martes, 21 de julio de 2015

Condenado sin juicio

Manolo era un hombre tranquilo, sin muchas amistades, dedicado únicamente al mantenimiento de grandes chalets con lo que redondeaba sus ingresos para mantener a su mujer, imposibilitada, y abastecerse de alimentos y medicinas, y a pesar de todas estas cargas, tenía unos ahorros para imprevistos, ya que él también estaba bastante tocado, pues los trabajos del campo a los que siempre se había dedicado, le habían dejado graves secuelas.
                                                                    


A muchas personas que pasaban por los terrenos que cuidaba, les regalaba naranjas, lechugas o cualquiera de los productos que cultivaba en pequeños trozos de terreno baldío que le cedían sus propietarios.
Una de estas personas, era una muchacha con retraso mental, que aunque ya toda una mujer, tenía la mentalidad de una niña de diez años, a la que le contaba historias con las que la pobre se reía, y siempre la surtía de frutas y verduras para su madre, madre soltera, con poquísimos recursos.
                                                                   


Un nefasto día en que trabajaba en una de estas fincas, tuvo la visita de la Guardia Civil, que se lo llevó esposado bajo la acusación de abusos deshonestos a la menor antes referida.
Como ya os podéis imaginar, el escándalo se corrió como la pólvora, en un pueblo de pocos habitantes en que todo el mundo se conocía.
El pobre de Manuel, a pesar de que con lágrimas de pena negó los hechos, ingresó directamente en la cárcel hasta que tuviera el juicio, por la “alarma social” en el pueblo, donde ya en algunos de los corrillos taberneros, se hablaba de linchamiento físico, ya que el moral se había llevado a cabo inmediatamente. Todo esto abalado por los recortes de prensa condenatorios que aparecieron en cierto rotativo de tres letras.
                                                                   


Entre los llantos de su esposa que se quedó a expensas de la caridad de los vecinos, el abogado de la madre de la pequeña pedía al juez una grave condena a cárcel y una indemnización económica que casualmente coincidía con los ahorros de toda la vida del pobre hombre.
Este estado de cosas se prolongó hasta dos meses después en que se llevó a cabo el juicio, donde llegó Manuel con un abogado de oficio y un psicólogo contratado por la judicatura, pues de otra forma no podía ser interrogada la muchacha deficiente mental.
Esta, al ser interrogada por su relación con Manuel, dijo que “me cuenta cuentos de risa y me regala cosas para mi mamá”. Preguntada por la psicóloga sobre si este hombre la había tocado o levantado la ropa, la niña dijo que no.
                                                                     
  
El abogado de la defensa le preguntó si sabía por qué estaban allí, y la chica respondió que “su madre le había dicho que tenía que ir para conseguir dinerito para muñecas, y que si no hacía lo que mamá decía, la metería en el cuarto de las rejas durante un año”.
Aquí acabó el juicio, dejando libre de cargos a este buen hombre, pues todo quedó claro, y aunque le aconsejaron que pusiera una denuncia contra la mujer, él dijo que no, y que la perdonaba.
                                                                      


Nadie volvió a comentar nada en el pueblo, ni para rectificar, ni para desdecirse de las barbaridades públicas con la que habían denostado el buen nombre de Manuel.

¡Ah! La prensa amarilla tampoco rectificó la mierda lanzada antes del juicio.

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