jueves, 27 de diciembre de 2018

Acabándose


Cuando se va acabando este año aún no soy muy consciente de que empezó, de tan rápido que se me ha hecho; ¡cómo pasa todo cada vez que te vas haciendo un poco más viejo!
Y es verdad que se te aparecen los recuerdos más lejanos como recién vividos, y algunos no tan anteriores se te han borrado de la memoria, y no digamos ya los malos, que parece mentira pero que vienen cíclicamente a pesar de que quisieras borrarlos para siempre.
                                                                 


Personas queridas que se fueron al otro lado y que echo de menos, y que van haciendo cada vez  mayores los huecos de la foto fija de mi entorno, que ya no será el mío cuando me toque a mi ser borrado,
Si pienso en ese soplo de vida de los últimos doce meses, me doy cuenta de lo feliz que me hace mi familia más querida y los pocos amigos que aún me quedan; de ese cariño que me llena cada vez que nos vemos o que me acuerdo de ellos al ver una foto o al rememorar momentos, aunque para eso están mis nietos y mi hija que me  comentan entusiásticamente cualquier evento en que nos hemos reunido.
                                                                    


Hay otras personas a las que creías amigas y cercanas, que me han demostrado que cuando ya no te necesitan porque no te pueden sacar nada más las pierdes de vista, pero dicho esto, constatar que no las noto de menos, y que no me arrepiento de los que les he dado. Fui feliz haciéndolo.
                                                                      


Lo demás que pasa a mi alrededor no me afecta, porque después de lo vivido casi no me sorprende nada ni nada me escandaliza, aunque si me afectan los niños que mueren de hambre en esa África profunda olvidada, o esos semejantes que mueren en el mar o en los campos de refugiados queriendo procurarse para ellos y los suyos una vida mejor, y todas esas guerras que ni salen en las noticias porque a  nadie interesan ya.
                                                                       
 
Cada final de año me deja un poso extraño: entre amargo, dulce, ácido y salado, aunque no sé si será por indiferencia o aburrimiento, al ver como el ser humano cae una y otra vez en los mismos errores del pasado.
Desearos que todo lo mejor que os ha pasado en la vida, se repita en este próximo año. Un abrazo.


martes, 18 de diciembre de 2018

Otra vez Navidad


Otra vez 25 de diciembre, fun, fun, fun. Otra vez ese bombardeo de la televisión con perfumes que te convierten en un tipo con tabletas, en un hombre guapo y de éxito con coches envidiables, avión privado y rodeado de mujeres imposibles.
Para ellas, elixires de la eterna juventud, joyas, hombres jóvenes y ricos a su alcance, y  fiestas glamurosas donde eres la mujer fatal envidiada de todas y todos.
                                                                  


Si preguntásemos en la calle por el espíritu de la Navidad y si alguien te obsequiara levantando la mirada  del móvil, se quedaría tal vez pensativo pensando qué le preguntas y cuál será la respuesta acertada, sin pensar que la respuesta es fácil y la tienes dentro de ti.
Mientras, las calles y comercios engalanados que te reclaman a voces para que sonrías, te sientas bien y con ganas de comprar y divertirte, te lo exigen  imperativamente; irte de comidas y copas con esos amigos tan divertidos que tienes para cuando de fiesta se trata, pero que siempre estarán ocupados cuando les llamas porque los necesitas de verdad.
                                                                 


Por todas partes donde mires, “vuelve, vuelve a casa por Navidad con el…”, “la suerte está en compartir…”, “grandes descuentos si compras antes del 31 de diciembre”, etc…etc…etc…
Pocas personas miraran a su alrededor con ojos críticos y verán las carencias de esa pobre gente que cada día duerme al raso en un banco, dentro de algún cajero o en un portal que alguien se olvidó de cerrar con llave para que no entren indeseables y le den un susto.
                                                                 


Pocos serán los que se acuerden de esa pobre gente que huye de sus países en guerra o  de hambrunas y que mueren ahogadas en el mar, o esas otras ¡SOLAS! en hospitales, residencias de ancianos o campos de algún país que no los acoge,  porque no queda bonito recordar cosas malas en este tiempo de alegría; sólo las ONG se atreven a publicitarse por ver si a alguien le sobra alguna migaja para dar de comer a un pequeño africano durante una semana, o para que sin levantar la mirada del móvil, dones 1,20 € para vacunar a un pobre niño depauperado y terminal.
Sí. Por desgracia ese es el ambiente que nos rodea.
                                                                      

Pero por si alguien me lee y quiere enterarse, saber que se conmemora el nacimiento de Dios hecho hombre, en forma y manera no de risas desbordas y estipendios, sino que nació en un establo porque nadie le abrió sus puertas; pobre, con frío y acompañado sólo de animales y de sus padres, aunque después aparecieran más gente humilde para ayudar en el trance.
                                                                    


Y sí  La respuesta al espíritu de la Navidad está dentro de nosotros.
¡Feliz Navidad a todas la personas de buena voluntad!

miércoles, 12 de diciembre de 2018

"Manitas" a la fuerza


De nuevo otro día, y aunque era muy temprano y aún no había amanecido, salté de la cama (es un decir) dispuesto a comerme el mundo.
                                                                 


Como ya estaba abrumado con la perorata de mi esposa recordándome todo lo que había que arreglar, me dispuse con papel y bolígrafo en ristre a confesionar una lista de cosas por enmendar.
                                                                       


Empecé por las cosas más perentorias, como arreglar el grifo del lavabo con esa gota impertinente que no me dejaba dormir, aunque a mi compañera no la despertaban ni las Fallas de Valencia. Luego fue el turno del tendedero, ordenar las herramientas y otras pequeñeces, dejando para último lugar varias bombillas fundidas que había que cambiar, la más complicada una lámpara   de sobremesa que se me cayó y rompió, con lo que a ver como explicaba yo ahora en la ferretería la que necesitaba.
                                                                     


Con mi lista y una foto que hice con el móvil al portalámparas del aplique de sobremesa, partí hacia la tienda, encontrándome en la calle mucho frío, 4º, y un aire más que irrespirable letal, ya que el personal de limpieza empujaba las hojas muertas de las plataneras con un artilugio que levantaba todas las porquerías del suelo, y para frío  me acordaba de una noche vieja en Teruel que la pasé a -12º, por lo que aquello era una tontería soportable.
                                                                        


Ya otra vez en casa y al sustituir el primer halógeno de un empotrado foco de la cocina, se me cayó y rompió, por lo que tendría que volver a la tienda, pero también porque la rara bombilla del aplique de sobremesa no funcionaba.
Esta vez para no equivocarme y tener que dar más viajes, me llevé el aplique de sobremesa, por lo que parecía que iba de mudanza o que había robado en una descuidada inmobiliaria.
                                                                        


Ya con todo arreglado o eso creía, avisé a mi mujer para que viera mi obra, y aunque sacó algunas faltas y me recordó tres o cuatro cosas que se me habían pasado, ya por hoy me permitió dejarlo así.
Nunca he sido “manitas”; soy bastante atolondrado, pero la necesidad aprieta y no se pueden soportar los emolumentos del personal especializado, y aunque rompa y destroce antes de dejar las cosas más o menos pasables, es lo que hay.
Otro día os hablaré de los efectos colaterales de mis reparaciones.

miércoles, 5 de diciembre de 2018

El regreso


Después de su largo periplo de dos  semanas para despistar a todos estaba en España. Después de cientos de quilómetros en tren, coche y varios aviones había regresado, pero después de casi cuarenta años de ausencia no era el mismo y de eso se trataba; que nadie lo relacionara con aquel niño que había emigrado con sus padres huyendo de la miseria y el oprobio; y que  nadie sospechara de este hombre maduro en el Ecuador de la vida, sin historia aparente. Aquí a nadie tenía, de nadie se acordaba y nadie lo esperaba.
                                                                 


Desde la ventana del AVE que lo llevaba desde Barcelona a Málaga, contempló los campos, las montañas y los pueblos que pasaban a gran velocidad por su vista sin que nada lo emocionara. Todo le era indiferente.
                                                                  


No huía de nadie, huía de sí mismo y de una vida de la que no estaba orgulloso a pesar de haber conseguido el fin propuesto, que no era otro que salir de la pobreza y la miseria con la que había convivido gran parte de su vida.
                                                                 


Había amasado una considerable fortuna de forma poco clara. No había tenido piedad con nadie cuando de negocios se trataba y había dejado atrás gran número de enemigos (no tenía amigos), por lo que no tuvo dudas a la hora de cambiar de nombre, e incluso de fisonomía, y en cuanto a su dinero, estaba a buen recaudo en un conglomerado de empresas y cuentas repartidas por todo el mundo.
                                                                  


La realidad es que no sabía muy bien por qué había escogido el país al que nunca debería haber vuelto. Quizás por el idioma y también por las temperaturas, o quizás por vengarse de aquella estampa de desesperación, de aquella familia que partió sin nada y a la que  ni oportunidades les dieron.
                                                                        


Una de sus empresas con domicilio fiscal en Sudáfrica, había comprado una enorme finca de naranjos y viñedos a caballo entre las provincias de Málaga y Cádiz, con una exquisita vivienda en la que nada faltaba, dotada de los avances últimos en seguridad y confort, y a la que se dirigió después de haber alquilado un BMV de alta gama.
                                                                      


Allí empezó a vivir su nueva vida, jugando al golf y asistiendo a muchas fiestas acompañado siempre de bellas mujeres con las que sólo intimidaba una o dos veces, sin mezclarse en negocios y dando a entender a las personas con las que se relacionó, que tenía una grave enfermedad que acabaría con él en pocos meses.
                                                                     


Pasaron  varios años viviendo a lo grande, en lo que todo continuó como había previsto, pero un día cuando salía de un restaurante muy exclusivo de Marbella, fue abatido con la mujer que lo acompañaba por unos sicarios sin saber nadie ni por qué, ni quienes; ni él mismo hubiera sabido quien de sus antiguos enemigos lo había hecho, por lo que la policía le dio carpetazo diciendo que había sido algún ajuste de cuentas.
¿Mereció la pena?

jueves, 29 de noviembre de 2018

La alegría


La alegría es un estado emocional momentáneo e instantáneo. La alegría es considerada una emoción, o sea, una reacción física instintiva, y a pesar de ser temporal, la alegría es necesaria como una forma de enfrentarse a la vida, como un camino para alcanzar la felicidad.
                                                                 


La alegría se manifiesta en el cuerpo (está relejado), en los gestos de la cara (los ojos risueños y la risa de la boca), en la salud y en el estado anímico, y es considerada uno de los elementos más importantes a los que todo ser humano debería acceder para una buena calidad de vida.
                                                                   


Hay que distinguirla de la felicidad, que es un estado emocional que causa un efecto permanente y estable que se entrega a las causas de dicha felicidad, como el de una persona que es feliz por la familia que tiene, por disfrutar de sus hijos y nietos, o por alcanzar una posición deseada largamente y haber luchado por ella.
                                                                    


Una persona alegre es aquella que tiene tendencia a reírse y a estar de buen humor permanente. Según la psicología, la personalidad alegre o la capacidad de sentir alegría es una actitud importante para superar situaciones difíciles en la vida.
No debemos confundirla con la euforia de unos amigos que se han tomado unas copas y que cuentan graciosos chistes u ocurrencias, aunque alguno sea alegre aún sin probar el alcohol, ni con el manirroto que gasta mucho dinero: “tira el dinero alegremente”, decimos, o el que un día se va a un buen restaurante a darse un banquete de las cosas que le gustan pero que normalmente no se puede permitir: “me di una alegría”.
                                                                   


La palabra o el sentimiento enfrentado es la tristeza que hace incompatible la alegría, aunque sin embargo lo contrario es posible, y es pasar de un momento  alegre a  rompértelo una noticia o hecho triste que te hiela la sonrisa de la cara.
Hay personas de una alegría y ganas de vivir tan grandes, que la contagian a los demás, que son capaces de minimizar las tristezas o sacar del bache a alguna persona particularmente aprensiva, e incluso a algunas que tengan motivos para su estado preocupado o decaído.
                                                                      


Es en estos tiempos oscuros y convulsos donde cada día ponemos a prueba nuestras convicciones, creencias y preferencias más personales, cuando debemos recurrir a plantearnos las cosas de otra forma, y reírnos de todo aquello que no es importante para nuestro bienestar y la felicidad de los nuestros.
                                                                     


La alegría no nos asegura la felicidad eterna ni mucho menos, pero si puede influir fácilmente en el hecho de que disfrutemos más y mejor cada instante de la vida.
La alegría es parte de la vida y por eso su importancia es vital para hacer de la existencia algo a disfrutar en lugar de sufrir.

miércoles, 21 de noviembre de 2018

El libro de la vida


La única certeza al nacer es que moriremos, desconociendo la fecha de caducidad y sin que nos pidan permiso para traernos al mundo, a la vida.
Me entra la duda de que si nuestra alma es inmortal, o eso nos dicen, ya existiría antes de nacer y seguirá su andadura hasta ¿el infinito? No sé, y aunque soy de los que creen en otra forma de vida espiritual en no sé dónde, tengo mis reparos.
                                                                


La vida la comparo a un enorme volumen de finitas hojas, aunque nadie sabe de verdad la fecha del inicio de tan descomunal tocho, y mucho menos cuando se acabará esta novela (con partes de teatro trágico, de relatos terroríficos y de poca poesía) y si tendrá algún epílogo.
                                                                    


Cada uno escribe algunas humildes líneas, unas más largas que otras; las hay emborronadas, y hasta algunas ininteligibles, cada cual escribe lo que puede o lo que le dejan; algunos humanos con veinte o treinta caracteres hacen un magnífico relato, a otros le lees dos o tres páginas que han llegado a emborronar con caracteres engolados, y te puedes dormir de aburrimiento.
                                                                  


Seguramente, si  pudiéramos leer sólo los grandes hitos de esta historia, casi todos serían de tragedias, de millones de muertos, unos por culpa de fenómenos cuasi naturales, como cataclismos, epidemias y hambrunas, pero otras catástrofes, y creo que las mayores, habría que achacarlas al ser humano, como las guerras, revoluciones y otros odios sangrientos; e incluso en los primeros casos, es posible que la mano del hombre también estuviera detrás de la mayoría de hecatombes, muchas veces diluidas en etéreas responsabilidades compartidas por todos.
                                                                      


Y sería curioso comparar capítulos de desgracias que se repiten de tiempo en tiempo, lo cual nos llevaría a pensar que al ser humano le falta emplear parte de su celebro, que le falta cochura, que no estamos desarrollados mentalmente o que el componente de maldad que todos llevamos dentro nos hace volver siempre a la casilla de salida, sin acordarnos de las enseñanzas de los que jugaron a lo mismo antes que nosotros, ya que esta reiteración comportaría que no aprendemos nada de lo que hicieron nuestros abuelos o bisabuelos, que estamos predestinados a acabar con nosotros mismos mediante ese gen destructor que todos llevamos dentro.
                                                                      


Soy de los ingenuos que a pesar de todo cree en que el buenismo de unos pocos es capaz de contagiar al resto, y aunque lo veo difícil, no por ello hay que darse por vencido.
                                                                    


Cada uno es libre de escribir algo en ese enorme volumen del que hablo, y aunque el comportamiento de unas pocas de buenas personas no sea capaz de emborronar las tragedias, lo importante es intentarlo, pues no sabemos cómo acabará el libro, pero lo mismo está en nuestra mano que el final sea feliz como los cuentos para dormir a los pequeños.
Que no tengan o no tengamos pesadillas si es posible evitarlas, y cuando la inevitable parca venga a recogernos, que nos encuentre con una sonrisa satisfecha.

jueves, 15 de noviembre de 2018

Abrazos


Hay pocos gestos más elocuentes que denoten amor, ternura, amistad entrañable que un abrazo. Con un abrazo se disipan las amenazas, los miedos, la inseguridad. Te relajas y sientes la potencia del otro unidos en un solo sentimiento.
                                                                   


En otras culturas que no sea la mediterránea, ese tipo de acercamiento es extraño, por mucha proximidad que haya entre personas, como mucho, todo queda en un estrechamiento protocolario de manos o en una medida reverencia como en Japón, inclinándose más la persona considerada de menor rango. Los besos y efusiones se dejan para una reservada intimidad.
                                                                    


Pero al final lo que queda es abrazarse, confiar en el otro, amar y dejarse amar en el tobogán de la vida; solamente es verdad lo que puede abrazarse, lo demás es humo.
Un abrazo puede convertir un mal día en el mejor de nuestra vida, y un beso sin un abrazo es como un perfume muy valioso pero que no podemos oler su fragancia. Un buen abrazo te cambia el metabolismo.
                                                                    


Un abrazo es dar amor sin decir nada, es el mejor remedio para un alma enferma.
                                                                       
     
Si encuentras a quien abrazar cerrando los ojos y olvidándote de todo lo demás, aunque dure poco, sentirás un gozo interior incalificable y podrás sentirte afortunado.
                                                                       


A veces me han abrazado tan fuerte, que cuando se ha ido la persona noto que el abrazo se ha quedado conmigo. Esto me hace sentir bien, me hace mejor persona, es como una droga milagrosa.
Abrazando a la mujer que quiero, siento que nuestro amor nunca podrán sacarlo de raíz. Esa magia hace que desaparezcan las tristezas y me acelera el corazón. Este abrazo íntimo entre dos personas es un virtuoso paso de baile.
                                                                


Cuando en una discusión entre amigos verdaderos y por muy espinosa que resulte la afrenta, con que una de las dos personas diga: “venga, olvidémonos de esta tontería y dame un abrazo”, se habrá terminado el problema, y seguro que hasta con alguna lágrima de por medio.
No llores por lo que no puedas abrazar, no te enfades con el que te quiere, no sacrifiques una buena amistad por una mala palabra, no cierres tu corazón ante quien te ama.
                                                                     


No hay mayor felicidad interior que el que tiene voluntad de perdonar, el que abraza de corazón a alguien cercano o distante. Abracémonos aunque no haya motivos aparentes, la otra persona sabrá ponerle nombre.
Un fuerte abrazo a todos.

miércoles, 7 de noviembre de 2018

Mentiras e iniquidades


Quienes están atentos a los medios de comunicación y los utilizan con asiduidad, saben distinguir perfectamente lo que es una noticia falsa (fake news en inglés) o malintencionada o una verdad a medias, y tienen por costumbre contrastarla con otras fuentes para ver de qué se trata, y si hay algo de verdad en la que leyeron o escucharon primero poniendo en duda su veracidad.
                                                              


Así nos dicen fuentes creíbles, que de un total de 126.000 tuits entre 2016 y 2017 que habían compartido un total de 3 millones de personas, alrededor de 4,5 millones de veces fueron reenviados, sabiendo o sin saber si eran verdaderos o falsos aunque no tenían visos de ser ciertos.
                                                                       


España es el país de Europa donde más proliferan las noticias falsas, y es curioso cómo estas van dirigidas en primer lugar hacia los políticos, siguiéndoles en este penoso ranking las que hablan de nutrición y de remedios milagrosos que curan graves enfermedades.
                                                                   


Hay que ser muy cuidadosos con lo que se lee o ve en google, Facebook, whatsapp, instagran, youtube, twitter o spotify, y por principio poner en entredicho cualquier cosa que nos haga rechinar los dientes.
                                                                   


Quizás como todos ustedes, yo pertenezco a esa extensa comunidad que frecuenta las redes sociales, y os puedo decir que cada vez que leo algo que no me resulta creíble, me lo miro en otros medios de comunicación de los denominados serios, y si constato que efectivamente es falsa la noticia, digo en el correspondiente foro que es falso lo que están divulgando, y alguna vez no sólo no me la han rebatido, sino que me han insultado por denunciarla.
                                                                   


Pero lo que me resulta más curioso, es que personas allegadas por amistad o familia que me mandan a través de whatsapp, facebook o twitter alguna de estas noticias falsas, lo hacen a sabiendas de que son mentiras, por sabotear al gobierno que en ese momento está en el poder o para desprestigiar a personas que no les caen bien o que no son de su tendencia religiosa o política, y todo esto a pesar de que son personas formadas y algunas con profundas creencias religiosas, para las que  la maledicencia o falso testimonio no significa nada ni son pecado  si este va dirigido contra alguien de ideas diferentes a las de ellos, defendiendo no sé bien qué intereses espurios.
                                                                 


Y como siempre, de todo esto los más perjudicados son las personas menos formadas, los niños y los ancianos, que cualquier cosa que leen o ven en televisión son de una verdad irrefutable, por lo que hay que abrirles los ojos a la realidad.
Ya lo dijo alguien sabio: “La verdad os hará libres”.

martes, 30 de octubre de 2018

De vivos y difuntos


Había sacado nuevo libro mi amigo Rafael Barroso y me dirigía a Sevilla desde este rincón del Aljarafe a mi librería favorita. Iba en este tren que llaman “de cercanías” que me llevaba entre un paisaje que presentía desenfocado, ya que las nubes cual volutas de humo, amenazaban  a ratos sol y a poco lluvia, cuando al pasar por la cercanía de Camas, contemplé ese pequeño huerto de difuntos que es el cementerio, con su vergel artificial de plastificadas flores, sus inscripciones lapidarias que ni leen vivos y mucho menos los fantasmas de los que fueron algún día.
                                                                  


Y apenas separados por una fina membrana en forma de tabique o pared, el patio trasero de una casita donde una madre atareada en colgar ropas en el tendedero, no dejaba de vigilar a su pequeño vástago que jugaba entre plantas y charcos.
¡Qué poco separa vivos y muertos!
                                                                    


Esta es la gran verdad de nuestra especie que define nuestra existencia y que no se entiende la una sin la otra,(nacemos con fecha de caducidad) pues sólo hace falta un corto y estrecho pasillo para transitar de  un lado a  otro, aunque en nuestra soberbia de rey de la creación, nos creamos invencibles, que la muerte es cosa que les pasa a los demás y que vemos muy lejos el que nos llegue a nosotros. ¡Ilusos!
                                                                   


Si cualquiera de los que ya peinamos calvas y canas, pasásemos a cámara lenta los momentos de nuestra vida en que sólo nos separó un corto paso la vida de la nada, si contásemos los familiares, amigos y conocidos que vimos un día sin saber que sería nuestro último encuentro, dejaríamos la soberbia de especie depredadora para valorar lo que tenemos en lo que vale, y no me refiero a los bienes materiales, sino a esa fortuna invalorada y no recuperable cuando se pierde que representa vivir.
                                                                


Dirán los desesperados por acuciantes problemas que creen irresolubles que ya no quieren seguir, los enfermos terminales sin esperanzas, los miles de personas que malviven como animales, que para qué la vida, si ante su problema no ven luz, o que su final es irreversible, o que vivir en esas terribles circunstancias no sale a cuenta.
                                                                     


Pero nadie pasa exactamente por las circunstancias y el momento de los demás, no somos quien para ocupar el lugar de nadie; cada uno de nuestro yo es personal e intransferible, por eso donde alguien ve un problema, tú ves una oportunidad, o quien posee cosas que valoramos, para esa persona no tienen la menor  importancia.
¡Paradojas de la vida! Nadie está totalmente contento con lo que tiene, pero ¿y si les plantearan que su final está cerca, que se les acaba el bien más preciado que tienen, qué importancia les darían a esas minucias materiales?
Alguien dijo: “La gran tragedia de la vida no es la muerte. La gran tragedia de la vida es lo que dejamos morir en nuestro interior mientras estamos vivos”.