miércoles, 12 de diciembre de 2018

"Manitas" a la fuerza


De nuevo otro día, y aunque era muy temprano y aún no había amanecido, salté de la cama (es un decir) dispuesto a comerme el mundo.
                                                                 


Como ya estaba abrumado con la perorata de mi esposa recordándome todo lo que había que arreglar, me dispuse con papel y bolígrafo en ristre a confesionar una lista de cosas por enmendar.
                                                                       


Empecé por las cosas más perentorias, como arreglar el grifo del lavabo con esa gota impertinente que no me dejaba dormir, aunque a mi compañera no la despertaban ni las Fallas de Valencia. Luego fue el turno del tendedero, ordenar las herramientas y otras pequeñeces, dejando para último lugar varias bombillas fundidas que había que cambiar, la más complicada una lámpara   de sobremesa que se me cayó y rompió, con lo que a ver como explicaba yo ahora en la ferretería la que necesitaba.
                                                                     


Con mi lista y una foto que hice con el móvil al portalámparas del aplique de sobremesa, partí hacia la tienda, encontrándome en la calle mucho frío, 4º, y un aire más que irrespirable letal, ya que el personal de limpieza empujaba las hojas muertas de las plataneras con un artilugio que levantaba todas las porquerías del suelo, y para frío  me acordaba de una noche vieja en Teruel que la pasé a -12º, por lo que aquello era una tontería soportable.
                                                                        


Ya otra vez en casa y al sustituir el primer halógeno de un empotrado foco de la cocina, se me cayó y rompió, por lo que tendría que volver a la tienda, pero también porque la rara bombilla del aplique de sobremesa no funcionaba.
Esta vez para no equivocarme y tener que dar más viajes, me llevé el aplique de sobremesa, por lo que parecía que iba de mudanza o que había robado en una descuidada inmobiliaria.
                                                                        


Ya con todo arreglado o eso creía, avisé a mi mujer para que viera mi obra, y aunque sacó algunas faltas y me recordó tres o cuatro cosas que se me habían pasado, ya por hoy me permitió dejarlo así.
Nunca he sido “manitas”; soy bastante atolondrado, pero la necesidad aprieta y no se pueden soportar los emolumentos del personal especializado, y aunque rompa y destroce antes de dejar las cosas más o menos pasables, es lo que hay.
Otro día os hablaré de los efectos colaterales de mis reparaciones.

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