¿Tanto tiempo había pasado
para que todo fuese tan diferente, tan extraño? Era muy pequeño cuando se
marchó, un preadolescente, pero recordaba vivamente a sus amigos, a la “seño”
del colegio, los baños en el río, el olor de las madalenas de la tía Gertru, y
tantos y tantos buenos ratos…
Su madre enfermó al poco de
cumplir los diez años, y ya nada fue igual. Recorrió las consultas de muchos
médicos sin encontrar remedio ni diagnóstico a sus padecimientos; sólo
soluciones paliativas que por lo menos le hacían más soportable los dolores.
No pasaron muchos meses
hasta que murió, y menos mal, porque los padecimientos habían llegado a un punto insoportable, por lo que hubo que ponerle morfina hasta el final. Su pobre
madre se llevó la poca alegría que había en aquella casa y los ahorros.
Pero como las desgracias
nunca vienen solas, un buen día de la primavera su casa ardió hasta los
cimientos, y aunque no hubo desgracias personales, ahora sí que se quedaron sin nada. Con la ropa
puesta.
Vivieron un tiempo con su
tía, que se comportó como si fuera la madre de aquellos niños, pero un día su
padre decidió mudarse a la ciudad. Le habían ofrecido trabajo de representante
de artículos de ferretería, y allí marcharon padre e hijo, ya que sus dos
hermanas aún muy pequeñas se quedaron con la tía.
¡Cómo le cambió la vida! Se
sentía asfixiado entre tanta mole de pisos y tantos coches; se agobiaba de ver
a la gente siempre corriendo y echaba de menos afectos, la consecuencia inmediata
de estar muy poco con su padre, aunque tampoco es que le acompañara mucho aquel
hombre taciturno. Añoraba la alegría y el cariño de su madre y sus hermanas,
aunque la joven que lo cuidaba cuando su padre salía hacia alguno de los
lugares de su extensa zona de trabajo, siempre fue cariñosa, aunque él en aquel
tiempo lo viese todo de un gris casi
negro.
Siendo ya un joven de
dieciocho años, su padre le buscó un Colegio Mayor regentado por jesuitas para
comenzar su carrera de médico, y entonces sí que pasaba meses sin saber nada de
su familia; siempre era él quien tenía que llamar para saber de sus hermanas, y
alguna que otra vez de su padre, aunque los cheques sí que llegaban puntuales.
Un buen día su padre le
comunicó que se había vuelto a casar, Así, sin más. Sin ninguna explicación;
aunque un buen día reunió a sus hijos para comer y presentar a su nueva esposa.
Y ahora cuando volvía a
contemplar el solar de su antigua casa (habían pasado años), habiéndose perdido
prácticamente la relación con su padre, estaba allí porque los tres hermanos más
unidos que nunca, tenían nuevas ideas para aquello.
Volvió a mirar el panorama.
Nada del antiguo prado que desde su casa bajaba hasta el río, nada de los
frondosos olivos y alcornocales, nada de los naranjos del jardín. Todo estaba
repleto de casitas pareadas y adosadas con algún tímido geranio asomando de
alguna ventana, y en medio aquel solar de poco más de dos mil metros en donde
los tres hermanos querían construir una casa que recordara que un día tuvieron
cariño, alegrías, juegos y un hogar.
Nuestro amigo no estaba muy
convencido, pero sus hermanas estaban entusiasmadas. Bueno ¿Por qué no?
Pero el pasado, aunque sea
presente, nunca vuelve.
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