domingo, 29 de septiembre de 2013

Versos Inéditos


 
Como nace el árbol vivo

De su natural semilla

Así nace de tu alma

Vivamente la poesía.

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La llama tiene dos sombras,

Una fuera y otra dentro:

Y tú eres como la llama

Luminosa, sin saberlo.

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A mí me  está pareciendo

Que tú no quieres oír

Lo que yo te estoy diciendo.

Como la luz de la tarde

Tu alma se va apagando

Tu pensamiento en tu Alma

Se va crepusculizando.

 

 
 

Coplillas
 

Como nace el árbol vivo

De su natural semilla

Así nace de tu alma

Vivamente la poesía.

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La llama tiene dos sombras

Una fuera y otra dentro:

Y tú eres como la llama

Luminosa, sin saberlo.

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A mí me  está pareciendo
Que tú no quieres oír
Lo que yo te estoy diciendo.
Como la luz de la tarde
Tu alma se va apagando
Tu pensamiento en tu Alma
Se va crepusculizando.

La Taberna

Para medrar en este oficio es forzoso,

Que haya en la casa reposo

Y a ninguno incomodar,

Nunca meterse a olisquear,

Quienes los clientes son.

No gastar conversación

Con cuantos vienen aquí.

Servir bien,

Decir “NO” a “SI”,

Cobrar  “La mosca”

Y chitón.

 



República

Si pública es la mujer

Que conocemos por puta,

República debe ser

La mujer más prostituta.

Y siguiendo la razón

De esta lógica absoluta

Todo aquel que se reputa

De la república hijo,

Debe ser a punto fijo, “UN hijo de la gran puta”.

lunes, 23 de septiembre de 2013

Cumpleaños

Todos los que me conocen saben, que tengo auténtica aversión y que rechazo cualquier tipo de celebración cuando me toca la penosa suerte de rememorar el día de mi nacimiento, y sin embargo eso no siempre fue así.
Recuerdo de pequeño, como los días se me hacían eternos hasta llegar a mi primera meta de edad que eran los doce años, luego fueron los dieciséis y después los dieciocho, pero hasta ahí llegué en mi ilusión por cumplir años.
                                                   
  
En mi casa no se celebraban los cumpleaños sino los santos, aunque esta celebración consistía como mucho, en alguna ropa que hacía falta y poco más, y no fue hasta conocer a mi cuñada Margarita primero y a mi mujer después, que me preparaban la famosa tarta de chocolate y galletas para hacerme apagar las consabidas velitas, convidadas de piedra que veían año tras año como iban aumentando su número.
                                                     


Pero fue cuando fui a cumplir cuarenta cuando me opuse descaradamente a celebración alguna, aún con enfado del “respetable” que tanto se empeñaron en que sí habría celebración, que me vi obligado a desaparecer por esas fechas.
No pretendo justificar de ninguna manera mi actitud, pero quiero exponer alguna razón por lo que me sucede esto, y en primer lugar decir que no veo por qué celebrar algo como que la vida se nos está yendo de las manos, y que cada vez que cumplimos un año más, nos acercamos inexorablemente al final al que nadie queremos llegar, y yo menos que ninguno.
                                                    


Pero lo curioso del caso es que parece mentira que estas posiciones ante la vida, se puedan transmitir por los genes, ya que mi nieta Olivia que sólo ha cumplido cuatro años y que ha tenido la mala suerte de siempre pasarle algo en su efeméride, dice cuando se le recuerda la fecha: “Cumpleaños feliz, no”.
Sé que la mayoría de los que leen mis tonterías no estarán de acuerdo, ya que dirán que es una alegría cumplir años porque es señal de que estamos vivos, que podemos contarlo, aunque la mayoría de las veces nos pasen pocas cosas buenas en ese año que acabamos de pasar, por lo que siempre habrá quien ve la botella medio llena, pero yo en esta cuestión la veo siempre medio vacía.
Esto no quiere decir que no agradezca a todos vuestras felicitaciones sinceras, esto sólo supone una queja contra el jodido calendario de las narices, que pasa por nosotros irremediablemente riendo a carcajadas cuando ve nuestra cara de estupor por lo rápido que se han agotado sus hojas hasta llegar a…, a donde sea.


domingo, 15 de septiembre de 2013

La mosca

Me acababa de levantar de una reconfortante siesta de hora y media, y me dispuse frente al televisor a ver mi serie favorita “Castle”, cuando empezó a importunarme una mosquita de esas que llamamos por estos lares “cojonera”(N).
(N) Dícese del insecto que te toca los cojones reiteradamente.
Pues bien, al principio no le hice ni puto caso, pero cuando ya me estaba tomando mi cafetito de media tarde y harto de espantarla sin resultados, decidí pasar a la acción.
Mi principal estrategia consistía en eliminarla con algún objeto expeditivo, véase una revista enrollada o algún insecticida al uso.                                                   


Llegó un momento en que ya no atendía a mi serie favorita, sino que estaba atento al caprichoso vuelo de la pesada díptera.
Al segundo intento de aplastarla con la revista de modas y fallar, rodaron por el suelo la taza y el platito del café, con la rotura correspondiente. Visto lo visto, me fui a buscar algún spray matamoscas al rincón donde solían estar.
Mencionar que me encontraba solo con mi muleta, pues mi mujer había salido como cada miércoles con su hermana.
Ya con el arma letal en mi mano, cerré las ventanas y la puerta y eché una generosa ración de matamoscas en el ambiente, sin acordarme que este tipo de líquidos me producen una reacción alérgica insoportable, por lo que volví a abrir ventanas y puertas, y me salí al jardín a toser y a enjugarme los llorosos ojos.
                                                  


Fue en ese preciso momento cuando mi organismo precisó descomer urgentemente, por lo que me dirigí sin retraso hacia el baño con la “carga trasera” pidiéndome a gritos salir de mis intestinos, cuando observé con cabreo supremo que la maldita mosca me seguía.
Estuve dándome manotazos en diferentes partes de mi cuerpo sin lograr matar a tan persistente y molesto bicho, por lo que me tranquilicé, acabé de hacer lo que estaba haciendo y me dirigí nuevamente a mi sofá pensando que mi acompañante se habría quedado en el camino, pero para mi desgracia no fue así. Allí continuaba acabando con mis nervios.
Decidí no echarle cuenta por cambiar de estrategia, acordándome de “Los comentarios de la Guerra de Las Galias” de Julio Cesar. Me puse el spray y la revista enrollada a mi alcance y esperé que se confiara la bestia alada.
                                                      


Aunque intentaba inhibirme, mi organismo soltando adrenalina en cantidad, sólo estaba atento a las secuencias de vuelo y de paradas de la puta mosca, hasta que después de tres paradas observé que le gustaba la pantalla de la lámpara de mesa, de bella cerámica, que se encontraba a mi izquierda, por lo que me dispuse a atacar con todas mis respuestas orgánicas a punto.
Fue letal. Mi porrazo con el periódico fue letal para la lámpara que rodó por el suelo sin que consiguiera acabar con el vil insecto, por lo que rendido acabé admitiendo mi derrota y aceptando que no era capaz de espantar la molestia, cuando observé como mi enemiga toda chula y con gran desparpajo, salía sin daño por la abierta ventana.
                                                      

                                                           La famosa mosca de Obama

¿Qué tal el día?” me preguntó mi mujer cuando regresó.
Vida mía, la verdad es que aburrido y deseando que llegaras”, no le iba a contar nada de mi derrota y de los estropicios. Ya se me ocurriría algo creíble cuando viera el catastrófico resultado de tan infructuosa batalla.


martes, 10 de septiembre de 2013

Santiago "El Travieso"

(Dedicado a mi nieto Santi)

Bueno, pues ya me habían castigado otra vez al cuarto de la siesta a pensar en lo que había hecho. Total, que me había llevado a la guarde mi juguete favorito, mi moto, y Nachito me la quiso quitar, y yo le arreé un bocado por lo que Amaya me metió la bronca.
                                                  


Llevaba ya un ratito pensando en cómo escaparme de allí, por lo que decidí salirme por una ventana baja que se habían olvidado de cerrar, y así con mi moto me fui al parque cercano a tirarme por el tobogán y a pasearme en los columpios, cuando de pronto me vi rodeado por cuatro o cinco perros que me ladraban con caras de pocos amigos.
Tenía miedo de no poder salir de allí, por lo que se me ocurrió subirme a la moto y ya empezaba a coger cierta velocidad, cuando vi que nos elevábamos por encima de los árboles y dejaba a la temida jauría atrás. ¡Mi moto volaba como el caballo de los cuentos de mi hermana Olivia!
                                                       


Aterricé en otro parque donde unos titiriteros estaban haciendo un teatro que me embobó durante un rato y hasta me dijeron que me fuera con ellos, pero yo quería seguir mi aventura en solitario, por lo que me escaqueé después de tirarle del rabo a un pequeño mono que llevaban y de quitarle un plátano que se estaba comiendo.
Nuevamente salí volando en mi vehículo y me dirigí hacia la Ciudadela para ver a los animales que allí había. Me entretuve tirándole piedrecitas (N) a algunos, cuando me vi venir derecho hacia mí un gran gato, que a primera vista confundí con un león y me interpeló diciendo:
 “No le tires piedras a mis compañeros, pues se irán y ya no podrás volver a verlos ni tú, ni todos los niños de Pamplona”. ¡Un gato que hablaba!
                                                   
  

Bueno pero si mi moto volaba, cómo me iba a sorprender porque hablara esta fiera.
No, si ya me iba”, le contesté un poco avergonzado.
Pero el peligro de verdad vino de un policía municipal que había estado observándome y que me preguntó por mis padres, a lo que yo le respondí señalando a una pareja sentada en un banco lejano, hacia donde me dirigí para disimular.
Bueno, ya era hora de regresar antes de que mi padre viniera a buscarme a la guardería, por lo que me fui hacia allí entrando nuevamente por donde había salido.
                                                   


Me amodorré un rato en una de las hamacas cuando vinieron a buscarme, no quedándome claro si mi aventura había sido verdad o todo lo había soñado.
Otro día tenía que volver a escaparme pues me lo había pasado chupi, aunque me dejó perplejo que mi moto no volara en mi casa ni en el parque cercano; lo mismo la debía llevar a que la revisaran.


(N) El abuelo Jose, que también era un poco golfo, le había regalado un tirachinas auténtico y con eso le daba a los animales. Decirlo es de valientes aunque me cargue una bronca.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

París mon amour

Y por fin llegó el día. Después de los contratiempos de mi cadera, pudimos hacer el viaje a París que mi hija le había regalado a su madre por su sesenta cumpleaños, y ¡Que bien nos salió todo!
Empezar diciendo, que yo ya conocía la ciudad, y que llevaba unos prejuicios que no se cumplieron, gracias a Dios.
Nosotros chapurreábamos francés e inglés, pero lo difícil era enterarnos de las respuestas, siempre tremendamente amables, pues se esforzaban en entendernos y ayudarnos en la solución, incluso los taxistas que tienen fama de estúpidos, ¡Qué bien nos lo pusieron!
Empezar hablando de esta ciudad universal que con 25º al mediodía y 12º por la mañana nos acogió en este final de Agosto, y ver cómo sus habitantes minoritarios eran europeos, ya que la mayoría de la gente son asiática, árabe, hindú y de cuantas razas hay en este universo llamado tierra, y me llamó la atención lo súper integradas con que mis ojos las veían.
Yo llevaba una muleta, pues tenía una tendinitis en la pierna buena debido seguramente a los esfuerzos que había hecho con ella. Pues bien; nos sirvió de forma sorpresiva, para que en todos los museos, Louvre, Orsay, G. Pompipidou, e incluso en el paseo por el Sena en el Bateaux Mouches donde había colas, nos sacaran de las mismas y entrar directamente. Incluso cuando acudimos el último día para ver el espectáculo del Mouline Rouge, cuál no sería nuestra sorpresa al sacarnos de la cola y sentarnos en la zona de entrada, donde fuimos llevados a una privilegiada mesa de la mano del gerente del local, que aparte de hablar un español perfecto, nos mimó en todo momento dando las órdenes oportunas.
Las vistas desde el segundo piso de la Tour Eiffel son magníficas, ya que si el día es claro y no hay mucha contaminación se ve todo París, y por supuesto el Sena que es su principal avenida.
La vida es bastante cara en París, pues un café te puede llegar a costar hasta seis euros, al igual que una copita de cerveza o vino de la casa. No se tapea ni existe la cerveza sin alcohol, y si te sienta en cualquier de los muchos establecimientos, al fin y al cabo bares especializados, tienes que pedir de comer para poder sentarte en su privilegiada terraza.
En la cena mejor de esos días, habíamos reservado mesa en un restaurante cuyo antiguo propietario era el abuelo de Mourine, una buena amiga de mi sobrino Juanjo. Os lo recomiendo. Se llama “Le Volant” (13 Rue Beatrix Dussane) y nos trataron gente muy simpática y la relación precio calidad es muy buena.
Creía y sigo creyendo después de esta visita, que es la ciudad más bella de occidente y una de las mejores del mundo.
Como complemento os pongo un montón de fotitos. Un beso a todos/as y recordad que “París bien vale una misa”.