miércoles, 23 de enero de 2019

Ensoñaciones


Llevo un rato sentado en el sillón frente a la televisión, y me doy cuenta que no la veo ni la escucho, que mi mirada está fija en las llamas de la chimenea que me tienen absorto.
                                                                


Las llamas conforman sinuosas siluetas caprichosas, llevándome a imaginar cosas con que mi mente las relaciona: los personajes de la familia Buddenbrook de Thomas Mann que estoy acabándome de leer, la imagen “del huerto claro donde madura el  limonero” que describiera Machado en su poesía, el drama de ese niño que aún no han rescatado del agujero en que cayó y que seguramente habrá fallecido después de tantos días, la adolescente con que me crucé esta mañana y que lloraba desconsoladamente, mis nietos, aquellos amigos que ya nunca llamarán… y muchas más cosas que pasan velozmente por las ascuas de mi mente.
                                                                  


Mientras mayores somos, mejor y más funciona ese cinematógrafo interior que llamamos recuerdos y pensamiento, y que te hace quedarte durante mucho tiempo acomodado en todas esas historias vividas o imaginadas, en los antiguos odios, rencores y amores padecidos, en lo que podría haber pasado si en vez de aquello hubiera hecho esto, si le hubieses prestado más atención a las personas que me querían, no haber previsto las traiciones de los que  un día creí íntimos, las respuestas que tuviera que haber dado a algunas preguntas capciosas que se me hacían para caer en la trampa de las contradicciones.
                                                                    


Y ese conjunto de neuronas que van cambiando mi mente de un instante a otro, que parece que tienden a taponar las cosas que no debieron de haber pasado y ocurrieron; de cómo cambiamos la historia para salir lo mejor bien parado posible. “No, aquello no sucedió, y si pasó fue esto lo que ocurrió”. Mentiras que nos decimos a nosotros mismos y que acabamos creyéndolas a pies juntillas. Lo inadmisible y reprobable no pasó. “Aquella bellaquería no la hicimos, y si la cometimos fue por evitar un mal mayor.”
                                                                    


Si queridos; así es como funcionamos para que cualquier juez que se precie de justo nos absuelva de todo y que nos defina como una “buena persona”.
Tendríamos que ser más justos con nosotros mismos y sobre todo con los demás, y ponernos en su lugar y justificarlos como mínimo como nos justificamos a nosotros.
Nadie es totalmente bueno ni fatalmente malo, todos somos un conglomerado de buenas y malas acciones. Tenemos que saber que somos frágiles seres humanos y que nunca seremos dioses.
¡Qué difícil! ¿No?

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