Le parecía que nunca iba a
terminar aquella jornada; menos mal que ya iba en el coche para casa, y el agua
mansamente pero sin pausa, caía disolviendo la gruesa capa de porquería que
cubría la ciudad, y aunque tuviera que aguantar el atasco que siempre
eclosionaba los días de lluvia, mejor; así tendría tiempo de sosegarse y pensar
después de aquel tan nefasto día, en que
le había pasado casi de todo. Un mal día lo tiene cualquiera.
Todo empezó cuando la
oscuridad fue abducida por el vacilante sol que emergía despreocupadamente
entre aquellas nubes que no presagiaban nada bueno. Ya la mañana apuntaba mal,
y todo empezó casi sin querer, por las malas calificaciones de su hija, que
habiendo sido una estupenda estudiante, desde que entró en la adolescencia
cateaba cada dos por tres.
Se había podido contener para
ser lo más suave posible, casi lo consigue, pero ni así logró que lo escuchara,
porque la aptitud desabridamente pasota de la niña le hizo entrar al trapo y lo
enfureció.
Tenía hoy que presentar un
importante proyecto a uno de los principales clientes de la firma en donde
sudaba cada euro que ganaba, era una importante inyección de dinero después de
los pasados apuros económicos, y se lo había trabajado a fondo, pero no les
gustó: “demasiado atrevido, muy caro, algo más sencillo” dijeron, por lo que
tendría que empezar de nuevo y a ver que salía.
A partir ya de aquel
momento, no dio pié con bola yendo de problema en problema, y la guinda fue el
enfrentamiento con su jefa cuando ya salía para casa.
Con suerte, llegó al hogar
antes que se acostara el pequeño, a quien contó un cuento de gigantes y
embrujos (lo que más le gustaba), con lo que quedó dormido como un bendito, y
él casi. Peor lo tuvo con su niña, su princesita como le decía de pequeña, pues
tenía el cuarto cerrado y tardó en abrirle con cara de fastidio: ”Hija, sólo
quiero darte un beso y desearte buenas noches”. “Vale papá” y volvió a
encerrarse.
Ya con los niños en sus
cuartos, ayudó a ordenar un poco la casa
y a preparar cena para dos, entre las
bromas de Mati, su esposa, que tenía aquel fino sentido del humor y además con lo
positiva que era, acabaron por quitarle el mal humor haciéndole reír por
primera vez en todo el día.
Se estaban quedando dormidos
frente a la “caja tonta” por lo que decidieron acostarse, y ya en la cama, los
intentos de avanzar para conseguir “algo” con su mujer quedaron en nada, así que quedó dormido al rato con la mano
metida por el pijama de su compañera sin conseguir más avances.
Durmió del tirón, y tuvo que
enfrentar un nuevo día cuando apagó el despertador y se quedó cinco minutos,
como le gustaba, antes de ir a despertar a los niños y preparar el desayuno;
después llamaría a su mujer.
Pensaba que el día anterior,
aquel maldito día, se fue, y el futuro era hoy, el presente era hoy, y lucharía
por su familia como si ayer, los golpes de ayer, no hubiesen existido.
¿Se estaría contagiando del
positivismo de su legítima?
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