Cuando pequeño, eran tan
pocos los anuncios radiofónicos o televisivos, que hasta nos los sabíamos de
memoria, pasándonos el día canturreando las pegadizas cantinelas, con lo cual
la comparación con el bombardeo actual es pura anécdota.
Soy poco aficionado a la
televisión, aunque últimamente llevo enganchado un tiempo a alguna serie
policiaca, pero se me acaban de quitar las ganas de seguirlas, pues cada vez
soporto peor la catarata publicitaria a la que nos someten si queremos ver
algún capitulo.
Y ya no se trata de que sea
hora de “máxima audiencia”, sino que para cada hora te seleccionan los anuncios
en función del tipo de personal que en ese momento está pendiente de “la caja
hipnótica” o de la “charlatana radio”, así que si son por caso las ocho de la
mañana y en estas fechas, la visión insoportable se centrará en juguetes, colonias
o productos de niños y de padres camino
al trabajo; si son las doce o la una, nos hincharán a spots de detergentes, de
comida rápida y de medicamentos para adelgazar o pastillas para el dolor de
cabeza o el resfriado.
Mención aparte merecen las
horas de publicidad a partir de las dos de la tarde. Es ya aquí en esta franja
horaria donde los reclamos publicitarios llegan a 10, 15 y hasta a veinte
minutos, y es curioso como hay veces, que acaba de reanudarse la serie, cuando
te vuelven a cortar el hilo para que te tragues otros diez minutos de seguros,
bancos, préstamos a intereses engañosos, y hasta lavavajillas capaces de lavar
los platos de un colegio con una gota.
Mención aparte se la lleva
internet; pues da igual que entres en tu correo, hacer alguna consulta a
hacienda, que quieras ver alguna noticia, o que te informes de tu cuenta
bancaria o busques el precio de una secadora. Hasta que llegues a lo que te
interesa, tendrás que haber saltado por encima de tropecientos mil anuncios.
Tiene que ser cierto que es
la única forma de que consumamos más, pero el dinero, y más en estos tiempos de
penurias económicas, no lo echan los árboles y las plantas por más que las
reguemos.
Pero esto a lo que me refiero
sólo es en los grandes medios de comunicación, ya que si hablamos de los
buzones particulares (buzoneo lo llaman), de las ofertas de Grandes Superficies
o del supermercado de la esquina, también nos agobian con efectos
acumulativamente perniciosos.
Señores Publicitarios: El
dinero que ingreso al mes siempre es el mismo, y que aunque en la actualidad
esté rodeado de súpers y de atrayentes comercios, no compro más. Sólo, a lo
mejor, pues ahora tengo tiempo, diversifico más mis pocas compras.
¡Ah! Y no engañen poniendo
en letritas minúsculas lo que verdaderamente interesa. Sean por lo menos un
poco éticos, ya que el que más y el que menos tiene su culturilla.
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