martes, 22 de noviembre de 2016

Una conquista inesperada


Ya se había tranquilizado con los años; sus capacidades en nada se parecían a las que le habían dado fama de muy peligroso para cualquier fémina, sin que ninguna edad fuera óbice para que sus astutas redes les cayeran sin remedio de escape.
Era de una gran cultura que utilizaba en sus “roneos” con las damas, propiciando una conversación fluida, simpática y agradable, pero todas estas estrategias siempre iban encaminadas a llevarse a su víctima a la cama en el menor tiempo posible, para luego, como se dice, “si te vi no me acuerdo”.
                                                               


Los tiempos le habían templado, hasta el punto de que ya, aunque cuidaba su imagen y seguía siendo coqueto, era raro que se enredara en ninguna aventura amatoria.
                                                                   


Nuestro hombre, como cada mañana, fumaba tranquilamente en la puerta del bar donde había desayunado pensando en sus cosas, y siempre murmuraba lo mismo cuando pasaba una bella: “Dios, si me has quitado las fuerzas, por qué no me quitas las ganas”.
                                                                   


En esto estaba acabando su pitillo y a punto de encaminarse a hacer algunas compras, cuando vio a una mujer de mediana edad, o sea ya madurita, que se acercaba hacia donde él estaba con una sonrisa en los labios, y al llegar a su  altura le dijo:
-Tu eres Alberto ¿Vedad?
                                                                  


-Pues sí, pero perdona, es que en este momento no recuerdo de qué nos conocemos. (Repasaba y repasaba mentalmente su larga lista de conquistas pero no la ubicaba)
-Yo soy Mame, hemos chateado algunas veces a través de Facebook, y también he participado contigo en un taller de cocina online.
-Es que yo soy de los incautos que pongo  mi fotografía en el perfil, y así me conoce mucha gente pero yo conozco a pocos. No sé por qué a la gente le gusta tanto disfrazarse con seudónimos y perfiles que no le corresponden. Alguna fechoría se esconde detrás de tanto engaño.
-Pero yo, aunque utilizo el seudónimo de “perita”, no cometo ni pecados ni pecadillos; eso lo dejo para la vida real. La verdad es que lo hago por timidez - contestó ella.
                                                                      


- Sin que te molestes, yo no te veo nada tímida, lo cual me gusta en las personas, ya que si no haces y dices lo que deseas solo vives en tu imaginación, y esa soledad en que vive el que no se atreve, no puede ser buena.
-Es verdad lo que dices, pero ya ves. Eres un hombre interesante, aunque tú ya lo sabrás. ¿Por qué te ríes de mí?
-¿Te apetece que tomemos un café y hablemos un rato? - Le dijo riéndome de lo que acababa de decir, (y eso que no le había echado ningún anzuelo).
                                                                 


Y así fue como aquella pareja, después de que la  belleza le contase a Alberto los avatares de una complicada vida, pasaron a dar un paseo, luego entraron en un local de tapeo donde bebieron unos vinos, bastantes, y acabaron ya los dos un poquito puestos y bastante desinhibidos, en un cercano hotel, donde acompañados de una botella de glamuroso cava y música de Chopin, se amaron como si fuesen adolescentes.

Para que luego digan que los sesentones solo juegan al dominó o la  petanca, y que se mueren de aburrimiento contándose batallitas unos a otros cada vez adornadas con más mentiras del embellecido pasado.

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