Catorce años, pelirrojo y
con pecas, así era nuestro amigo Beni, un muchacho inquieto, simpático,
estudiante mediano, pero sobre todo era una buena persona que solía empatizar
con todos. Bueno, algunos no lo tragaban por su exitosa popularidad.
Le apodaban el “Beni, Vidi,
Vici”, en alusión a la famosa frase “Veni, Vidi, Vici”, que dijo Julio Cesar en
el Senado Romano para fardar de su victoria en la batalla de Zeda contra
Farnaces II (rey del Ponto), que había sido un correoso problema para Roma.
Llevaba muchos años interno
en aquel colegio, ya que al quedarse sin padres por culpa de un accidente aéreo,
su tío muy mayor, no encontró mejor solución que esta al hacerse cargo de Beni,
pues por la edad que tenía esto ya le venía grande.
Como cada día a las 13,30,
se dirigió con un grupo de colegas hacia el comedor del colegio, dedicándole un
sonoro saludo a su casi anciana amiga Carmen, que como siempre con su impecable
uniforme blanco y su luminosa sonrisa, iba llenando las bandejas de la comida a
los alumnos, y pasado un buen rato en la cola cuando le tocó su turno y con gestos
cómplices, nuestro amigo Beni le decía a su amiga Carmen de qué le ponía más y
de qué casi nada; para eso eran amigos.
Muchos días al acabar las
clases, Beni pasaba un rato con su amiga, donde charlaban consumiendo todo
clase de chucherías, y donde Carmen algún que otro día tocaba la flauta, sacando en este sonido toda
la pena o la alegría que la embargaba en aquel momento.
Ella había sido muy feliz y
muy desgraciada en según qué momentos de su vida, y todo lo expresaba a través
de aquel antiguo instrumento que nadie le enseñó a tocar y que la desahogaba.
Un día a la hora de servir
la comida, a Beni le extrañó la ausencia de su amiga, y al preguntar por ella
nadie sabía qué le pasaba, por lo que su grupo de amigos se dedicó a
investigarlo, y según todos los indicios, la habían jubilado aunque Beni no se lo creía, ya que el día anterior se
habían visto y no le había comentado nada.
Antes de irse a su
habitación, se dirigió a la de ella, que estaba cerrada con llave y con un
candado. ¡Qué raro le resultaba aquello!
Durmió mal, dando muchas
vueltas, y en una de aquellas posturas le pareció oír la flauta de su amiga
Carmen. Fue sólo un momento, pero se levantó y con cuidado para que nadie lo
viera, se dirigió a la planta tercera a oscuras, muy despacio y sin hacer ruido,
y al encontrarse frente a la puerta que permanecía igual, le pareció oír una
conversación, casi un susurro, que salía de otra habitación contigua, por lo
que pegó la oreja a la puerta por escuchar lo que hablaban, pero sólo pudo
entender una frase: “Ella se lo ha buscado”
(CONTINUARÁ)
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