De nuevo otro día, y aunque
era muy temprano y aún no había amanecido, salté de la cama (es un decir)
dispuesto a comerme el mundo.
Como ya estaba abrumado con
la perorata de mi esposa recordándome todo lo que había que arreglar, me
dispuse con papel y bolígrafo en ristre a confesionar una lista de cosas por
enmendar.
Empecé por las cosas más
perentorias, como arreglar el grifo del lavabo con esa gota impertinente que no
me dejaba dormir, aunque a mi compañera no la despertaban ni las Fallas de
Valencia. Luego fue el turno del tendedero, ordenar las herramientas y otras
pequeñeces, dejando para último lugar varias bombillas fundidas que había que
cambiar, la más complicada una lámpara de sobremesa que se me cayó y rompió, con lo
que a ver como explicaba yo ahora en la ferretería la que necesitaba.
Con mi lista y una foto que
hice con el móvil al portalámparas del aplique de sobremesa, partí hacia la
tienda, encontrándome en la calle mucho frío, 4º, y un aire más que
irrespirable letal, ya que el personal de limpieza empujaba las hojas muertas de
las plataneras con un artilugio que levantaba todas las porquerías del suelo, y
para frío me acordaba de una noche vieja
en Teruel que la pasé a -12º, por lo que aquello era una tontería soportable.
Ya otra vez en casa y al
sustituir el primer halógeno de un empotrado foco de la cocina, se me cayó y
rompió, por lo que tendría que volver a la tienda, pero también porque la rara
bombilla del aplique de sobremesa no funcionaba.
Esta vez para no equivocarme
y tener que dar más viajes, me llevé el aplique de sobremesa, por lo que
parecía que iba de mudanza o que había robado en una descuidada inmobiliaria.
Ya con todo arreglado o eso
creía, avisé a mi mujer para que viera mi obra, y aunque sacó algunas faltas y
me recordó tres o cuatro cosas que se me habían pasado, ya por hoy me permitió
dejarlo así.
Nunca he sido “manitas”; soy
bastante atolondrado, pero la necesidad aprieta y no se pueden soportar los
emolumentos del personal especializado, y aunque rompa y destroce antes de
dejar las cosas más o menos pasables, es lo que hay.
Otro día os hablaré de los
efectos colaterales de mis reparaciones.
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