Iba la mar de a gusto en mi
coche, fresquito después de las altas temperaturas que hacían hoy, escuchando
música relajante pero pendiente de la conducción, cuando me tocó parar detrás
de siete u ocho vehículos también quietos, pues una piara enorme de cabras
cruzaban la carretera.
Si amigos; por donde vivo
aún se ven animales y campos en siembra. Espero que tarden en fijarse los
especuladores del suelo en este trozo de paraíso llamado Aljarafe.
Bueno, pues el caso es que
estando parado, vino a posarse en el cristal de mi ventanilla una cría de lepidóptero
o como se llame esta especie que nosotros de pequeños los cazábamos con cañas y
que le decíamos “zapateros”.
Me dije a mi mismo, que cuando
arrancara el coche, se perdería de mi vista, pero para mi sorpresa seguía
aferrado al cristal después incluso de aumentar la velocidad, y no quería abrir
la ventana para forzarlo a volar, no fuese a ser que se me colara dentro.
Le pegué porracitos al
cristal cada vez más fuertes, pero que va, allí seguía el bichejo que a estas
alturas, ya me tenía nervioso, pues me estaba distrayendo más que el móvil cuando
suena en estos trances viajeros, por lo que me desconcentró totalmente de la
conducción.
Aceleraba y frenaba
continuamente para ver si así me desprendía de mi molesto inquilino, con
frecuentes pitadas del coche de detrás; pero no, ahí seguía el jodío agarrado
con fuerza y aguantando el tipo.
Llegó un momento que sólo
estaba pendiente del verde volador, y tenía que frenar continuamente por culpa
de mi obsesión que en algún momento me puso en apurados trances.
Ya llegando a un largo ramal
en línea recta con la entrada de mi pueblo, cogí toda la velocidad que pude,
pero no se iba el animalito mientras yo seguía acelerando, de tal forma que al
encender el coche que me precedía el intermitente para girar a la izquierda y
parar, no me pude quedar con mi vehículo, por lo que le pegué un buen porrazo
por su trasera, que nos dejó a ambos en lastimoso estado.
Mi distracción con el puto
volador había causado el accidente, por lo que me bajé cagándome en todo, y
entonces me di cuenta que el causante de aquello se había marchado.
¡El culpable del estropicio
se había marchado riéndose seguro del gilipollas de mí!
Cómo explicar ahora el
siniestro que había pasado al coche contrario y al seguro.
¡Puto día y puto bichito!
En Villanueva del Ariscal, a
7 de julio, “San Fermín”, del 2015
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