lunes, 26 de septiembre de 2016

La Europa de los mezquinos


Cuando acabó la carrera de medicina con no poco esfuerzo, se planteó pasar una temporada en el extranjero para aprender idiomas, y empezó aprovechando una posibilidad para especializarse en  rehabilitación en Múnich  (Alemania), mediante una beca de la Comunidad Europea, y allí marchó rebosante de ilusiones.                                                    
Cuando  terminó su especialidad y aprovechando que en Inglaterra había gran demanda de profesionales, no dudó en subirse a esta oportunidad, y se propuso un periodo de uno o dos años para volver a España, pero habían pasado ocho años y allí seguía, pero ahora con el Brexit se planteaba volver por lo enrarecido de la situación, pues parecía que le estabas robando a los nativos, ya que te miraban compañeros y enfermos con mucha susceptibilidad o eso le parecía.
La gota que colmó el vaso fue una mañana que al entrar en el despacho de los facultativos, escuchó a un anciano que le exigía a su jefe que lo atendiera un médico británico y este le contestaba al paciente: “Espere que yo le daré su tratamiento” y al verla parada escuchando lo que decía, le dijo sin mirarla: “Cuando encuentre otro rehabilitador te marcharás de aquí”.
                                                               

Se quedó de piedra y hasta se le saltaron las lágrimas, pero le respondió  con toda la rabia que pudo: ”No me vas a despedir, pues aunque tu me llamastes porque me necesitabas, ahora soy yo la que me voy”, y dando un portazo se fue de allí.
Aprovechó que una amiga de sus padres Victoria Íñigo, jefa del servicio de rehabilitación  en el hospital provincial de Valencia, tenía una vacante por cubrir, para dar el salto que creía definitivo, pero después de tres meses volvió quien tenía la plaza en propiedad y se tuvo que volver a plantear qué hacer.
Pero pasaron las semanas y los meses y no se vislumbraba oportunidades en los hospitales públicos, y aunque la requerían ocasionalmente en centros privados, se planteó una solución definitiva ante tanto cambio, o por lo menos algo que dependiera solo de ella, por lo que con sus ahorros y el banco, montó su propio centro de rehabilitación.
Y acertó, pues se instaló en una zona de la costa de Alicante donde proliferaban los jubilados ingleses, alemanes, nórdicos, y los mismos nacionales, con lo que después de un año estaba a tope, y eso que tenía tres compañeros más para ayudarla en su trabajo.
Su sorpresa vino, cuando casi en los mismos días, recibió cartas de sus antiguos hospitales de Londres y Múnich ofreciéndole trabajo indefinido y estupendamente pagado, pero ya estas ofertas habían llegado tarde, pues ahora si estaba haciendo lo que le gustaba, sin órdenes ni cortapisas.
Tened en cuenta que las oportunidades siempre existen, somos nosotros los que nos ponemos limitaciones.

En Villajoyosa,  a 26 de septiembre del 2016

lunes, 19 de septiembre de 2016

Efímeros goces de los años

Hoy, como premio a que es mi cumpleaños, perdonadme este regalo que me hago poniendo por escrito lo que siento, mis pensamientos (ya empiezo con las batallitas), y pregonaros a todos lo cortas que son las alegrías y los momentos de goce.
                                                                   


La perspectiva de los años, la experiencia, te enseña a valorar cada vez más los pequeños buenos momentos, pues son los que te hacen llevadera la carga existencial, que con sus cosas buenas y malas, son las tuyas y de nadie más.
                                                                 



Y una de esas prolongadas y a la vez efímera felicidad, me la ha dado este verano el estar una larga temporada con mis nietos, pues entre bromas, risas, y alguna que otra bronquilla sin pretenderlo, me han cargado las pilas en positivo, pues con una mirada diría que nueva, disfrutas de cada instante como si fuera lo último que te depara la vida.
Las pequeñas travesuras de Santi que las cubre de ternura cuando le oyes decir, ”eres el mejor abuelo del mundo”, y las conversaciones con Olivia siempre contándonos chistes malos, y quitándole las rabietas haciéndola reír, no tienen precio. Y no digamos nada de la abuela, pues ahora que no me oye tengo que decir, que no es que juegue con ellos,  es que es su juguete favorito, pues lo mismo tira al baloncesto, como que juega al futbolín o se arrastra por los suelos.
                                                                 


Por eso cuando se han marchado urgidos por las fechas escolares, a la abuela y a mi aunque nos sintamos cansados y con ganas de relajarnos, se nos escapa una lágrima, pues se nos hace largo la espera de un nuevo encuentro, que por los lustros cumplidos, nunca sabes si llegará.
                                                                       


Pero lo que sí es verdad, que nos queda el bello recuerdo de un verano inolvidablemente divertido, con los baños en la piscina, la fiesta de la espuma, los días de cine y de feria, el cumpleaños de Santi, las reuniones con los primos, y tantos y tantos momentos que recordamos cuan fotogramas de la memoria…
Para ellos tan niños, será solo unos momentos que con el tiempo cada vez serán más borrosos por lejanos, pero para nosotros ya siempre será lo mejor de nuestra vida, no estos, sino todos los que se irán acumulando como álbum fotográfico que nunca ya se caerán de nuestra cabeza.
                                                                     


Por eso os digo: Aprovechad el presente, el momento, pues el pasado se fue y el futuro, ¿Llegará?


En Villanueva del Ariscal, a 19 de septiembre del 2016

lunes, 12 de septiembre de 2016

¿Nada es nada?

Aunque a todos se nos llene la boca (incluso nos las creemos a pié juntillas) al decir libertad, democracia, justicia y otras grandilocuentes palabras, la realidad es que casi nada podemos hacer para llevar a cabo estas irrealizables quimeras, o al menos eso creemos, pues nuestro entorno y los corsés que nos crean las diferentes leyes, disposiciones, mandatos, etc., nos la hacen imposibles en un sentido absoluto.
                                                                   
 
Donde únicamente podemos desarrollar todas estas utopías, es en el amplio espectro de nuestro más recóndito yo; en nuestro pensamiento neuronal.
Quien no ha imaginado que le toca la primitiva, la lotería o los cupones de la ONCE, y se relame sólo con pensar paso a paso lo que haría, que se procuraría que no tiene, si daría algo a los demás, en que influiría esto en nuestra vida y la de nuestros hijos, incluso alguno, hasta se acordaría de los que menos tienen, incluso  se plantearía que hacer para administrar tanto dinero y que no se le acabase para el resto de sus días.
                                                                 


A otros su imaginación de bonhomía  pensante, les llevaría a qué hacer para mejorar la vida de los pobres, de los refugiados, de los pueblos oprimidos por tiranos y  hambrunas en África. Se inventaría soluciones obvias pero las dejaría por irrealizables, y pasaría a otra cosa.
Habría otras personas, que sus apremiantes problemas les harían darles vueltas en la cabeza para buscar posibles soluciones, e incluso alguno de estos individuos sería capaz de llevarlos a la práctica para salvarse in extremis o remediar el mal que le afecta. Alguno sería capaz del éxito con la solución pensadamente deseada.
                                                                  


Y es que cuando se trata de solucionar problemas acuciantes propios, empleamos una creatividad que no usamos para los grandes problemas por considerarlos inalcanzables e inabarcables, cuando lo importante no es mantenerse vivo, sino sentirse humano.
Muy pocos de los individuos tienen arrojo y son capaces de comprometerse y embarcarse en solucionar los grandes problemas, y estos empiezan por conocer de primera mano que hay de lo que nos dicen, como podemos aportar nuestros limitados recursos humanos en paliar la desgracia o la injusticia (a veces ambas cosas), y empiezan dando un paso que inevitablemente llevará a otro, y en algún tiempo y si miran hacia atrás, verán que a pesar de que su aportación era humilde, habrán hecho camino.
                                                                 


Es humano quedarse quieto en casa frente al televisor y criticar a los gobiernos, a las malas prácticas, a las injusticias, viéndolo todo desde la tranquila atalaya de nuestro sillón.
¿Comprometernos en algo o por algo? ¡Por Dios! No puedo, no sé, me supera, y sin embargo la historia está llena de grandes hombres y mujeres que emplearon toda su imaginación, todos sus actos y su buen hacer, a veces casi sólo con sus manos, en ayudar a los demás, y hay gran cantidad de personas que sin haber llegado a esa notoriedad,  ponen todas sus fuerzas en el día a día en sus barrios, en sitios con guerras, con hambre, con todos los problemas inimaginables.
                                                                   

Cuando alguna desgracia le sucede a alguien, no le damos importancia pues ya no nos sorprende nada, pero cuando ese problema nos afecta directamente a nuestro egocéntrico yo, queremos la solución ya, para ayer.
Es bueno imaginar cómo solucionar los grandes problemas, pero hay  que mojarse y pasar a la acción, pues cada individuo tiene en su poder una gran-pequeña contribución a la solución.
                                                                         


“La acción es una oración sin palabras... La acción buena contiene todas las filosofías, todas las ideologías, todas las religiones” (Vicente Ferrer).


sábado, 3 de septiembre de 2016

Odio en mis adentros

Si me llegara con los dientes me mordería por dentro; en tal estado estoy que voy a implosionar si no largo todo lo que me obstruye las arterias anímicas. Lo vomito.
Hacía dos años que nos habíamos unido en matrimonio (que no para siempre)  Toñito y servidora, y como este año podía, pues la puta crisis me tenía de indefinido tiempo sabático en la gestoría, decidí agasajar a mi santo con una esplendorosa cena.
                                                                  


Después de deslomarme los juanetes durante tres horas en mercados  y tiendas, decidí el menú, y hasta me tomé un café y me compré un bolso para celebrarlo, total con el pastón que me había gastado con la Visa, no se notaría el estipendio.
A todo esto ya le había anunciado a mi maridito la orgía gastronómica, (la otra ya veríamos), y le dije con diplomacia saudí que por favor se abstuviese de comentarle nada a su progenitora si quería una cena sin nucleares.
A primera hora de la tarde me metí en harina para que no faltase ni un perejil. Preparé un surtido de rollitos ahumados rellenos de diferentes manjares que no se lo preparan ni al Obama, una carne rellena de pasas, pistachos y trufa blanca con salsa agridulce al Oporto, y de postre el dulce favorito y raro que disloca a mi señor y amo: la tarta de ciruelas y sidra.
                                                                       
 
Con 115 minutos de antelación estaba todo preparado, y yo relajadamente me serví una copa de vinito blanco antes de emperifollarme, pensando en lo raro que era que no hubiese llamado la orca asesina de mi suegra, cuando sonó el video portero. Si, era ella.
Entró como un siroco del Sahara, sin decir ni buenas tardes y anunciándome que: “Vengo a preparar la cena para que hoy, por lo menos hoy, SU aniversario de bodas, coma decentemente mi niño”.
                                                                      


Y yo cínica de mí, con la mejor de mis impostadas sonrisas, le dije: “Huy, pues yo he preparado ya un ágape que ya quisiera para si el Adriá”.
“Quita, quita. A ver” Y dicho esto se metió en la cocina empezando con su airada inspección  despanzurrándome los rollitos y probando “a dedo” su contenido, para continuar abriéndome el redondillo en canal, para acto seguido y con sus cuidadísimas uñas francesas, empezar a sacarme todo el relleno al grito de: “Esto es incomible para mi hijo, ¿Pero qué desastre es este?” Y diciendo esto se abrió la botella que tenía reservada en el frío de un carísimo Albariño para ponerse una copa, mientras yo en la puerta de la cocina y con ojos como platos me quedaba sin reaccionar cual estatua de marmolina, ante aquel premeditado tsunami.
Me encerré en el baño con el móvil y llamé a mi marido para contarle a lágrima viva lo que estaba pasando, y a la segunda vez que me pidió paciencia, le colgué.
                                                                


Cuando por fin pude controlar mis jipíos y secar mis tristezas, me decidí a salir; abriendo la puerta de la calle y señalando con un gesto las afueras sin mirarla, sólo dije señalando cual Colón hacia el oriente: “Fuera”, saliendo acto seguido de mi terreno aquella cobra entre amenazas y tan rebuscados improperios que hubiesen sonrojado a un vasco.
Me serví un güisqui doble y empecé a evaluar el desastre, aunque no tocaría nada, quería que el hijo de aquella bruja lo viera todo; no quería ahorrarle sufrimientos, por lo que me quedé con los ojos cerrados sentada en la cocina, hasta que escuché la puerta y a mi esposo que entraba diciendo: “Me ha llamado mi madre y …” y se quedó con sus ojos saltones casi fuera de las órbitas al contemplar aquello, sin palabras, sin gestos, casi no se atrevía ni a respirar.
                                                                     


Por fin se acercó a mí y me abrazó, y yo ya que estaba, seguí llorando histéricamente, aunque me fui tranquilizando poco a poco, sobre todo cuando mi angelito me prometió que cenaríamos fuera.
Estuvimos toda la velada intentando soslayar los acontecimientos de la tarde, pero después de hacer el amor y considerando ya el momento propicio, le hice jurar que su mamaíta ya no volvería a pisar mi casa o pediría al juez que dictara una orden de alejamiento forzoso, pero otorgándole, magnánimamente, permiso para que fuese a verla cuando quisiese. Buena que es una.
Y si fuimos felices o no, aquel engendro antediluviano no se enteró, al menos por mí.