2013

La justicia no es para pobres

Mi amigo Alberto tiene una pequeña finca a las afueras del pueblo donde vivo, y el otro día me contaba el pobre, los robos que está teniendo y que por lo visto no tienen solución o sí, alguna solución personal que puede llevar a juicio al ofendido.
Me contaba que venía observando que le robaban naranjas y no podía coger a los culpables, hasta que una mañana cogió infraganti a un sujeto del pueblo que ya había metido en el coche un saco entero de las mismas.
                                                   


Le hizo devolverlas aunque no quería y como encima lo chuleaba, se lió a darle guantadas hasta hacerlo entrar en razón, para acto seguido irse al cuartel de la Guardia Civil a interponer una denuncia. A la pregunta del agente de cuantos kilos le habían sustraído, el contestó que unos cuarenta, y cual no fue su sorpresa cuando el agente le contestó que hasta trescientos kilos no había delito y que era absurdo que pusiera la demanda.
Poco después se llevaron de una pequeña habitación del campo, seis jaulas con diferentes especies de aves cantoras, volviendo mi amigo a intentar poner otra denuncia con los mismos resultados que la primera vez, pero con el agravante de que se permitieron aconsejarle que se diera una vuelta por los mercadillos locales, a ver si veía lo robado. De puta pena.
Y hasta ahora lo último que le pasó fue, que le robaron el motor del pozo y todo el cableado de la instalación y no tiene dinero ni ganas de volver a empezar, pues dice que “Para los pobres no existe la justicia”.
¿Qué haríamos si nos pasara esto a nosotros? ¿Es normal todo este estado de cosas donde no se respeta lo ajeno si no me ven?
                                                   


Conozco a las buenas gentes del campo y sé que si les pides algo para tu casa te lo dan generosamente, pero que te roben para venderlo y sacar para vicio ya es otra cosa.
Tampoco entiendo la indolencia de los funcionarios policiales, pues creo que siempre algo se puede hacer antes que alguien cansado de tanta fechoría impune se tome la justicia por su mano, cuando tengo entendido que ese mismo guardia rebuscó por toda la calle donde vivía a ver quien le había rayado el coche.
Por otra parte comprendo la desgana de unos funcionarios que ya han perdido casi un 30% de su salario en rebajas que este gobierno felón les ha sustraído, pero si cada uno se tiene que poner a vigilar al vecino, mal acabará esto compañero.
                                                    


Por último decir, que este amigo se presentó un día en el almacén de Cáritas donde estaban repartiendo alimentos, e instó a cuatro o cinco hombres que se encontraban en la cola a que le ayudaran a sacar las cajas de naranjas que iba a donar. Todos miraron para otro lado para no ayudar, por lo que mi amigo cerró la furgoneta y se marchó indignado.
¿Qué está pasando?

sábado, 26 de octubre de 2013

La duda

Llevaban toda la vida juntos y tenían prácticamente la misma edad, ya que sus respectivos padres eran amigos y casi hermanos de siempre y los niños nacieron con pocas semanas de diferencia. Ella Patricia, él Tomás.
Iban al mismo colegio y crecieron juntos para todo, pues se consideraban pareja desde muy pequeños y era raro ver al uno sin el otro, y ni que decir tiene, que ambos tenían los mismos amigos, e incluso en las vacaciones de sus respectivos padres solían llevarlos juntos.
                                                   


Pero he aquí, que al padre de Patricia lo trasladan a Barcelona y se separan a punto ya de entrar en la Universidad, con el consiguiente disgusto de la pareja, que casi por primera vez en la vida se distancian por mucho tiempo, ya que aunque hablan y chatean por internet casi todos los días, no es lo mismo.
Tomás ya está en tercero de Derecho y Patricia en segundo de Ingeniería, y aunque la amistad no se haya perdido, los asuntos particulares y la distancia hacen que cada vez la relación sea más fría, hasta que un día Patricia le dice a su amigo que se viene durante tres meses a Sevilla para un curso, y ni que decir tiene que se alojará en su casa.
                                                   


El reencuentro fue como si de verdad nunca hubiesen estado separados, pues retomaron su vida como una auténtica pareja de enamorados que no se separaban ni para dormir, puesto que eran ya adultos y debían de saber lo que hacían.
Tomás siempre usaba preservativo cuando hacían el amor que era casi cada noche, por eso le extrañó tanto el anuncio de que ella estaba embarazada.
Ante las dudas de él que le había pedido que se hicieran una prueba de ADN, la relación se enfrió y ella volvió a la ciudad Condal antes de acabar el curso.
A pesar de la presión de sus respectivos padres la relación de ambos casi dejó de existir, él sólo la llamó cuando ella había tenido el niño, pero Patri no había querido coger el móvil.
Y pasaron más de tres años cuando Tomás cada día se acordaba de ella, y tenía más y más dudas. ¿Y si el niño fuera suyo?
En las vacaciones de Semana Santa decidió ir de incógnito a conocer al niño de Patri, preguntándose quién sería el padre, ya que ella a nadie le dijo nunca nada sobre el asunto.
                                                  


Estuvo todo el día vigilando la casa donde sabía que vivían hasta que la vio salir con el niño, siguiéndolos hasta un parque cercano, donde se escondió detrás de un kiosco para observar a la pareja sin ser visto.
El niño jugaba con la pelota mientras su madre leía en un banco y al salir el crío detrás del esférico fue Tomás quien lo paró y se lo dio, cogiendo a continuación al niño de la mano e ir hacia donde estaba la madre.
Se besaron como si nada hubiese ocurrido, y a borbotones fueron hablando de sus cosas quitándose las palabras de la boca, pues ¡tenían que contarse tantas cosas!
Fueron a merendar los tres a una cafetería cercana como si de una familia normal se tratara, y fue en la cena por la noche ya el niño dormido y con los abuelos, cuando Tomás le pidió a Patricia que se casaran cuanto antes.

Ahora tienen cuatro hijos, y aunque han pasado los años da envidia ver como se quieren.

lunes, 21 de octubre de 2013

Alegría, ¿De qué?

He leído el artículo que mi gran escritora ídolo, Almudena Grandes ha escrito en el diario “El País” del 21 del corriente mes, que titula “Alegría”. 
Y yo te digo querida maestra, que no hay lugar a la alegría porque un puñadito de especuladores haya llevado a la bolsa por encima de los 10.000 puntos o que la Prima de Riesgo esté por debajo de los 250. ¿Qué coño les importa esto a la “gleba” de “rojos trabajadores” que aunque protesten siguen igual?
 Este índice no ve a los seis millones de parados, a los autónomos desprestigiados, ni a los abuelos que después de haber trabajado toda su vida en condiciones, algunas veces muy precarias, se encuentran que tienen que contribuir con la limosna que les da este puto gobierno como paga, y que encima se envalentonan estos mandatarios de pacotilla, que aunque sean mayoría en el Congreso no convencen, porque les van a subir un 0,25 % anual (garantizado) a los denostados abuelos.
                                                                         
 
 ¿Eso es lo que vale haber cotizado durante treinta y tantos años o más, incluso teniendo lo justo para sacar a sus familias adelante? Cada día me da más vergüenza vivir en un país de listillos, que son los que en última instancia sacan provecho de las penurias de los demás. Querida Almudena ¿Qué alegría hay que celebrar en esta España de mangantes, que salen de la cárcel sin haber devuelto lo que se llevaron? Tú que en todos tus libros has hablado de los denostados, de los vencidos, de los rebeldes, quizás todos idealistas que querían cambiar las cosas, háblame ahora de esta realidad cotidiana que nos acucia y nos abochorna. A lo mejor somos muy rojos pero somos personas que contribuimos en todo más que los bolsistas y sobre todo somos mucho más solidarios. Ponle nombre a lo que pasa, atrévete con los intocables, se nuestra guía en esta lucha desigual en donde tú puedes dominar con tu forma de escribir, pero sobre todo con la credibilidad que tienes para un montón de gente que te seguimos. 
Ojalá querida Almudena hubiera lugar para la alegría, pero esta empezará cuando tenga, tengamos, nuestras necesidades básicas cubiertas. 
Ahora mismo no hay lugar para ninguna juerga.

domingo, 13 de octubre de 2013

El especialista

Aunque os parezca mentira, mi empresa ubicada en Robledo de Chavela (Madrid), había inventado y patentado un “ojo biónico” que venía a solucionar problemas en enfermos casi ciegos o a punto de estarlo, y yo era el especialista que se estaba recorriendo los principales hospitales de Europa presentándolo a las élites médicas.
                                                         

Había estado en París presentándolo a los incrédulos monstruos de la oftalmología francesa y me quería trasladar a mi próximo destino Roma, pero cansado de los aviones decidí coger un tren de Trenitalic, por supuesto en compartimento gran lujo con cama, que me dejaría a la mañana siguiente en la estación romana Termini.
Mis otros dos compañeros cogerían un vuelo de mañana, y yo me responsabilicé del material. Había llegado a la estación Gare De Lyon con mucho tiempo de antelación, ya que debía facturar y colocar el delicado producto del que era portador de forma que no sufriera daño alguno. Así y todo me quedó tiempo de tomar una copa en el bar antes de embarcar.
Tenía la sensación de que alguien me vigilaba, pero después de mirar a mí alrededor y no observar nada extraño, pensé que eran imaginaciones mías.
                                                       


Entregué mi billete al encargado, que me condujo hasta mi compartimento cama, abriéndomelo y entregándome la tarjeta de apertura. Aún no había abierto mi pequeña maleta, cuando sentí que llamaban a la puerta y al abrir me encontré con unos increíbles ojos azules que me empujaron hacia adentro y cerraron de un portazo.
“¿Qué pasa? ¿Quién es usted y qué quiere?”
-Me persiguen para matarme, me contestó y empezó a llorar como una Magdalena.
“Pero aquí no se puede quedar ¿Lleva usted billete?”
-Me estaban esperando y no me dio tiempo a comprarlo, pues me iba la vida en ello, y seguía llorando desconsoladamente.
Una vez la hube tranquilizado, le di algo de beber y mientras se reponía sentada en el único sitio que allí había a parte de la cama, observé que era muy alta y delgada, aunque tenía todas las curvas en su sitio.
                                                       


-Me llamo Alexia, soy polaca y llevaba un año viviendo en Francia con mi amigo o novio Gustav, dedicándonos a falsificar pasaportes y venderlos a los “sin papeles”, por lo que habíamos conseguido mucho dinero aunque la policía nos seguía los pasos muy de cerca ya. Yo le dije a mi amigo que me diera mi parte que me iba, pero él no quería pagarme, para que nos fuéramos los dos juntos a una ciudad del sur de España a vivir, por lo que tomé mi parte y salí huyendo de noche hace dos días, pero sé que me sigue.
Estaba en los servicios del bar de la estación observando a alguien que viajara sólo y lo demás ya lo sabes. Tengo mucho dinero para pagarte, pero por favor ayúdame a escapar y te recompensaré.
“Bueno, voy a salir a hablar con el jefe del tren a ver como solucionamos esto. ¿Cómo es tu amigo?”
-Es muy alto,  delgado y con una gran nariz aguileña y ojos claros.
Salí del compartimento para buscar al revisor y ver si alguien como la descripción andaba por los pasillos o el restaurante. Todo estaba desierto, sólo una pareja en el bar y el jefe del tren sentado adormilado. Lo desperté y le conté la historia de mi reciente casamiento, y que mi mujercita se había presentado en la cabina para irse conmigo en mi primera salida de trabajo. No me podía vender un billete, dijo, pero yo le puse en la mano el equivalente y aceptó encantado, aunque me rogó que no saliéramos hasta el destino.
                                                        


De nuevo en mi habitáculo y con mi amiga calmada, nos dispusimos a compartir cama, por lo que me acosté vestido en mi mitad.
Ella se metió en el minúsculo aseo y ya estaba yo casi traspuesto cuando sentí que se metía bajo la manta, pero ¡Estaba desnuda!
Creo y no me equivoco, fue la mejor noche de mi vida.
Al despertar por la mañana a punto de llegar al destino, ella no estaba, pero había dejado una nota dándome las gracias y un sobre con un montón de dinero.
Organicé para que se llevaran la valija y salí para tomar un taxi. Había un músico paralitico tocando el acordeón en las puertas, a quien entregué el sobre de dinero que me quemaba en el bolsillo.
Yo ya había recibido mi recompensa.


sábado, 5 de octubre de 2013

Es nuestro problema

Me levanto sobre las seis de la mañana, y como no tenía tabaco, salí a buscarlo, pero cual no fue mi sorpresa al ver que al lado del bar donde yo conseguía mi vicio, había más de cuarenta hombres esperando lo que yo no sabía qué .
Iban provistos de un cesto llamado “macaco” para coger aceitunas, pero había allí un hombre gordo y todo poderoso en apariencia, que decía quién trabajaba y quién no. No lo podía creer, pero así era. El almacén receptor fijaba los precios de los aceituneros, para que todos salieran ganando. Sobre todo los intermediarios.
                                                   


La desesperación de los no elegidos era patente. Alguno hasta lloraba. Era la impotencia de querer llevar algo a tu familia y no poder. ¿De qué vivir si te negaban el trabajo?
Aquello me recordaba las fotografías antiguas de la Segunda República, donde se atacaba a los señoritos andaluces y a los terratenientes de toda España.
Aquella rabia contenida de gente que tenían que llevar un salario a su casa y que estaban dispuestos a luchar por ello, ya que no tenían nada que perder. La vida valía poco si no se podía comer.
Había mucha gente del pueblo que, o no tienen trabajo o que el subsidio que reciben no les les daba para mantener a sus familias. Había rumanos, magrebíes y toda esa gente que no se saben de donde salen pero que quieren trabajar para dar de comer a su parentela. Así de fácil y así de complicado.
                                                


No sé quien hará trampas para conseguir que gentes que ayer cobraban por coger aceitunas sobre cincuenta euros al día, ahora estuvieran cobrando como mucho menos, debido a que los árboles no venían tan llenos como antaño, aunque a mí, un botecito de aceitunas gordales me costaran cuatro euros, antes y ahora.
No sé hasta cuando la gente no se revelará contra todo lo que está pasando, ya que los políticos de turno parece que les dé igual mientras no haya algaradas populares.
                                                  


Pero advierto, que no está lejano el día en que la gente asalte los supermercados para conseguir lo básico para sus familias.
No se puede ni se debe dormir tranquilo cuando hay tanta gente necesitada de lo básico, y lo curioso del caso es que más contribuye a estas causas perentorias quien menos tiene. Así es la solidaridad entre pobres.
Pero os prevengo: Ricos, prebostes grandilocuentes, avaros, banqueros y demás especímenes que afloran donde hay miseria. Los momentos están contados y no podréis prevenirlos.
Queridos políticos, que siempre con un signo u otro siempre estaréis ahí, os anticipo desde ahora que como en la Revolución Francesa, pasaréis por la guillotina de los que creéis débiles, aunque sigáis ignorando el por qué os está pasando eso. Sois ignorantes genuinos.