viernes, 30 de abril de 2010

LA ÚLTIMA ESPERA

Otra vez agua. Desde que el médico dijo que tenía que estar muy hidratada me dan un jeringazo de agua cada media hora o ¿Cada hora? No sé. Ni veo, ni casi oigo y no siento ninguna necesidad física. Solo quiero que me dejen tranquila con mis pensamientos. Me da igual comer, beber o dormir. Estoy sola en la nebulosa de las sombras y luces de mi pasado. No sé si estoy en mi casa o en un hospital. A veces me parece que es mi familia quien me atiende. Me llegan voces lejanas que creo dirigidas a mí llamándome mamá, abuela, señora…Yo que sé. Sé que soy muy vieja y que estoy a un hilo del final. Tanto temer a la muerte y a mí me da igual que venga ya. Hace tiempo que estoy dispuesta. Tengo puesto mi último traje, ya hice mi última oración, ya me despedí de los míos.

Es curioso lo bien que me acuerdo cuando jugaba con mi hermana, mis primas y mis amigas al corro, a la gallinita ciega, al esconder, a la comba. Ese momento es lo único que identifico con la felicidad. El resto de mi vida siempre con lutos, con tristeza, congojas y desamparo. Pronto faltaron mis padres y mi hermana. Quedé sola en la vida desde niña.


                                                                            




En el internado de las monjas siempre, todo el año. Salíamos los domingos a primera hora de la mañana a misa, a la cercana iglesia del pueblo y luego nos quedábamos jugando en el patio del colegio hasta el almuerzo. Siempre igual, hasta el verano, en que pasaba con mis tíos un mes en un balneario siempre rodeada de mayores. Me sentía vieja cuando llegué a la pubertad. Hacía poco tiempo de mi Primera Comunión cuando me casaron con un amigo de mi tío que me doblaba la edad.

Y luego muchos hijos, muchas enfermedades y muy sola, aunque estaba rodeada de sirvientas y de conocidos de mi marido, al que por cierto veía muy poco, ya que estaba siempre de viaje por los negocios. Cada vez que volvía me quedaba embarazada y otra vez a empezar con las fatigas, los mareos y las medicinas.

Tuve nueve hijos y tres abortos. Los que Dios me quiso mandar.

Algunos murieron de pequeños: De diarreas, meningitis, otro ahogado en el pozo de la huerta y el último ya con catorce años o así de escarlatina.

Siempre me recuerdo llorando y rezando. Me consolaba mucho rezarle a Sta. Teresita del Niño Jesús. Me identificaba con ella y con todos los niños santos, porque en el fondo y aún hoy que soy muy vieja, me veo como una niña, con mi vestido blanco de raso y una cinta rosa en la cintura atada detrás con una gran lazada, y mi diadema del mismo color.

Por qué todo no siguió siempre igual que entonces, entre juegos, excursiones y helados. Y papá y mamá.

Que poco tiempo tuve para quererlos, para recibir sus besos y sus abrazos. Ellos que nunca hicieron mal a nadie y que todo a su alrededor era felicidad. Que vedad es que Dios se lleva pronto a los mejores.

Por qué no me dejaran tranquila. Por las voces, creo que me quieren dar de comer. Pero no tengo ganas.

Solo quiero irme ya. Seguro que me lo voy a pasar estupendamente con los niños que seguro habrá allí donde sea que vayamos.

Y por fin veré nuevamente a mis padres y a mis primas y a mi hermana. Y juraremos al corro, a la gallinita ciega, al esconder, a la comba.

La última la queda.

miércoles, 21 de abril de 2010

PREGÓN CASETA FERIA DE ABRIL 2010



Como cada año se celebró el pregón de la “Caseta de la Feria de Abril de Sevilla 2010”, este año a cargo del diestro nacido en la Magdalena, José Mª Jiménez Sánchez, ”El Triste” para los amigos.

Dicho pregón fue cortito pero intenso, ya que la emoción y los aplausos no dieron para más. Su esposa “La Chelo”, al grito de “Más alto, más alto, chíllame como a mí”, consiguió que nos enteráramos pese a los codazos del respetable por tomar sus asientos.

Después de escuchado el himno Nacional y de varios vivas y que “se sienten, coño”, salieron al Ruedo Padrino y Pregonero.

Fue apadrinado por el anterior pregonero, Carlos Alba Jiménez, que tras la presentación del susodicho le dio la alternativa.

Le salió un Pregón “Negro Zaino” que el pregonero recibió a “Puerta Gayola” con los “Olés” y las lágrimas contenidas del Respetable. El cambio de tercio se llevó a efecto después de los sucesivos gritos de “buchito, buchito”.

Fueron múltiples los lloros y “jipios” del “Triste”, como los asistentes al festejo esperaban. El banderillero Manuel Pérez-Cerezal Mellado, que le trajo un ”gin-tonic” al maestro para refrescarle el “sequero”, fue muy aplaudido.

En contra de los pronósticos más adversos, estuvo fino con la muleta y ajustado en los “de pecho”, entrando a matar de forma firme y decidida por lo que el Sr. Presidente le concedió la placa que lo identifica como maestro del pregón. Salió a hombros por la “Puerta del Príncipe”, no sin antes anunciar que el Pregonero del próximo año, Dios mediante, será Enrique Sánchez de Ibargüen Fernández.

Después de dicho acto, el público presente se entregó a la bebida entre los comentarios de que “se había llorado poco”.

                                     










martes, 20 de abril de 2010

Cita a ciegas

Se despertó con dolor de huesos por haber dormido mal. Había estado en un “duermevela” toda la noche. Se levantó y después de pasar por el baño, se fue a la cocina a prepararse el primer café de la mañana, ya que sin él no se ponía las pilas. Pensó en la cita que tenía dentro de hora y media. No sabía qué hacer. ¿Acudiría?

Todo empezó el martes anterior cuando recibió un correo electrónico de su padre. ¿Su padre? Se ponía en contacto con ella después de más de veinte años. No lo recordaba, pues se divorció de su madre cuando ella era muy pequeña. Fue un divorcio con múltiples broncas antes y después, sin importarles que ella estuviera en medio y aunque era pequeña, sufría con el mal ambiente reinante.

El se marchó a Noruega como ingeniero en una plataforma petrolífera, desde donde les enviaba el dinero que estipuló el juez y que recibían puntualmente en su cuenta bancaria. Pero no sabían nada más de él.

Hacía cuatro años que tuvo que ingresar a su madre en una Residencia para enfermos de Alzheimer, la cual pagaba su padre. Desconocía como se había enterado, pero gracias a esto ella pudo seguir estudiando.

Ahora aparecía después de tanto tiempo, citándola en una cafetería del centro. Pedía perdón por no haber intentado verla desde que se fue.

Se vistió deprisa, pues quería pasar por la Facultad de Periodismo para entregar un trabajo para su doctorado.

Mordisqueando una rosquilla se lanzó escaleras abajo ya con el tiempo algo justo. Cuando salió del portal el autobús que tenía que coger estaba en la parada. Empezó a correr haciéndole señales al chofer para que la esperara. Llegó justo un segundo antes que cerrara las puertas. Sacó el “bono bus” y justo en ese momento el autobús dio un brusco acelerón, con lo que rosquilla, bolso, abrigo y libros cayeron al suelo y por poco no cayó ella también. Un señor la agarró y cuando la dejó segura se agachó y recogió todo lo que había caído.

-Muchas gracias y perdone.

-De nada señorita. Tranquilícese, la veo muy alterada.

-Es que siempre me pasa igual, me levanto con mucho tiempo pero siempre llego tarde a los sitios.

-Lo importante es llegar. Yo he esperado mucho hasta estar hoy aquí. No sé si será oportuno para la otra persona, pero mentalmente volver lleva su tiempo y sobre todo cuando se tiene cierta edad y mala conciencia.

Está la ciudad irreconocible con respecto a la que dejé.

¿Le importaría avisarme cuando lleguemos a la plaza de la Constitución?

-No se preocupe, yo me bajo allí.

-Me llamo Alberto y vuelvo desde el norte de Europa para ver a mi hija que dejé con su madre hace veinte años. Perdone si le molesto con mi conversación, pero es que estoy muy nervioso.

-No se preocupe. Le debo haberme librado de un buen porrazo.

-Mi hija será de su edad aproximadamente. No sé si me perdonará todos los años de ausencia, pero hay veces que no se puede hacer lo que uno quiere. Aparte de no llevarme bien con su madre de la que me divorcié, me tuve que ir solo para no poner en peligro a mi familia y que no me ocurriera nada, pues puse a la policía en antecedentes de lo que estaba pasando en una empresa donde trabajaba de ingeniero en nuevos proyectos. Me di cuenta que la empresa era una tapadera para el lavado de dinero del narcotráfico.

-¿Quiere aún a su hija?

-Con toda mi alma.

-Perdone pero ya llegamos. Esa es la plaza.

-La invito a un café si puedes, ya que tengo todavía media hora para mi cita.

-De acuerdo. Vamos a tomarlo para que te dé tiempo de contarme todo lo que te ha pasado en estos años. ¿Te puedo llamar papá?

martes, 6 de abril de 2010

El encuentro

Casi todas las cosas importantes suceden sin que nosotros seamos conscientes del momento mágico en que se producen. Estamos tan metidos en nuestros míseros pequeños mundos, que pasan por nuestro lado sin que nos parezcan lo suficientemente anómalas para distraernos en disfrutarlas o padecerlas.



Estaba dando un paseo por el “híper” cuando me percaté de una señora de mediana edad que me miraba insistentemente. Cambié varias veces de dirección pero siempre me seguía. Una de las veces que cambié de pasillo vi que venía directamente hacia mí:

-Perdone por mi atrevimiento, pero físicamente es usted igual que mi hermano Arturo. Murió hará pronto nueve años, pero es que lo sigo echando tanto de menos… Su aspecto, sus rasgos, su forma de andar y moverse, son iguales a los de mi hermano. Si me permitiera invitarlo a un café o lo que quiera para poder hablar un poco, me creería que hablo con él. Fue tan importante para mí y lo quería tanto….

Podía quedarme un rato, así que acepté la invitación de la señora.

-Bueno, no me he presentado. Me llamo Esperanza y el era mi único hermano. Desde que murieron primero mi padre y al año mi madre, hemos estado muy unidos. Él era el mayor y yo tenía diez años cuando faltaron mis padres. Arturo tuvo que dejar la universidad, hacía derecho, y ponerse a trabajar para salir adelante. Hizo unas oposiciones a Hacienda, y gracias a eso pude yo seguir estudiando. Era todo para mí. Se preocupaba de mis más mínimos detalles: Estudios, ropa, comida. Era hermano, padre, amigo y confidente. Yo sé que no le gustó Alfonso como marido para mí, pero ponía buena cara ante lo inevitable.

Qué razón tenía con esa antipatía. Me separé de Alfonso hace cuatro años. Ya no podía aguantar más sus malos tratos, sus insultos y menosprecios. Incluso me echaba en cara que no tuviéramos hijos. Ahora solo vivo para el recuerdo de mí hermano.

A mi cuñada y a su hija no las veo hace años. Solo alguna vez las felicito por teléfono en su santo. Si supiera el pobre después de todo lo que luchó, que su negocio se lo comieron en un año entre la mujer y la niña. ¿No te importa que te lo cuente, verdad?
¡Qué remedio!   
                                             
-Arturo se enamoró perdidamente de Toñi. Eran compañeros en el departamento de sanciones, y empezaron a salir enseguida. A pesar de esto, mi hermano no me descuidó lo más mínimo y de su largo noviazgo tuve la culpa, ya que no consintió en casarse hasta que yo pasé por el altar.

Mi cuñada siempre estaba muy celosa conmigo, pues decía que mi hermano había aportado una hija a la pareja. Por su culpa últimamente nos veíamos menos, aunque siempre sin perdernos de vista.

Toñi era muy ambiciosa y el Ministerio de Hacienda se le había quedado pequeño, así que pidieron dos años de “cedencia” y montaron una Gestoría donde hacían lo mismo de antes pero ahora defendían a los contribuyentes.

Fue un éxito. Cuando mi hermano tuvo el accidente tenían once personas a sueldo y 500 m2 de oficinas. Hoy lo tienen sus empleados de entonces, pues mi cuñada se lo vendió todo.

Entre el seguro de mi hermano y la venta del negocio se juntó con más de un millón de euros, de los cuales ya solo les queda el piso y el viejo Volvo. No sé con lo que derrochan en lujos como pueden vivir con la pensión de viudedad, ya que mi sobrina sigue “paseando” los libros, sin ánimo de “pegar un palo al agua”. Hasta un novio que tuvo se fue aburrido de aguantar los caprichos de ambas mujeres, porque la niña y la madre son iguales en todo.

Perdóneme si le estoy haciendo perder el tiempo, pero es usted tan igual y tenía tantas ganas de desahogarme.

Lo daría todo porque mi hermano estuviera vivo. Lo sigo queriendo como si estuviese ahí mismo donde usted está.

El recuerdo, la pena y la ansiedad me hacen no darme cuenta de que estoy tirando mi vida, que no lo supero. Hoy al verlo y hablar con usted he vuelto a sentir la vida que a él le faltó, en mí. Creo que me siento una persona nueva. Se lo debo a él y me lo debo a mí misma.

¿Podríamos vernos en otra ocasión? Perdóneme de nuevo. No lo he dejado ni hablar. No me acuerdo de su nombre.

No se preocupe. No tiene importancia. Llámeme como a su hermano, pero vernos otro día será difícil, pues salgo para un sitio muy lejano y no sé si mi jefe me dejará volver nuevamente por aquí.



Me gustaría que me prometiera que va a intentar volcar todo ese amor que tiene encerrado, en las personas que más cerca tiene. Yo la he escuchado y está en deuda conmigo.



A lo mejor debería empezar por visitar a su cuñada y sobrina. Seguramente la necesitan y no saben después de todo lo pasado como decírselo. Su hermano lo verá con agrado allí donde esté.



No lo piense y hágalo.



Me están llamando. Me tengo que ir.

-¿Pero dónde está? ¡Señor, señor, déjeme por lo menos su teléfono!

Salí corriendo a la entrada pero no lo veía. Era imposible que se hubiera disuelto en el aire.

Volví a la cafetería y le pedí al camarero la cuenta:

-¿Qué le debo?

-Su café ya me lo pagó señora.

-¿yo? Y además han sido dos.

-Señora, yo solo le he puesto un café y ya me lo ha pagado. En la mesa solo hay una taza.