lunes, 21 de septiembre de 2015

Mal, muy mal

Harto, cansado, aburrido, asqueado, encendido, impotente. Así me siento cada vez que, en este maldito otoño de sangre, sudor y lágrimas, pongo la televisión o escucho la radio o se me ocurre ojear un periódico.
Siempre lo mismo. De un tiempo para acá, siempre lo mismo y en cantidades ingentes.
                                                                 



Aburrido de escuchar argumentos a favor y en contra de la posible independencia de Cataluña. ¡Que se vayan si quieren! A todas luces será peor para ellos, y no son cantos de sirena; los individuos que hoy se envuelven en la estelada, lo mismo se tienen que vestir de barras y estrella cuando les falte ropa con que tapar sus vergüenzas, cuando su cobertura de sanidad no exista, cuando sus jubilados no cobren sus pensiones. Entonces los culpables de todos sus males no será España. ¿A quién le cargarán la cuenta de los despropósitos?
                                                                    


Como si a esa mayoría silenciosa, aborregada según quien pretenda arrancarlas de su mutismo, les diera igual qué río le arrastre hacia sus procelosas aguas, quien manipule desde la sombra su mutismo e indolencia. Decidirán otros por ellos, ¡Que se jodan!
Sólo saldrán ¿Beneficiadas?, sus clases políticas, esa tropa de advenedizos que siempre están ahí para sacar tajada, “pillar cacho” de lo que venga, como auténticas garrapatas.
                                                                    


Después, te parece todo esto una gilipollés comparándolo con el grave problema de esas miles de personas que, desesperadas,  pues les va la vida en ello, acuden a nuestras fronteras huyendo de la masacre de la guerra siria y que ya puestos, les da igual morir en el intento, mientras las mezquinas naciones europeas, se las reparten vergonzosamente como si fuesen residuos nucleares.
Esto si es un problema que hay que solucionar por encima de todo, pese a todo, y en contra o a favor de todo.
                                                                      


Hombres, mujeres y muchos niños tristes, llorando, preguntándose en sus pequeñas vidas que qué es esto, que cómo los rechazan en todas partes hacinándolos en trenes o autobuses hacia ninguna parte.
Me recuerdan los reportajes donde se veían a los judíos en vagones de ganado conducidos hacia el crematorio de los campos de exterminio nazis.
Y los que nos mandan, esos que tanto se ríen cuando se dan la mano o se reúnen entre ellos, en esta comunidad de egoísmos inapelables en beneficio de su cortijo, planteándose reuniones o posibles encuentros sin prisas, a ver si mientras tanto esta gente se muere y desaparecen.
¡De puta pena!
                                                                     


Tenemos que revelarnos, vencer nuestra cobarde actitud, gritarles a esta panda de cretinos e impostores que no los hemos elegido para que se paseen en sus Audis de lujo, ni en sus aviones pagados por el contribuyente, que se tiene que mojar, que se tienen que dejar la piel en el intento de solucionar nuestros problemas, que su trabajo es el de servidores, no de casta con privilegios intocables, que es una vergüenza que sea la sociedad civil y las ONG, la que esté dando la cara.

Si no son capaces, que se vayan. Pero ya.

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