lunes, 20 de junio de 2016

El poder del recuerdo

El secreto del éxito del psicoanálisis está en el silencio del psicoanalista, de tal forma que sea el paciente quien profundice en su cerebro hasta extraer las conclusiones necesarias.
                                                                     


Pero hoy voy  a ser yo ambas cosas, psicoanalista y paciente, y viene al caso, porque mirando desenfocadamente unas fotos abstraído en mis pensamientos, reviví perfectamente la situación en que estaban tomadas aquellas instantáneas, trasladándome al pasado de una forma tan clara, que recordaba hasta los olores de aquel viaje con mi familia y amigos(Fernando, Juan Pedro, Antonio, todos con sus familias, y mis cuñados Julio y Luli también acompañados de su prole), en aquel inolvidable viaje a Sierra Nevada (Granada), en una de las mejores épocas de mi vida.
Mi hipocampo, órgano fundamental de la memoria, me hace recordar el olor a nuevo de mi plumífero azul, el aire helado quemándome la cara, el cómo me dolían  los pies helados, y me acuerdo perfectamente en lo que estaba pensando cuando me hicieron aquella foto, es más, sabía perfectamente que cada vez que mirara aquel recuerdo gráfico de mis veintitantos años, me acordaría de lo que pensaba en aquel momento.
Tenía un problema que no viene al caso contar, al que no lograba dar una solución viable y que me traía sin sueño, y de pronto estando subido en el telesilla de camino a las pistas, le encontré la solución o creí encontrarla, porque luego los acontecimientos se desarrollaron de tal forma, que la solución me vino dada.
                                                                      


Pero es curioso, que hay veces en que no me acuerdo de lo que comí ayer y sin embargo, sientes vivos otros recuerdos de la niñez, de la pubertad, de las relaciones con tu familia, con tus compañeros de entonces, del olor a lápices y goma de borrar, de la tiza en la pizarra, incluso del olor de aquella sotana cuando en el colegio te acercabas a confesar tus pecadillos con aquel franciscano, y es curioso cómo te los sigues imaginando no con la edad que tienen o tendrían ahora, sino con cara y cuerpos del niño que yo mismo fui un día.
Decía un antiguo e insigne escritor, que “cualquier tiempo pasado fue mejor”, y yo no lo creo, pero es el tiempo o la edad biológica, el que te hace desear esa época pasada de la que entonces no eras consciente del “carpe diem”, vivir el momento, y que ahora rememoras como triste y desdichada, o plena y feliz.

Hermosos recuerdos y malos también, con los que incluso aún sueñas algún día, tiempo pasado que no volverá, por lo que hay que aprovechar el hoy, pues el pasado no existe ya sino en los recuerdos, y el futuro…quien sabe.

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