El secreto del éxito del
psicoanálisis está en el silencio del psicoanalista, de tal forma que sea el
paciente quien profundice en su cerebro hasta extraer las conclusiones
necesarias.
Pero hoy voy a ser yo ambas cosas, psicoanalista y
paciente, y viene al caso, porque mirando desenfocadamente unas fotos abstraído
en mis pensamientos, reviví perfectamente la situación en que estaban tomadas
aquellas instantáneas, trasladándome al pasado de una forma tan clara, que
recordaba hasta los olores de aquel viaje con mi familia y amigos(Fernando,
Juan Pedro, Antonio, todos con sus familias, y mis cuñados Julio y Luli también
acompañados de su prole), en aquel inolvidable viaje a Sierra Nevada (Granada),
en una de las mejores épocas de mi vida.
Mi hipocampo, órgano
fundamental de la memoria, me hace recordar el olor a nuevo de mi plumífero
azul, el aire helado quemándome la cara, el cómo me dolían los pies helados, y me acuerdo perfectamente
en lo que estaba pensando cuando me hicieron aquella foto, es más, sabía
perfectamente que cada vez que mirara aquel recuerdo gráfico de mis
veintitantos años, me acordaría de lo que pensaba en aquel momento.
Tenía un problema que no
viene al caso contar, al que no lograba dar una solución viable y que me traía
sin sueño, y de pronto estando subido en el telesilla de camino a las pistas,
le encontré la solución o creí encontrarla, porque luego los acontecimientos se
desarrollaron de tal forma, que la solución me vino dada.
Pero es curioso, que hay
veces en que no me acuerdo de lo que comí ayer y sin embargo, sientes vivos
otros recuerdos de la niñez, de la pubertad, de las relaciones con tu familia,
con tus compañeros de entonces, del olor a lápices y goma de borrar, de la tiza
en la pizarra, incluso del olor de aquella sotana cuando en el colegio te
acercabas a confesar tus pecadillos con aquel franciscano, y es curioso cómo te
los sigues imaginando no con la edad que tienen o tendrían ahora, sino con cara
y cuerpos del niño que yo mismo fui un día.
Decía un antiguo e insigne
escritor, que “cualquier tiempo pasado fue mejor”, y yo no lo creo, pero es el
tiempo o la edad biológica, el que te hace desear esa época pasada de la que
entonces no eras consciente del “carpe
diem”, vivir el momento, y que ahora rememoras como triste y desdichada, o plena
y feliz.
Hermosos recuerdos y malos
también, con los que incluso aún sueñas algún día, tiempo pasado que no
volverá, por lo que hay que aprovechar el hoy, pues el pasado no existe ya sino
en los recuerdos, y el futuro…quien sabe.
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