Manolo era un hombre
tranquilo, sin muchas amistades, dedicado únicamente al mantenimiento de
grandes chalets con lo que redondeaba sus ingresos para mantener a su mujer,
imposibilitada, y abastecerse de alimentos y medicinas, y a pesar de todas
estas cargas, tenía unos ahorros para imprevistos, ya que él también estaba
bastante tocado, pues los trabajos del campo a los que siempre se había
dedicado, le habían dejado graves secuelas.
A muchas personas que
pasaban por los terrenos que cuidaba, les regalaba naranjas, lechugas o
cualquiera de los productos que cultivaba en pequeños trozos de terreno baldío
que le cedían sus propietarios.
Una de estas personas, era
una muchacha con retraso mental, que aunque ya toda una mujer, tenía la mentalidad
de una niña de diez años, a la que le contaba historias con las que la pobre se
reía, y siempre la surtía de frutas y verduras para su madre, madre soltera,
con poquísimos recursos.
Un nefasto día en que
trabajaba en una de estas fincas, tuvo la visita de la Guardia Civil, que se lo
llevó esposado bajo la acusación de abusos deshonestos a la menor antes
referida.
Como ya os podéis imaginar,
el escándalo se corrió como la pólvora, en un pueblo de pocos habitantes en que
todo el mundo se conocía.
El pobre de Manuel, a pesar
de que con lágrimas de pena negó los hechos, ingresó directamente en la cárcel
hasta que tuviera el juicio, por la “alarma social” en el pueblo, donde ya en
algunos de los corrillos taberneros, se hablaba de linchamiento físico, ya que
el moral se había llevado a cabo inmediatamente. Todo esto abalado por los
recortes de prensa condenatorios que aparecieron en cierto rotativo de tres
letras.
Entre los llantos de su
esposa que se quedó a expensas de la caridad de los vecinos, el abogado de la
madre de la pequeña pedía al juez una grave condena a cárcel y una
indemnización económica que casualmente coincidía con los ahorros de toda la
vida del pobre hombre.
Este estado de cosas se
prolongó hasta dos meses después en que se llevó a cabo el juicio, donde llegó
Manuel con un abogado de oficio y un psicólogo contratado por la judicatura,
pues de otra forma no podía ser interrogada la muchacha deficiente mental.
Esta, al ser interrogada por
su relación con Manuel, dijo que “me cuenta cuentos de risa y me regala cosas
para mi mamá”. Preguntada por la psicóloga sobre si este hombre la
había tocado o levantado la ropa, la niña dijo que no.
El abogado de la defensa le
preguntó si sabía por qué estaban allí, y la chica respondió que “su
madre le había dicho que tenía que ir para conseguir dinerito para muñecas, y
que si no hacía lo que mamá decía, la metería en el cuarto de las rejas durante
un año”.
Aquí acabó el juicio,
dejando libre de cargos a este buen hombre, pues todo quedó claro, y aunque le aconsejaron
que pusiera una denuncia contra la mujer, él dijo que no, y que la perdonaba.
Nadie volvió a comentar nada
en el pueblo, ni para rectificar, ni para desdecirse de las barbaridades
públicas con la que habían denostado el buen nombre de Manuel.
¡Ah! La prensa amarilla
tampoco rectificó la mierda lanzada antes del juicio.
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