miércoles, 22 de mayo de 2019

Palabras y realidad

Había elegido esa forma de vida. Retirado en una pequeña casa a las afueras, con un minúsculo huerto con el que se entretenía de largas horas de escritura, había reordenado su vida después de su traumático divorcio, donde él no veía culpables, sino desajustes de la pareja. 
                                                 

Como cada día en las últimas horas de la tarde, se fue dando un paseo hasta el pueblo y así mandar a su periódico el artículo escrito para el día siguiente, lo que hacía desde el bar de su amigo Clemente, ya que en su casa no tenía internet. 
                                                   

Una vez realizado su cometido y tomado su protocolario whisky, fue dando un paseo admirando la fabulosa noche de este final de mayo, y caminando por el solitario paseo de palmeras donde había tantos bancos vacíos, fue a sentarse en donde una mujer de mediana edad fumaba un cigarrillo. 
                                                     
  
Dio las buenas noches y se sentó, empezando al poco un poético soliloquio: 
“Este bello manto azul moteado de pequeñas luminarias que cubre este desolado mundo, no es comparable a las procelosas aguas del infinito océano, ni a las salidas o entradas de nuestro astro rey en el horizonte, ni a las sabanas y verdes selvas que se pierden por donde el hombre aún no ha pasado; es el misterio de lo intangible, el infinito elevado al infinito, sin tiempo ni espacios finitos tan propio a las pequeñas capacidades del hombre.” 
                                                     

“Es el misterio de nuestra pequeñez, aunque creamos ser el dueño de la creación, el amo que dispone de todo y destruye lo que le estorba”. 
“A lo único que se le acerca en belleza, en plenitud, en insondable, son unos bellos ojos de mujer, donde, aunque a veces parezcan risueños o preocupados, tristes o fantasiosos, miran siempre según el estado de su corazón, y puedan disimular lo que la razón les dicta en ese momento, siempre. siempre sinceros, aunque los contradigan las palabras”. 
                                                     

De tu mirada, mujer, 
Antes que mi boca hablara, 
Envuelto me vi en su negrura. 
Y aunque amarte no me dejes, 
Y aunque no aceptes ya mis palabras,  
Nunca dejaré de mirarte, 
Como lo que siempre serás: 
La única mujer. Mi amada. 
La bella se levantó despacio, y con una dura expresión dijo antes de marcharse: 
                                                    

Tus bellas palabras, no ocultan lo que eres, miserable” 
Y ahí acabó el encuentro. 

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